jueves, 23 de mayo de 2019

Meditación: Juan 15, 9-11

Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor.
Juan 15, 9

El milagro del amor consiste en que Dios mismo es amor. El amor no es algo que Dios diga o haga; es en realidad la esencia misma de su naturaleza. Todos los demás atributos de Dios no son sino extensiones de su amor. Dios es omnisciente, todopoderoso, infinitamente justo y misericordioso, pero todos estos atributos tienen su raíz en su amor.

Jesús dijo: “Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a mí” (Juan 15, 9). Para comprender más cabalmente el amor que Dios nos tiene, es esencial entender el amor que el Padre le tiene a su Hijo, porque es el mismo amor. El amor de Dios a su Hijo es eterno, no comenzó con la encarnación de Cristo ni terminó con su crucifixión. Jesús estuvo con el Padre desde el principio y es el primer objeto de su amor. Por consiguiente, cuando Jesús nos dice que nos ama, su amor no está limitado por el espacio ni por el tiempo, es también eterno.

Es un amor perfecto que da todo lo que tiene y no retiene nada para sí mismo. Todo lo que el Padre es y tiene se lo ha dado a Jesús. El Padre y el Hijo son uno en ese amor. Igual que el Padre, Jesús se dio totalmente por amor. No consideró ni siquiera que su vida ni su cuerpo eran demasiado valiosos como para sacrificarse por nosotros. Asimismo, en forma que nos resulta incomprensible, se hizo uno con su Iglesia, el Cuerpo de Cristo.

Es un amor tierno e inmutable, que no disminuye por los pecados o frecuentes fallas que tengamos, porque el amor de Dios es más grande que la inconstancia de nuestro corazón (1 Juan 3, 19-20). El amor de Dios absorbe los desatinos, la inmadurez y los muchos temores que nos asaltan, y el Señor nos trata con cariñosa compasión, plasmando y sosteniendo siempre nuestro corazón (Salmo 73, 26).

Cuando el amor de Jesús se hace presente en la vida del creyente, derrite la frialdad, ablanda la dureza y nos hace amarlo de corazón, al punto de hacernos conocer su voluntad y obedecer sus mandatos, pues cuando lo hacemos experimentamos más profundamente aún su maravilloso amor (Juan 15, 10).
“Abre mis ojos espirituales, Señor mío Jesucristo, y ayúdame a ver que tus planes y tu proceder son más excelentes y eficaces que las ideas imperfectas y los deseos egoístas que yo tengo.”
Hechos 15, 7-21
Salmo 96 (95), 1-3. 10

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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