lunes, 20 de mayo de 2019

Meditación: Hechos 14, 5-18

Cuando la gente vio lo que Pablo había hecho,
empezaron a gritar.
Hechos 14, 11

Imagínate esta escena: Un hombre que había sido cojo de nacimiento se puso de pie de un salto y comenzó a caminar delante de la multitud. ¡Fue un milagro impresionante! Por eso la gente no podía contener su asombro. Fue así como Bernabé y Pablo aprovecharon la oportunidad de hablarles sobre Aquel que había sanado a ese hombre.

En medio de nuestras propias incertidumbres y preguntas sin resolver, hoy también debería ser un día de alegría. ¿Por qué? Porque Dios está haciendo su obra en nosotros, porque estamos rodeados de milagros todo el día, todos los días. Nuestro Padre celestial está cerca de nosotros en este preciso momento. Tal vez no estemos conscientes todo el tiempo de esta realidad, pero eso no significa que Dios no los esté realizando. Los milagros vienen de muchas formas, y el Señor quiere que abramos los ojos y los veamos, quiere ayudarnos a reconocer que él se encuentra a nuestro lado, ofreciéndonos siempre su gracia.

¿Cuáles son los milagros que Dios quiere que veamos? Bueno, piensa en los momentos en que has recibido algún tipo de sanidad interior y fortaleza, o cuando tuviste la certeza de que Dios te había perdonado, o cuando fuiste capaz de perdonar a otra persona. Piensa en aquellos momentos, tal vez durante la Misa, en que has estado convencido de que Dios está contigo de una forma especial. O tal vez has rezado por alguien a quien amas y que se encontraba gravemente enfermo y has visto que esa persona se recupera sin explicación médica. Todos estos son milagros tan impresionantes como el que realizaron Pablo y Bernabé en la primera lectura de hoy.

Detrás de todos estos milagros está la promesa que leemos en el Evangelio: “Al que me ama a mí, lo amará mi Padre; yo también lo amaré y me manifestaré a él” (Juan 14, 21). Sea cual sea la situación que estés enfrentando hoy, o cualquier otro día, puedes aferrarte a esta promesa. Dios mismo ha decidido habitar en tu corazón; él está contigo en cualquier circunstancia, ofreciéndote su gracia, su paz y su esperanza. Tu Padre va siempre delante de ti, a tu lado y detrás de ti. ¿Qué podría ser más milagroso que eso?
“Padre celestial, gracias por habitar en mi corazón. Tengo un gran deseo de ver los milagros que harás hoy en mi vida.”
Salmo 115 (113B), 1-4. 15-16
Juan 14, 21-26

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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