lunes, 13 de mayo de 2019

Meditación: Juan 10, 1-10

Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.
(Juan 10, 10)

Jesús solía usar la figura del pastor y las ovejas en sus enseñanzas. Israel era tierra de pastoreo, de modo que todos entendían claramente estas figuras. Sabían que un verdadero pastor tenía que estar siempre atento y dispuesto a arriesgar la vida para proteger a su rebaño de los peligros naturales y de los ladrones. Los pastores asalariados huían cuando surgía el peligro, sin preocuparse de las ovejas. El pastor auténtico guiaba y cuidaba sus ovejas, llegando incluso a conocerlas y quererlas individualmente.

Cuando Jesús les hablaba a los fariseos, lo que les decía acerca de las ovejas y el pastor ciertamente les debía hacer pensar en la Palabra de Dios a Israel respecto a los buenos y malos pastores. Por medio del profeta, Dios dijo a su pueblo: “Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y velaré por ellas… Buscaré a la oveja perdida y haré volver a la descarriada… Yo las apacentaré en la justicia” (Ezequiel 34, 11. 16). Los que tuvieran ojos para ver reconocerían que, en Jesús, Dios cumplía perfectamente su palabra profética. Cristo mismo sale a buscarnos. En realidad, él es el modelo de buen pastor que da consuelo, paz, sabiduría y vida a todas sus ovejas.

El redil tenía una sola puerta, por la que entraban las ovejas y el pastor. Se conocía quien era ladrón porque trataba de entrar por otra parte. Cuando el pastor y su rebaño pasaban la noche en las colinas de Judea, él se acostaba cubriendo la entrada al redil, de modo que su cuerpo le servía de puerta. Jesús es la puerta (Juan 10, 9) por la cual los justos entran y encuentran la vida. Solo él puede darnos vida y vida en abundancia.

Durante este tiempo de Pascua, pensemos en lo maravilloso que es lo que Dios quiere para nosotros. El Hijo de Dios tomó carne humana y soportó terribles sufrimientos para salvarnos, porque nosotros, por mucho que nos hubiéramos esforzado, jamás habríamos podido merecer la vida eterna. Esta vida abundante es gozosa, plena, indestructible y cierta, incluso frente a las incertidumbres del mundo. Esta vida es tan poderosa que la tumba no puede contenerla. Es nuestra desde ahora y lo será eternamente mientras nos entreguemos en manos de nuestro buen pastor.
“Señor y Dios nuestro, que nos creaste por amor, te doy gracias infinitas por haber enviado a tu Hijo único a salvarme con gran sufrimiento de su parte. ¡Gracias, Señor!
Hechos 11, 1-18
Salmo 42 (41) 2-3; 43 (42), 3-4

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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