martes, 21 de mayo de 2019

Meditación: Hechos 14, 19-28

Los exhortaban a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.
Hechos 14, 22

San Pablo fue un ardoroso predicador de la buena nueva, que no se avergonzaba del Evangelio porque “es el poder de Dios para salvar a todo aquel que cree, primero el judío y después también al gentil” (Romanos 1, 16). Quería que todas las personas recibieran la verdad transformadora de que hay una nueva vida al alcance de todos los que acuden a Jesucristo por la fe y el Bautismo. Su propia vida había cambiado dramáticamente al encontrarse con Cristo resucitado; ahora su deseo más intenso era entregarse a la obra de la evangelización y la edificación del Reino.

Sin embargo, incluso con la gracia de Dios, la tarea de difundir el Evangelio rara vez fue fácil. En Listra, Pablo había sido apedreado y dejado por muerto (Hechos 14, 19), pero luego se levantó y volvió a la ciudad. Con ese mismo espíritu de perseverancia, regresó a las ciudades donde ya había sembrado la semilla del Evangelio. Lo que quería era fortalecer “los ánimos de los discípulos, exhortándolos a permanecer fieles” y designar “ancianos en cada iglesia” (Hechos 14, 22. 23). A pesar de que los obstáculos que encontraba en su trabajo misionero eran enormes, el apóstol no se desanimó ni se intimidó, sino que cumplió cabalmente la misión que Dios le había encargado, predicando la palabra audazmente y nombrando ancianos en las iglesias que establecía.

Pero no fue solo el empeño humano lo que le permitió a Pablo perseverar; él sabía que no tenía fuerzas propias para semejante obra y por eso, con fe, decía: “Así pues, muy a gusto me gloriaré todavía en mis debilidades, a fin de que resida en mí el poder de Cristo” (2 Corintios 12, 9). Pablo y los primeros cristianos confiaban en el poder de Dios para anunciar la buena nueva, disponiéndose a recibirlo en la oración y el ayuno (Hechos 14, 23), y reconocían que tenían que depender de Dios para cumplir su cometido. Al hacerlo, la gracia de Dios se derramaba, fortaleciéndolos, abriéndoles las puertas y transformando el corazón de las personas.
“Señor Jesús, ayúdame a perseverar en la tarea de compartir la buena nueva de la salvación. Hazme comprender la importancia de confiar en ti para estar realmente dispuesto a recibir la gracia que viene del cielo.”
Salmo 145 (144), 10-13. 21
Juan 14, 27-31

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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