viernes, 24 de mayo de 2019

Meditación: Juan 15, 12-17

Yo los he escogido a ustedes y les he encargado que vayan y den mucho fruto. (Juan 15, 16)

Jesús recalcó la importancia del amor a Dios y al prójimo, un amor que emana del amor del Padre y que se manifiesta en el amor de Cristo a sus discípulos. Estos discípulos, a su vez, demuestran su amor al Señor obedeciendo sus mandamientos. El amor es el que sana, libera, perdona y salva y eso es lo que los fieles estamos llamados a manifestar.

Dios es amor y la humanidad fue creada para participar de este amor. Cuando reflexionamos sobre el amor de Dios, solemos pensar en términos de “Dios y yo”, es decir lo consideramos de una forma personal, y esta es una dimensión importante para cada uno de nosotros, pero también hay otra dimensión, la de “Dios y nosotros”. Este aspecto considera el amor de Dios a todo su pueblo, la comunidad de creyentes que él está congregando, vale decir, su Iglesia.

En la Última Cena, Jesús llamó “amigos” a sus discípulos, no siervos, “porque el siervo no conoce los asuntos de su amo” (Juan 15, 15). El siervo actúa por obligación, está obligado por la servidumbre y conoce a su patrón solo superficialmente. Un amigo actúa por amor, está motivado por la buena voluntad y la solidaridad, y conoce al otro personalmente. Dios quiere que los creyentes lo conozcamos tan profundamente que lo consideremos amigo nuestro.

Cuando Jesús nos dice “que se amen unos a otros como yo los he amado a ustedes”, nos está mandando que hagamos lo mismo que él hace. Nos habla como a una comunidad de creyentes, para que tratemos a los demás como amigos, tal como él trata a sus discípulos. Este mandamiento del amor impregna las palabras de Cristo acerca de dar fruto duradero, de manera que, si aprendemos a amar en forma individual y como comunidad, podemos dar un fruto bueno y duradero.

Si queremos que nuestra propia vida y las comunidades parroquiales a las que pertenecemos produzcan frutos que permanezcan, debemos reconocer que estas palabras son vitales. Pidámosle al Señor que nos muestre en qué hemos faltado al amor al prójimo y nos conceda valor y convicción para caminar por la vía del amor.
“Señor Jesús, enséñame a amar como tú amas. Que tu gracia me ayude a reconocer mis faltas de amor y arrepentirme de corazón, de manera que mi vida se transforme.”
Hechos 15, 22-31
Salmo 57 (56), 8-10. 12

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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