martes, 7 de mayo de 2019

Meditación: Hechos 7, 51—8, 1

Esteban… miró al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús. (Hechos 7, 55)

Decía San Roberto Belarmino que “el secreto para morir bien es vivir bien.” Es una fórmula simple: Aquellos que “vivan bien”, procurando cumplir los mandamientos de Dios lo mejor que pudieron y personificar las bienaventuranzas, estarán mejor preparados para encontrarse con el Señor al final de la vida. Tendrán más paz en el corazón, menos temor y estarán más preocupados por lo que vaya a sucederles a las personas que dejan atrás.

De todos los casos de muerte que leemos en la Sagrada Escritura (aparte de la de Jesús, por supuesto), es difícil encontrar una más inspiradora que la de Esteban. Lucas nos narra que, al inicio del enjuiciamiento de Esteban, su rostro era “como el de un ángel” (Hechos 6, 15). Y en la primera lectura de hoy, vemos que sus últimas palabras fueron de perdón: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado.” Este es un ejemplo de lo que es una buena muerte.

En su martirio, Esteban demostró una fe enorme y sin duda muy heroica, pues incluso, antes de morir, tuvo una visión de Jesús en el cielo. Pero apliquémosle a él las palabras de Roberto Belarmino. Esteban vivió bien. La gracia que mostró al momento de su muerte fue solo la continuación de la gracia que experimentó a lo largo de su vida. Esteban ya tenía el hábito de “mirar al cielo”, ver a Jesús y sentir su presencia. También tenía la costumbre de perdonar a sus perseguidores y entregar su vida al Señor. Así que su muerte fue, ni más ni menos, una extensión de su vida de discipulado.

Desde luego, es natural sentir algo de temor al pensar en la muerte, pues es lo más desconocido de nuestra existencia, y es muy normal que tengamos curiosidad al respecto: ¿Cómo será el cielo? ¿Qué haremos durante toda la eternidad? ¿Qué pasará con nuestros cuerpos? ¿Realmente veremos a Dios? ¿Qué pasaría si todo lo que nos han dicho acerca de la muerte y el cielo no es realmente cierto? Estas preguntas se nos vienen a la mente de forma casi instintiva, y no debemos sentirnos avergonzados por tenerlas, pero tampoco debemos dejarnos confundir por ellas. Gracias a Dios, hay personas como Esteban que nos demuestran cómo “vivir bien” y también nos enseñan a “morir bien”.
“Amado Jesús, gracias por abrir el cielo para mí todos los días; ayúdame a mantener la mirada fija en ti.”
Juan 6, 30-35
Salmo 31 (30), 3-4. 6-8. 17. 21

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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