miércoles, 22 de mayo de 2019

Meditación: Juan 15, 1-8

Yo soy la vid, ustedes los sarmientos.
(Juan 15, 5)

Es interesante la comparación que nos hace el Señor: Él es la vid (es decir, el tronco) y nosotros las ramas, o sarmientos, porque es en las ramas, no en el tronco, donde se dan los frutos. El Padre celestial quiere que todos estemos bien injertados en el tronco de la vid, es decir, en Jesús mismo, para que sigamos creciendo y dando buen fruto.

Pero el pensamiento de permanecer en Cristo a veces nos lleva a dudar, porque sabemos que es fácil desviarse del camino recto y quedarse enredado en el pasado. Las amenazas contra la fe parecen tan grandes cuando pensamos en ellas, que a veces nos sentimos derrotados incluso antes de levantarnos por la mañana.

Pero ¡calma! Si te parece que permanecer en Cristo te está significando demasiada presión, recuerda que Dios mismo es el viñador que cuida la vid. Déjate cuidar por él. Recuerda, también, que tú ya estás en Cristo en virtud del Bautismo. Piensa que Dios te ayuda a permanecer en Cristo de muchas maneras.

Cada vez que recibes la Sagrada Eucaristía, es Cristo mismo, la vid verdadera, quien te está alimentando. Cada acto de arrepentimiento que realices y cada confesión sacramental que hagas es una experiencia de “poda”. En la Confirmación, el Espíritu ha sido desencadenado en tu vida con toda su fuerza santificadora, y en las Órdenes Sagradas o en el Matrimonio, tú has invitado al Espíritu a comunicarte su poder y asegurar tu vocación en la vida.

Además, el Señor te ha dado su palabra en las Escrituras y también te ha dado hermanos y hermanas en la iglesia. Te ha dado, además, la voz de la conciencia, y naturalmente el mayor de todos los dones: el propio Espíritu Santo que habita en ti. Finalmente, te ha dado la belleza de la creación, que te hace elevar el corazón y la mente a Cristo y reforzar tu fe.

Así que ¡no te aflijas! Jesús, el viñador, te está cuidando. Piensa en la savia vivificante que fluye del tronco a las ramas del árbol. Mientras los conductos estén abiertos, la savia fluye y el árbol no tiene de qué preocuparse. Recibe la abundante provisión que Dios tiene para ti, porque él te ama y se preocupa de ti.
“Gracias, Padre eterno, por cuidarme y hacer fluir tu vida en mí. Ayúdame a ser fiel y dar una abundante cosecha para tu gloria.”
Hechos 15, 1-6
Salmo 122 (121), 1-5

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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