jueves, 6 de junio de 2019

Meditación: Juan 17, 20-26

Padre, no solo te pido por mis discípulos, sino también por los que van a creer en mí por la palabra de ellos. (Juan 17, 20)

Dios nos ama tanto que entregó a su Hijo único para que no pereciéramos, sino que tuviéramos la vida eterna. Hay padres humanos que han dado la vida para salvar a sus hijos, un amor que sin duda es noble y meritorio; pero cuánto más grande es el amor del Padre celestial, que ofreció a su Hijo único para que fuera rechazado por sus propias criaturas y sacrificado para salvar a pecadores empedernidos, es decir, todos los humanos. Y lo hizo para que llegáramos a ser partícipes de la vida divina. ¡Esto es extraordinario! ¿Quién en su sano juicio haría algo como esto? Pero este es, precisamente el sano juicio de Dios: salvar al género humano de la autodestrucción, para que un día, por la fe en Cristo, la conversión y los sacramentos, llegue a la gloria del cielo.

¡Qué gran misterio es el amor de Dios! La mente humana es incapaz de comprenderlo, y ni la más clara analogía —el amor de los padres por sus hijos, o el amor entre los esposos— es capaz de explicarlo. ¿Qué concepto o figura pudiera siquiera aproximarse a describir el amor de un Dios que desea comunicar su propia vida increada a todos sus hijos? ¿Qué podríamos decir excepto que el amor divino hace cosas como ésas?

Este es el amor que confiere unidad al cuerpo de los seguidores de Cristo, y que evangeliza a los demás para que acepten la fe cristiana. El Padre y el Hijo constituyen una perfecta armonía de amor; por eso, a medida que los creyentes recibamos el amor divino y lleguemos a ser uno con la Santísima Trinidad, podremos entrar en una unidad de amor con Dios y con el prójimo que crece hasta rebosar y que constituye un testimonio ante el mundo. Esta unidad atestigua que el Padre y el Hijo son uno, que Jesús fue enviado por el Padre y que los creyentes somos uno con Dios mismo. Si los cristianos se demuestran amor auténtico entre unos y otros, este testimonio tendrá un efecto extraordinario para que el mundo pase de la división, el odio y los conflictos a la unidad, la alegría y la paz. Así pues, hermano, pídele al Señor que te permita conocer su amor de un modo nuevo y así podrás ser un instrumento suyo para la salvación tuya y de tu familia.
“Padre eterno, quiero ser uno contigo y con Jesús, mi Señor. Te ofrezco mi vida y te ruego que hagas de mi vida un testimonio vivo de tu amor.”
Hechos 22, 30; 23, 6-11
Salmo 16 (15), 1-2. 5. 7-11

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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