miércoles, 5 de junio de 2019

Meditación: Juan 17, 11-19

Meditación: Juan 17, 11-19

Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado.
Juan 17, 11

Por lo general pensamos que Dios no vive en este mundo. Sabemos que él lo creó, sopló el aliento de vida en todo lo que vive, y envió a su Hijo Jesús al mundo, quien demostró tener poder sobre todas las fuerzas de la naturaleza, para calmar las tormentas, curar a los enfermos, resucitar a los muertos y multiplicar los panes y los peces. También sabemos que ni siquiera la muerte tenía poder sobre él. Después de morir, simplemente resucitó y luego salió de este mundo ascendiendo al cielo, de donde había venido.

Entonces, si Jesús no está en este mundo, ¿dónde estamos nosotros? ¿Somos meras criaturas que vivimos encadenadas por las limitaciones de este mundo pecador sin posibilidad de liberación? ¡No! Dos veces en el Evangelio de hoy, Jesús le dice al Padre: “Así como yo no soy del mundo, ellos tampoco son del mundo” (Juan 17, 14. 16). ¡Qué declaración tan asombrosa! Aun cuando todavía vivamos físicamente en este mundo, también somos espiritualmente uno con Cristo.

¡Piénsalo! La vida que ahora tenemos, la vivimos por la fe en Cristo, que murió por nosotros (v. Gálatas 2, 20). Esta fe es la convicción de que nuestra antigua identidad realmente murió en la cruz; es la fe de que podemos tener una vida nueva y que Aquel que comenzó a hacer su buena obra en nosotros, la llevará a buen fin (v. Filipenses 1, 6). Esta es la fe de que nunca nos faltará la sabiduría, la fuerza ni los recursos que necesitamos para vivir unidos a Cristo; la fe de que el amor del Padre siempre estará disponible para llenarnos hasta rebosar, como lo hizo en la vida de Jesús.

¡Claro, hermano, tú tampoco perteneces a este mundo porque estás unido a Cristo! Aunque no puedas evitar los males que son tan comunes en esta vida, tú puedes rechazarlos y no ceder a sus atractivos. Tú puedes reconocer y rechazar el afán de buscar riquezas y bienes; puedes librarte del mal carácter, del afán de venganza y de los deseos impuros; y puedes controlarte en el comer y el beber. ¿Por qué? Porque le perteneces a Dios. Declara esta verdad hoy en voz alta, y aprovecha todas las oportunidades que tu Dueño te presente para practicar tu vida nueva. ¡Recuerda que le perteneces a Jesús!
“Gracias, Señor, por rescatarme de este mundo pecador. Enséñame a vivir desde hoy como ciudadano de cielo.”
Hechos 20, 28-38
Salmo 68 (67), 29-30. 33-36

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