martes, 18 de junio de 2019

Meditación: Mateo 5, 43-48

Imagen relacionadaAmen a sus enemigos. (Mateo 5, 44)


¿Quién es mi enemigo? Cuando pasamos casi todo el tiempo con personas muy parecidas a nosotros, es fácil generalizar negativamente a quienes son de otros grupos étnicos, idiomas o condiciones sociales y, como son tan diferentes, nos ponemos “en contra” de ellos.

Pero intenta hacer este experimento: Imagínate que estás en una gran fiesta con una amplia variedad de personas. El anfitrión pide a los invitados que se dividan en dos grandes grupos: los mayores de 30 años y los menores. En seguida, el anfitrión pide que se separen los hombres y las mujeres. Luego les dice que se dividan los solteros y los casados, y luego los que prefieren el verano y los que prefieren el invierno, los deportistas y los espectadores. Si el juego continúa por un largo tiempo, descubrirás que en algún momento formaste parte de casi todos los grupos que se formaron en el salón según sus preferencias o características personales.

Claro, todos somos diferentes y nuestro Padre celestial nos ama y nos considera valiosos a todos por igual. Así que la próxima vez que te topes con alguien que parece ser muy distinto a ti, no lo veas como un “extraño”, y menos aún como un “enemigo”. Más bien, considera que es un amigo que aún no has podido conocer bien. Luego trata de entablar conversación y descubrir en qué coinciden los dos. Ese siempre es el primer paso para aprender a amar.

¿Dónde encontramos las coincidencias? Lo primero es mirarnos a nosotros mismos y ver que todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, que Dios es nuestro Padre y todos somos sus hijos. Todos somos pecadores que no hemos cumplido los designios de Dios y todos tenemos las mismas necesidades básicas de alimentación, techo, vestido, educación y amor. Así pues, si lo pensamos bien, compartimos innumerables similitudes con muchísimas personas.

Una vez que hayas visto estas similitudes y otras, puedes dar el siguiente paso: buscar alguna característica única de la otra persona. Probablemente tiene su propia historia de generosidad y virtudes heroicas; tal vez podría estar cargando con una pesada cruz con fe y silencio. Todos llevamos en el alma la imagen de Dios, así que los demás pueden revelarte una faceta de la naturaleza de Dios que tú nunca habías descubierto.

Entonces, ¿somos iguales o somos diferentes? Somos las dos cosas. Y así es como Dios lo quiere.
“Padre celestial, ¡gracias por darme hermanos y hermanas tan diferentes!”
2 Corintios 8, 1-9
Salmo 146 (145), 2. 5-9

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