domingo, 30 de junio de 2019


RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 9,51-62


Evangelio según San Lucas 9,51-62
Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén
y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento.
Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén.
Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?".
Pero él se dio vuelta y los reprendió.
Y se fueron a otro pueblo.
Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: "¡Te seguiré adonde vayas!".
Jesús le respondió: "Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza".
Y dijo a otro: "Sígueme". El respondió: "Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre".
Pero Jesús le respondió: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios".
Otro le dijo: "Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos".
Jesús le respondió: "El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios".

RESONAR DE LA PALABRA

Seguir a Jesús en libertad y amor

La idea de seguir a Jesús nos hace pensar en la vocación. Todos somos llamados por Jesús a seguirle. Por otra parte es cierto que sólo a algunos se les invita a cambiar de estilo de vida, a asumir una nueva forma de vida en la Iglesia con respecto a la que tenían. 

¿Qué significa seguir a Jesús para los cristianos en general? En el Evangelio de hoy parece que Jesús pone las cosas difíciles a los que quieren seguirlo. A uno le promete vivir en la más total de las pobrezas –“las zorras tiene madriguera pero el Hijo no tiene donde reposar la cabeza”–, a otro le pide que abandone a su familia sin siquiera enterrar a su padre –para los judíos enterrar a los muertos es uno de los más sagrados deberes, cuánto más al padre–, a otro le impide incluso despedirse de su familia. La llamada de Jesús es una llamada radical que descoloca a las personas de su vida para ponerlas al servicio del Reino.

Entonces, ¿quién puede seguir a Jesús? La respuesta está en la segunda lectura, de la carta a los gálatas. Ahí está la clave para comprender el servicio del Reino al que Jesús nos llama. Incluso se podría cambiar el orden de las lecturas y leer la segunda después del Evangelio. Pablo comienza proclamando que Jesús nos ha liberado para que seamos libres. El Reino es lo absolutamente contrario a la esclavitud. El Reino de Dios es el reino de la libertad. Vivir al servicio del Reino significa asumir radicalmente la libertad que Dios nos ha concedido en Cristo. Asumirla con sus riesgos y asumirla responsablemente. Entrar en el Reino es madurar como personas. Los hijos de Dios no tienen más vocación que la libertad. Y ahí no se pueden hacer concesiones. No hay que volverse a mirar el tiempo en que fuimos esclavos, no hay que preocuparse siquiera de enterrar lo que abandonamos. Nuestra vocación nos llama a crecer en libertad. No es fácil vivir en libertad y asumirla responsablemente. Es un camino duro –como el de Jesús, en subida hacia Jerusalén–. Supone renunciar a muchas seguridades. Pero ahí es donde nos quiere Dios. 

Claro que es una libertad atemperada en la relación por el amor. Somos libres para amar con todo el corazón. Somos libres desde la verdad más verdadera de nuestras vidas: todos somos hermanos y hermanas en Jesús. Somos libres para tomar las decisiones que nos lleven a amar y respetar la vida en su integridad, la propia y la de los demás. Somos libres para defender la vida frente a todas las amenazas. Somos libres para vivir en solidaridad con toda la creación. Seguir a Jesús para el cristiano significa madurar en libertad, dejar de ser esclavo de las normas y ser agente activo en la construcción de un mundo más justo, más hermano y más libre. 

Para la reflexión

¿Cuáles son mis esclavitudes? Trata de concretarlas (el qué dirán, el alcohol, la pereza...). ¿Cómo trato de liberarme de ellas? ¿Qué significa para mí vivir en libertad? ¿En qué medida estoy trabajando para hacer que este mundo sea más humano, más libre y fraterno?
Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 29 de junio de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 16,13-19.


Evangelio según San Mateo 16,13-19.
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?".
Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".
"Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.
Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".

RESONAR DE LA PALABRA

¡Hermanas y hermanos! ¡Paz y bien!

Celebrar San Pedro y San Pablo es celebrar la vida de la Iglesia en su totalidad, es decir, en su dimensión estructural, jerárquica, administrativa y sacramental (Pedro) y en su dimensión misionera (Pablo). Para esto, es fundamental comprender la pregunta que Jesús hace a sus discípulos: “¿quién decís que soy yo?” Responder a esta pregunta es imprescindible para ser discípulo de Jesús al estilo de los apóstoles.

Pedro la respondió en nombre de todos: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Pero su respuesta no vino de lo que había oído, sino porque Dios le había revelado. Y esto no se dio porque Pedro era mejor o más entendido que los demás, sino por su compromiso y fidelidad a Jesús y su misión. Así, la fe profesada por Pedro constituye el fundamento de la Iglesia.

A la respuesta de Pedro, Jesús le revela la misión que desea confiarle: “tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”. En este diálogo aparece, de manera anticipada, el drama de la historia del Papado, caracterizado por la presencia de dos elementos: la fuerza que viene de lo Alto, que constituye el fundamento de la Iglesia, y la debilidad humana, que necesita abrirse a la acción de Dios.

De igual modo, lo vemos en Pablo: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe”. Seguramente, no se trata del combate del combatiente, sino de la fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Igualmente, vemos en Pablo el tema de la acción divina y la apertura de la fragilidad humana a la gracia: “Así que muy a gusto me gloriaré de mis debilidades, para que se aloje en mí el poder de Cristo. Por eso estoy contento con las debilidades, insolencias, necesidades, persecuciones y angustias por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (1Cor 12,9-10).

Lo que contemplamos en la experiencia de Pedro y Pablo desde el encuentro con Jesús es un cambio profundo en la existencia de estos dos hombres. Ellos fueron transformados por el amor y la bondad de Dios. Pidamos al Señor que nos ayude a seguir el camino de los apóstoles, siendo fieles a su Iglesia, que, en la diversidad de dones, expresa la belleza de la misión que Cristo le confió.

Nuestro hermano en la fe.
Eguione Nogueira, cmf.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 28 de junio de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 15,3-7

Evangelio según San Lucas 15,3-7
Jesús les dijo entonces esta parábola:
"Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría,
y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido".
Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse".

RESONAR DE LA PALABRA

¡Hermanas y hermanos! ¡Paz y bien!

En general, cuando nos encontramos en un paisaje natural, escuchamos una bella canción o contemplamos la obra de un artista, la reacción es de asombro frente a lo que vemos. El Evangelio de hoy nos remite a este tipo de reacción, pero frente a algo totalmente atípico, original y provocador: los secretos del Reino fueron escondidos a los sabios y entendidos y revelados a la gente sencilla. Jesús invierte la lógica de nuestro mundo: el tesoro del Evangelio no está en las manos de los doctores, sino entre aquellos que no cuentan en la sociedad. Son las personas “sin nombre”, los que hoy podríamos considerar los “sin papeles” o tantos otros, los privilegiados de la sabiduría divina.

Esta oración de alabanza suena como un insulto en una sociedad donde los títulos, las metas, la competitividad, la renta y el poder son parámetros que regulan nuestras relaciones. Esta es la única oración de alabanza de Jesús en los Evangelios. En ella Dios no necesita culto, tampoco sacrificios. Sólo aparece el agradecimiento, que es una necesidad nuestra. Aprender a ser agradecidos al Padre. Esto es lo que Jesús nos enseña: el reconocimiento de que Dios nos sorprende con su amor y, en su elección, revela sus secretos a los que tienen un corazón humilde.

Así es el Corazón de Jesús, cuya solemnidad celebramos hoy. En el se revela el secreto del amor incondicional hacia la humanidad. En los latidos de su corazón contemplamos su infinita misericordia. Recemos, con la oración de Santa Faustina que nos conceda un corazón misericordioso, semejante al de Jesús:

“Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso, para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo. A nadie rehusaré mi corazón. Seré sincera incluso con aquellos que sé que abusarán de mi bondad. Y yo misma me encerraré en el misericordioso Corazón de Jesús. Soportaré mis propios sufrimientos en silencio. Que tu misericordia, oh Señor, repose en mí. Oh Jesús mío, transfórmame en Ti, pues Tú lo puedes todo”.

Nuestro hermano en la fe.
Eguione Nogueira, cmf.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 27 de junio de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 7,21-29

Evangelio según San Mateo 7,21-29
Jesús dijo a sus discípulos: "No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.Muchos me dirán en aquel día: 'Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?'.Entonces yo les manifestaré: 'Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal'.Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca.Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena.Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande".Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba asombrada de su enseñanza,porque él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas.

RESONAR DE LA PALABRA

¡Hermanas y hermanos! ¡Paz y bien!

Hacer la voluntad Dios es el tema central de la liturgia de la Palabra de hoy. Uno de los grandes desafíos que encontramos en nuestra fe cristiana consiste precisamente en esto: hacer la voluntad de Dios. En general, se encuentran diversos argumentos para no hacer su voluntad, aunque ninguno de ellos se justifica. Puede ser por la dificultad en saber cual es su voluntad en nuestra vida, por la falta de fe o al poner nuestros intereses meramente humanos como criterio de realización personal.

A veces, la voluntad de Dios no coincide con nuestros deseos y optamos por seguir nuestros impulsos. En otros momentos, su voluntad parece muy difícil de ser concretizada en nuestra vida, y acabamos por desistir. Esto fue lo que pasó con Abrán y Saray: él de edad avanzada, ella estéril. Eran dos situaciones vitales que hacían imposible que la promesa de Dios hecha a Abrán se realizase. En la duda, Saray quiso facilitar la realización de la promesa de Dios, cediendo la esclava Hagar para que tuviese un hijo con Abrán. Pero el embarazo de Agar trajo conflictos en la relación de los tres, pues no era aquel el plan de Dios.

Este texto nos muestra que no podemos sesgar o abreviar los planes de Dios en nuestra existencia. Es necesario esperar y confiar que el tiempo de Dios es diferente de lo nuestro. Para ello, no basta saber de memoria las enseñanzas de la Sagrada Escritura o la doctrina de la Iglesia, sin un compromiso efectivo. La confianza no significa solo decir: “Señor, Señor”, sino poner en obra su Palabra. De nada sirve ir a la misa todos los días, recibir la comunión, pagar el diezmo y cumplir algunos preceptos religiosos, si nuestra vida, nuestros proyectos y nuestras actitudes no están conformes a lo que Jesús vivió y enseñó. Pidamos el don del discernimiento, para que sepamos cual es la voluntad de Dios y el don de la paciencia, para saber esperar el tiempo de Dios en nuestra vida, pues como decía Santa Teresa: “quien a Dios tiene, nada le falta”.

Nuestro hermano en la fe.
Eguione Nogueira, cmf.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 26 de junio de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 7,15-20.


Evangelio según San Mateo 7,15-20.
Jesús dijo a sus discípulos: 
Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.
Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos?
Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos.
Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos.
Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego.
Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán.

RESONAR DE LA PALABRA

¡Hermanas y hermanos! ¡Paz y bien!

Las lecturas de hoy nos presentan dos actitudes: la de Abrán (primera lectura) y de los falsos profetas (Evangelio). Veamos cómo se presentan:

El capítulo 15 de Génesis se articula en un duplo tiempo y espacio: en la primera escena (Gen 15, 1-6) es noche, el patriarca Abrán está dentro de su tienda o santuario y tiene una visión. Se entabla el primer diálogo con Dios. El Señor presenta sus credenciales con expresiones que se conectan: “No temas, Abrán, yo soy tu escudo, y tu paga será abundante”. El Señor se presenta como protector de Abrán. Por su parte, Abrán contesta al Señor con una queja: “No me has dado hijos, y un criado de casa me heredará”.

Entonces, el Señor lo saca afuera (tal vez de sí mismo) y le invita a mirar al cielo: “Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes”. Es noche y las estrellas le sirven de señal. Aún en las noches oscuras de nuestra vida podemos contemplar un cielo infinito y estrellado de esperanza. Abran creyó al Señor. Este creer significa que Abrán puso su confianza en Dios, en un futuro que solo podría ser contemplado con la fe, pese la realidad decir lo contrario.

La segunda escena (Gen 15,17-21), se desarrolla desde el atardecer hasta la noche, en un santuario en el campo abierto. Con una teofanía, Dios se revela y hace alianza con su siervo Abrán y con su descendencia, todavía no existente. La paradoja de la fe es aceptar, aún en la oscuridad (la esterilidad de la pareja), la promesa de Dios en nuestra vida (tantos hijos como las estrellas). A Abrán le tocaría muchas otras pruebas, pero siguió confiando.

En contrapartida, encontramos la actitud de los “falsos profetas”. Su actitud no se trata de los que dicen cosas equivocadas, sino los que “dicen, pero no hacen”. Son los que conocen la puerta estrecha y el camino por hacer, lo enseñan a los demás, pero no lo siguen. Entre lo que dicen y lo que practican hay un abismo. Y no lo hacen por causa de la fragilidad humana, sino por estrategia de vida. Esto lo vemos a menudo en el discurso de políticos oportunistas – incluso valiéndose de símbolos religiosos – al ofrecer soluciones fáciles (populistas) a situaciones complejas de la sociedad; igualmente lo vemos en muchos líderes religiosos en sus predicaciones: exigen una actitud moral de sus fieles, pero esconden, bajo forma del moralismo, su incoherencia de vida.

No basta profesar la fe con la boca si no le sigue acciones que la expresan. Por el fruto de nuestra vida se puede deducir nuestra confianza en Dios. A Abrán le tocó una descendencia incontable como las estrellas del cielo o la arena del mar, pues confió su vida y su futuro en las manos de Dios.

Nuestro hermano en la fe.
Eguione Nogueira, cmf.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 25 de junio de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 7,6.12-14

Evangelio según San Mateo 7,6.12-14
No den las cosas sagradas a los perros, ni arrojen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes para destrozarlos.
Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.
Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí.
Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran.

RESONAR DE LA PALABRA

¡Hermanas y hermanos! ¡Paz y bien!

El Evangelio de hoy nos presenta la regla de oro, la síntesis de la Ley y los profetas: “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”. Esta regla está presente en otras religiones y era muy conocida para los judíos: “No hagas a otro lo que a ti no te agrada” (Tobias 4,15). ¿En qué consiste, entonces, la novedad de Jesús?

La diferencia es que antes el cumplimiento de este consejo se hacía simplemente por “no hacer” o evitar el mal hacia los demás. En Jesús, este consejo es una invitación a hacer el bien por los demás de la forma que esperamos recibir los beneficios que las personas pueden hacernos. El amor verdadero se concretiza en el quehacer cotidiano. Por eso, Santo Ignacio decía que “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras”. No basta decir que no hacemos el mal a los demás, como suele ocurrir en algunas confesiones. Esto no es suficiente. Lo que Jesús nos pide es que seamos proactivos, que tengamos control de nuestra conducta de forma creativa, positiva y, sobre todo, activa. 

Y más, al usar esta medida, nuestro relacionamiento estará en conformidad con las enseñanzas de Dios presentes en la Ley y en los profetas. Además, la probabilidad en crear relaciones fraternas aumenta al aplicarla. Esto lo vemos claramente en la primera lectura de hoy. Abrán y Lot se hicieron ricos en rebaño, tierras, oro y plata. Pero la riqueza se hizo un obstáculo en la convivencia de ellos; y empezaron los conflictos. Abrán da pruebas de que no querría conflictos y sugiere la separación para evitar algo peor: “no haya disputas entre nosotros dos, ni entre nuestros pastores, pues somos hermanos”. Abrán deja a Lot la elección de la parte de la tierra que quisiese, renunciando a las mejores tierras. Es una actitud a la que no todos estamos dispuestos: renunciar a nuestros intereses egoístas en pro de la fraternidad.

Pidamos al Señor que nos ayude a superar todos los obstáculos que impiden la solidaridad hacia los demás, que nos ayude a ensanchar nuestro corazón con buenas acciones, pues, al fin y al cabo, todos ganamos en hacer el bien.

Nuestro hermano en la fe.
Eguione Nogueira, cmf.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 24 de junio de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 1,57-66.80.


Evangelio según San Lucas 1,57-66.80.
Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.
Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre;
pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan".
Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre".
Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.
Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados.
Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.
Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él.
El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.

RESONAR DE LA PALABRA

¡Hermanas y hermanos! ¡Paz y bien!

Juan Bautista, el precursor de Jesús, se encuentra entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. A partir de la similitud de las narrativas de la infancia de Jesús y de Juan en el evangelio de Lucas la liturgia celebra el nacimiento de ambos: el de Jesús en el solsticio de invierno y el de Juan en el solsticio de verano.

La fiesta de la Natividad de Juan Bautista nos invita a valorar los pequeños acontecimientos de la vida, como el nacimiento de un niño. Con el nacimiento de Juan nos lleva a contemplar el Dios que, además de hacerse uno de nosotros en Jesús, nos prepara para recibirle como nuestro Salvador. Este es el modo de actuar de Dios en la historia: como un agricultor prepara la tierra para sembrar, Dios fue preparando la humanidad a lo largo de la historia hasta que se manifestó en su Hijo. De igual modo, también prepara nuestro corazón, a través de personas y acontecimientos, para que vayamos poco a poco descubriendo sus huellas en nuestra historia.
Juan Bautista prepara la venida inminente del Hijo de Dios. Aun en el vientre de su madre anuncia, con un salto de alegría, la presencia de Dios hecho niño. Juan intuyó que su quehacer en la vida era preparar la venida del que venía detrás de él. Y para ello vivió y por ello murió. Así fue toda su vida, en estrecha relación con Jesús, señalando a Cristo, diciendo a los hombres dónde, cómo y cuándo podrían encontrarse con el Mesías esperado.

Todos nosotros llevamos, por el bautismo, la misión de Juan: señalar a los demás donde encontrar a Jesús, no solo con palabras, sino con nuestro estilo de vida, con nuestras opciones, con la radicalidad de nuestra fe y la fidelidad al Evangelio. Que la festividad de hoy, celebrando la esperanza que nace con un niño, nos lleve a comprender que Dios elije lo más escondido, lo más frágil, lo más pequeño para preparar su llegada. 

Nuestro hermano en la fe.
Eguione Nogueira, cmf.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 23 de junio de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 9,11b-17.

Evangelio según San Lucas 9,11b-17.
Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados.
Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: "Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto".
El les respondió: "Denles de comer ustedes mismos". Pero ellos dijeron: "No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente".
Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: "Háganlos sentar en grupos de cincuenta".
Y ellos hicieron sentar a todos.
Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud.
Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.

RESONAR DE LA PALABRA

La Eucaristía, compartir el pan con Jesús

Hoy sigue habiendo hambre en el mundo. Y no estoy pensando en el hambre espiritual de que tanto se habla en la Iglesia. Ciertamente hay muchas personas desorientadas, perdidas en el desamor, en la violencia, encerradas en sí mismas, agotadas por las dificultades. Pero es que, además de todo eso, en nuestro mundo hay todavía hambre real, estómagos vacíos o que no saben lo que es llenarse del todo. Muchas de nuestras parroquias siguen repartiendo comida a gente que no tiene recursos para comprarla. Eso no sucede solamente en África o en Asia. Eso sucede en los países más industrializados y ricos. En eso que se llama pomposamente “democracias avanzadas”. 

Por eso, el pan, alimento básico en muchas culturas, es un auténtico sacramento de la vida. El pan y el vino de las culturas mediterráneas, el pan y los peces del Evangelio. Para los que tienen hambre el alimento es la urgencia más absoluta de todas. Todo lo demás puede esperar. Pero el hambre y la sed es necesario satisfacerlas ya mismo. En muchos países se proclaman leyes para atender muchas otras necesidades: desde el respeto a los animales hasta el derecho de los homosexuales a vivir en pareja. Está bien. Todo eso está bien. Pero no podemos olvidar esas urgencias básicas que siguen llamando a nuestra puerta. El hambre y el pan como elemento básico que sacia ese hambre, como signo-sacramento de la vida. Sin él no hay acceso a la vida. Sin él no hay esperanza. 

La Eucaristía es el sacramento del pan, el sacramento de la vida compartida. La Eucaristía es un sacramento lleno de fuerza que nos recuerda nuestra elemental y básica dependencia del alimento. Sin alimento no hay vida. Sin alimento nos llega la muerte. En torno al alimento la familia humana crece, la relación se establece. Compartir el pan ha significado siempre compartir la vida, la amistad, el cariño. Invitar a alguien a nuestra casa significa invitarle a tomar algo, darle de comer. 

Hoy y cada día es Jesús el que nos invita a comer con él y con los hermanos –no hay que olvidar ninguna de las dos dimensiones: con él y con los hermanos, no se da una sin la otra–. Al comer con él, reconocemos nuestra necesidad básica de pan. Al comer con él, nos hacemos de su familia, nuestra fraternidad se reafirma. Al comer con él, su palabra nos llega, con su pan, más hondo al corazón. Al comer con él, podemos soñar que nuestro mundo dividido y roto, se reconcilia y que la humanidad es una sola familia. Al comer con él, nuestro sueño se hace un poco realidad. Al comer con él, tomamos fuerzas para seguir caminando, para seguir comprometidos al servicio del Evangelio, para seguir amando, curando, ayudando y compartiendo. Y, sobre todo, dando de comer a los hambrientos.

Para la reflexión

¿Qué significa para mí participar en la Eucaristía, escuchar la palabra y comulgar? ¿Siento la presencia de Jesús en mí y en mis hermanos? ¿A qué me compromete comulgar el cuerpo de Cristo?
Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA 

sábado, 22 de junio de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 9,11b-17.

Evangelio según San Lucas 9,11b-17.

Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados.
Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: "Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto".
El les respondió: "Denles de comer ustedes mismos". Pero ellos dijeron: "No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente".
Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: "Háganlos sentar en grupos de cincuenta".
Y ellos hicieron sentar a todos.
Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud.
Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.

RESONAR DE LA PALABRA

La Eucaristía, compartir el pan con Jesús

Hoy sigue habiendo hambre en el mundo. Y no estoy pensando en el hambre espiritual de que tanto se habla en la Iglesia. Ciertamente hay muchas personas desorientadas, perdidas en el desamor, en la violencia, encerradas en sí mismas, agotadas por las dificultades. Pero es que, además de todo eso, en nuestro mundo hay todavía hambre real, estómagos vacíos o que no saben lo que es llenarse del todo. Muchas de nuestras parroquias siguen repartiendo comida a gente que no tiene recursos para comprarla. Eso no sucede solamente en África o en Asia. Eso sucede en los países más industrializados y ricos. En eso que se llama pomposamente “democracias avanzadas”. 

Por eso, el pan, alimento básico en muchas culturas, es un auténtico sacramento de la vida. El pan y el vino de las culturas mediterráneas, el pan y los peces del Evangelio. Para los que tienen hambre el alimento es la urgencia más absoluta de todas. Todo lo demás puede esperar. Pero el hambre y la sed es necesario satisfacerlas ya mismo. En muchos países se proclaman leyes para atender muchas otras necesidades: desde el respeto a los animales hasta el derecho de los homosexuales a vivir en pareja. Está bien. Todo eso está bien. Pero no podemos olvidar esas urgencias básicas que siguen llamando a nuestra puerta. El hambre y el pan como elemento básico que sacia ese hambre, como signo-sacramento de la vida. Sin él no hay acceso a la vida. Sin él no hay esperanza. 

La Eucaristía es el sacramento del pan, el sacramento de la vida compartida. La Eucaristía es un sacramento lleno de fuerza que nos recuerda nuestra elemental y básica dependencia del alimento. Sin alimento no hay vida. Sin alimento nos llega la muerte. En torno al alimento la familia humana crece, la relación se establece. Compartir el pan ha significado siempre compartir la vida, la amistad, el cariño. Invitar a alguien a nuestra casa significa invitarle a tomar algo, darle de comer. 

Hoy y cada día es Jesús el que nos invita a comer con él y con los hermanos –no hay que olvidar ninguna de las dos dimensiones: con él y con los hermanos, no se da una sin la otra–. Al comer con él, reconocemos nuestra necesidad básica de pan. Al comer con él, nos hacemos de su familia, nuestra fraternidad se reafirma. Al comer con él, su palabra nos llega, con su pan, más hondo al corazón. Al comer con él, podemos soñar que nuestro mundo dividido y roto, se reconcilia y que la humanidad es una sola familia. Al comer con él, nuestro sueño se hace un poco realidad. Al comer con él, tomamos fuerzas para seguir caminando, para seguir comprometidos al servicio del Evangelio, para seguir amando, curando, ayudando y compartiendo. Y, sobre todo, dando de comer a los hambrientos.

Para la reflexión

¿Qué significa para mí participar en la Eucaristía, escuchar la palabra y comulgar? ¿Siento la presencia de Jesús en mí y en mis hermanos? ¿A qué me compromete comulgar el cuerpo de Cristo?
Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA 

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 6,24-34


Evangelio según San Mateo 6,24-34
Dijo Jesús a sus discípulos: 
Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero.
Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido?
Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos?
¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida?
¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer.
Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos.
Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe!
No se inquieten entonces, diciendo: '¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?'.
Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan.
Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura.
No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción.

RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Hace mucho tiempo que los mercados han dejado de ser «de abastos». En realidad, no buscamos en ellos lo que nos basta para vivir hoy sino lo que nos asegura no tener que sufrir nunca carencia alguna. Todo es más caro en estos nuevos mercados; a la postre, el precio es la propia vida. Porque hemos sido creados para la dependencia sencilla y no para la independencia exuberante. La seguridad plena –que, en realidad, no existe– se compra a precio de libertad mermada. Y cuando la libertad sale por la puerta, la vida huye por la ventana.

He aquí por qué nos resultan tan radicales y tan contraculturales los discursos de Jesús y de Pablo que hoy nos ofrece la liturgia. «Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad» (2Cor 12,9). «Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura» (Mt ). Ambas son frases de una sabiduría incalculable: la de quien sabe ver lo grande en lo sencillo y lo mucho en lo único. Ningún sabio ha necesitado más cuando realmente lo ha sido. Porque el corazón que se abre sinceramente a Dios termina por vivir sencillamente de su Palabra y por obrar con un ánimo indiviso en favor de su amor. En este sentido, a un corazón tal le basta para entregarse la gracia del Señor, le basta con saber que Dios se cuida de aquellos a quienes ama.

Todos –aun quienes más saciados están y más riqueza acumulan en esta tierra– experimentamos en algún momento el abismo de la existencia. Entonces, cuando nos cercan las preguntas últimas, ¿cuál es nuestro descanso? ¿Cuál nuestra esperanza? ¿Dónde tenemos nuestro abasto? Dejemos que sea el Señor mismo quien nos cuestione. Quizá un día nos descubramos maravillados musitando las palabras de la Santa: Solo Dios basta...

Fraternalmente:
Adrián de Prado Postigo cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 21 de junio de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 6,24-34

Evangelio según San Mateo 6,24-34.

Dijo Jesús a sus discípulos: 
Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero.
Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido?
Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos?
¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida?
¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer.
Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos.
Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe!
No se inquieten entonces, diciendo: '¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?'.
Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan.
Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura.
No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción.

RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Hace mucho tiempo que los mercados han dejado de ser «de abastos». En realidad, no buscamos en ellos lo que nos basta para vivir hoy sino lo que nos asegura no tener que sufrir nunca carencia alguna. Todo es más caro en estos nuevos mercados; a la postre, el precio es la propia vida. Porque hemos sido creados para la dependencia sencilla y no para la independencia exuberante. La seguridad plena –que, en realidad, no existe– se compra a precio de libertad mermada. Y cuando la libertad sale por la puerta, la vida huye por la ventana.

He aquí por qué nos resultan tan radicales y tan contraculturales los discursos de Jesús y de Pablo que hoy nos ofrece la liturgia. «Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad» (2Cor 12,9). «Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura» (Mt ). Ambas son frases de una sabiduría incalculable: la de quien sabe ver lo grande en lo sencillo y lo mucho en lo único. Ningún sabio ha necesitado más cuando realmente lo ha sido. Porque el corazón que se abre sinceramente a Dios termina por vivir sencillamente de su Palabra y por obrar con un ánimo indiviso en favor de su amor. En este sentido, a un corazón tal le basta para entregarse la gracia del Señor, le basta con saber que Dios se cuida de aquellos a quienes ama.

Todos –aun quienes más saciados están y más riqueza acumulan en esta tierra– experimentamos en algún momento el abismo de la existencia. Entonces, cuando nos cercan las preguntas últimas, ¿cuál es nuestro descanso? ¿Cuál nuestra esperanza? ¿Dónde tenemos nuestro abasto? Dejemos que sea el Señor mismo quien nos cuestione. Quizá un día nos descubramos maravillados musitando las palabras de la Santa: Solo Dios basta...

Fraternalmente:
Adrián de Prado Postigo cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA

EL ESPÍRITU SANTO ES EL CREADOR DE LA COMUNIÓN

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Cincuenta días después de la Pascua, en ese cenáculo que ya es su hogar y donde la presencia de María, madre del Señor, es el elemento de cohesión, los Apóstoles viven un evento que supera sus expectativas. Reunidos en oración – la oración es el «pulmón» que hace respirar a los discípulos de todos los tiempos; sin oración no se puede ser discípulo de Jesús; sin oración no podemos ser cristianos .Es el aire, es el pulmón de la vida cristiana – son sorprendidos por la irrupción de Dios. Es una irrupción que no tolera lo cerrado: abre de par en par las puertas a través de la fuerza de un viento que recuerda el ruah, el aliento primordial, y cumple la promesa de la «fuerza» hecha por el Resucitado antes de su despedida (ver Hechos 1,8). De repente, viene desde el cielo, «un ruido, como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa donde se encontraban” (Hechos 2,2).
Al viento, después, se agrega el fuego que recuerda a la zarza ardiente y al Sinaí con el don de las diez palabras (ver Ex. 19,16-19). En la tradición bíblica, el fuego acompaña a la manifestación de Dios. En el fuego, Dios da su palabra viva y enérgica (ver Hebreos 4:12) que se abre al futuro; el fuego expresa simbólicamente su obra de calentar, iluminar y probar los corazones, su cuidado en probar la resistencia de los trabajos humanos, en purificarlos y revitalizarlos. Mientras que en el Sinaí se escucha la voz de Dios, en Jerusalén, en la fiesta de Pentecostés, es Pedro quien habla, la roca sobre la cual Cristo ha elegido edificar su Iglesia. Su palabra, débil e incluso capaz de negar al Señor, atravesada por el fuego del Espíritu toma fuerza, se vuelve capaz de atravesar los corazones y moverlos hacia la conversión. En efecto, Dios elige lo que en el mundo es débil para confundir a los fuertes (ver 1 Corintios 1:27).

La Iglesia nace, pues, del fuego del amor y de un «incendio» que se propaga en Pentecostés y que manifiesta la fuerza de la Palabra del Resucitado imbuida del Espíritu Santo. La Alianza nueva y definitiva ya no se funda en una ley escrita en tablas de piedra, sino en la acción del Espíritu de Dios que hace nuevas todas las cosas y se graba en corazones de carne.
La palabra de los Apóstoles se impregna del Espíritu del Resucitado y se convierte en una palabra nueva, diferente que, sin embargo, puede entenderse como si se tradujera simultáneamente en todos los idiomas: de hecho, «cada uno los escuchó hablar en su propia lengua » (Hechos 2: 6). Es el lenguaje de la verdad y del amor, que es la lengua universal: incluso los analfabetos pueden entenderla. Todos entienden el lenguaje de la verdad y del amor. Si vas con la verdad en el corazón, con la sinceridad, y vas con amor, te entenderán todos. Aunque no puedas hablar, pero con una caricia, que sea verdadera y amable.
El Espíritu Santo no solo se manifiesta a través de una sinfonía de sonidos que une y compone armónicamente las diferencias, sino que se presenta como el director de orquesta que interpreta la partitura de las alabanzas de las «grandes obras» de Dios. El Espíritu Santo es el artífice de la comunión, es el artista de la reconciliación que sabe eliminar las barreras entre los judíos y los griegos, entre los esclavos y los libres, para formar un solo cuerpo. Él edifica la comunidad de los creyentes armonizando la unidad del cuerpo y la multiplicidad de los miembros. Hace que la Iglesia crezca ayudándola a ir más allá de los límites humanos, de los pecados y de cualquier escándalo.
La maravilla es muy grande, y algunos se preguntan si aquellos hombres están borrachos. Entonces, Pedro interviene en nombre de todos los apóstoles y relee ese evento a la luz de Joel, 3, donde se anuncia un nuevo derramamiento del Espíritu Santo. Los seguidores de Jesús no están borrachos, sino que viven lo que San Ambrosio llama «la sobria ebriedad del Espíritu», que enciende entre el pueblo de Dios la profecía a través de sueños y visiones. Este don profético no está reservado solo a algunos, sino a todos aquellos que invocan el nombre del Señor.
A partir de entonces, desde aquel momento, el Espíritu de Dios mueve los corazones para recibir la salvación que pasa por una persona, Jesucristo, aquel a quien los hombres clavaron en el madero de la cruz y a quien Dios resucitó de entre los muertos «librándolo de los dolores de la muerte” (Hechos 2, 24). Es Él quien derramó ese Espíritu que orquesta la polifonía de alabanza y que todos pueden escuchar. Como decía Benedicto XVI, «Pentecostés es esto: Jesús, y mediante él Dios mismo, viene a nosotros y nos atrae dentro de sí». (Homilía, 3 de junio de 2006). El Espíritu actúa la atracción divina: Dios nos seduce con su Amor y así nos involucra para mover la historia e iniciar procesos a través de los cuales se filtra la vida nueva. En efecto, solo el Espíritu de Dios tiene el poder de humanizar y fraternizar todo contexto, a partir de aquellos que lo reciben.

Pidámosle al Señor que nos permita experimentar un nuevo Pentecostés, que ensanche nuestros corazones y armonice nuestros sentimientos con los de Cristo, de modo que anunciemos sin vergüenza alguna su palabra transformadora y seamos testigos del poder del amor que devuelve la vida a todo lo que encuentra.

Santo Padre Francisco
Audiencia General 19-06-19

Meditación: Mateo 6, 19-23

Tus ojos son la luz de tu cuerpo. (Mateo 6, 22)

¿Te ha sucedido alguna vez que ves un comercial de helados y piensas: “¡Podría ir por un helado ahora mismo!”? Sin embargo, si eres una persona con auto control podrías pensar “Bueno, en realidad, esa no es una buena idea.” Pero también podrías encontrarte acercándote a la sección de productos congelados del supermercado la próxima vez que vayas de compras. Recordaste aquella pequeña inspiración, se quedó en tus pensamientos, se convirtió en una especie de antojo y luego te llevó a actuar: ¡Compraste el helado!

Esto es de lo que Jesús nos habla en el Evangelio de hoy. Lo que captamos con los ojos despierta el interés del corazón y determina lo que hacemos.

Piensa por un minuto en cuántas imágenes ves durante el día: televisión, revistas, pancartas publicitarias, páginas de Internet y redes sociales. Mientras muchas de estas imágenes son agardables o inofensivas, otras son realmente ofensivas. Si un anuncio de 15 segundos puede generarte el deseo del helado, ¿cuánto más puede influir en el pensamiento una película entera con escenas extremadamente violentas o situaciones impuras?

Pero no tenemos que dejar que estas imágenes invadan nuestra mente, y podemos hacerlo aprendiendo a cuidarnos de lo que podemos ver y lo que nos conviene evitar. En los casos en los que ver tales cosas es simplemente inevitable, podemos aprender a bloquear las imágenes antes de que se asienten en nuestros procesos de razonamiento.

Podrías sorprenderte de como simplemente estar consciente de cuáles imágenes son buenas o inofensivas y las que no deseas ver te infundirá mayor paz en tu vida y un sentido de tranquilidad en el corazón.

Te propongo que hoy medites en las imágenes que ves en un día cualquiera. Luego, solo por diversión, toma una hoja de papel y un marcador rojo y otro verde. Durante toda la mañana, pon atención a lo que estás viendo. Si ves una imagen que deberías bloquear, haz una marca roja. Si ves una imagen buena o positiva, haz una marca verde. Luego, durante el almuerzo, saca la cuenta. ¿Hay demasiadas marcas rojas? ¿Qué puedes hacer al respecto? ¿Cómo puedes lograr la pureza de tu vista? El secreto es fijar los ojos en Jesús constantemente.
“Señor, ayúdame a proteger mis ojos y volverme a ti de todo corazón.”
2 Corintios 11, 18. 21-30
Salmo 34 (33), 2-7

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 6,19-23.

Evangelio según San Mateo 6,19-23
Jesús dijo a sus discípulos: 
No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban.
Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben.
Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón.
La lámpara del cuerpo es el ojo. Si el ojo está sano, todo el cuerpo estará iluminado.
Pero si el ojo está enfermo, todo el cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!

RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Después de reivindicar su aparente valía humana atribuyéndose todos los honores posibles –pueblo, linaje, fe, martirio, caridad–, Pablo desbarata su propio discurso con una frase genuinamente cristiana: «Si hay que presumir, presumiré de lo que muestra mi debilidad» (2Cor 11,30). La tendencia humana más común consiste en mostrar y asegurar las propias fortalezas para no sucumbir en la batalla. Pero el Apóstol dice presumir de su debilidad; o mejor, de lo que su debilidad muestra. Hay aquí, cuanto menos, una nueva forma de comprender su propia humanidad.

¿Por qué la debilidad –la cruz– es la gran querencia de los santos? ¿Qué revela tal debilidad para resultar tan apreciada por gente tan cabal? ¿Elogiar la debilidad no es acaso una forma de rendirse ante las adversidades del camino o de responder con pusilanimidad a las grandes cuestiones de la existencia? Las preguntas podrían multiplicarse en muchas direcciones. Pero la respuesta más alta y más fecunda la dieron los propios santos con la entrega de su vida. Allí donde experimentaron su mayor debilidad, hallaron la única firmeza verdaderamente tal. Porque lo que la fragilidad del creyente muestra no es su escasa consistencia humana sino la misericordia del Dios que le sostiene en ella.

Andar pertrechándose de títulos y grandezas es tanto como acumular hoy lo que la carcoma se llevará mañana. Descubrir en este mundo la gloria de la debilidad es tanto como echar desde la tierra raíces en el cielo. Si la única luz que nos hace fuertes es la nuestra propia, que está oscura, «¡cuánta será la oscuridad!» (Mt 6,23). 

Fraternalmente:
Adrián de Prado Postigo cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 20 de junio de 2019

BUENAS NOCHES ESPÍRITU SANTO


Meditación: Mateo 6, 7-15

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre. (Mateo 6, 9)

El Padre Nuestro es una plegaria llena de significado, y tan breve que puedes rezarla en menos de 20 segundos. ¿Alguna vez te has preguntado por qué esta oración es tan corta?

Bueno, en realidad el Padre Nuestro no necesita ser larga. De hecho, no por ser largas las plegarias captan más la atención de Dios que las cortas y no hay que preocuparse de decir exactamente lo correcto para que nuestro Padre celestial nos conceda una “audiencia” (Mateo 6, 7). Él siempre está atento a tus necesidades porque te ama. Incluso en este momento, sus ojos están sobre ti y sus oídos están atentos a lo que tú quieras decirle.

Segundo, el Padre Nuestro es corto para que sea fácil de memorizar. Aunque esto pareaca una razón puramente práctica, podemos recordar que durante siglos, los escritos eran muy escasos, costosos y difíciles de distribuir, y mucha gente no sabía leer. Por eso, el Señor lo hizo de tal forma que cualquiera pudiera aprender de memoria esta oración y rezarla en cualquier momento y lugar.

Tercero, el Padre Nuestro ofrece la oportunidad de escuchar. Su brevedad nos concede tiempo para decirle al Señor: “Quiero escuchar también lo que me quieras decir.” Piensa en una conversación sincera que hayas tenido con un ser querido. Probablemente tú no fuiste el único que habló y con certeza la otra persona también habló con toda honestidad. Así, escuchando, fuiste descubriendo algo nuevo de esa persona y tal vez sus palabras te conmovieron el corazón de alguna manera. Los mejores tiempos de oración son así. Cuando rezamos el Padre Nuestro, decimos lo que es más esencial, lo que necesitamos decir. Luego podemos cambiar rápidamente y poner atención para escuchar a Dios y darle la oportunidad de hablarnos.

Intenta rezar el Padre Nuestro en un momento de quietud. Rézalo lentamente; haz varias pausas y medita en cada frase. Recuerda que Dios escucha cada palabra que le dices; es más, él ve tu corazón. Él conoce todas tus anhelos y necesidades, y ni siquiera es necesario que se las menciones. Más bien, puedes darle garcias por esta oración tan hermosa y simple que nos ha dado. Luego invítalo a que te responda. A lo mejor así puedes iniciar una conversación muy significativa con él.
“Padre eterno, gracias por escucharme siempre. Ayúdame a abrir mis ojos y mis oídos a lo que tú quieras decirme.”
2 Corintios 11, 1-11
Salmo 111(110), 1-4. 7-8

Fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros