martes, 16 de abril de 2019

Meditación: Juan 13, 21-33. 36-38

Lo que tienes que hacer, hazlo pronto.
Juan 13, 27

En el Evangelio de hoy leemos que Jesús estaba celebrando la cena de pascua con sus amigos más íntimos, entre quienes estaba Judas, aunque el Señor conocía perfectamente cuáles eran los planes del traidor. También sabía que esta era la hora de su propia glorificación: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él.” (Juan 13, 31-32).

He aquí la paradoja del plan divino de la salvación: ¡El todopoderoso Hijo de Dios se hizo hombre para morir con el fin de salvarnos de nuestros pecados! Llevó una vida de absoluta santidad y obediencia al Padre, como nadie antes ni después lo ha hecho. Pero en su muerte se demuestran la sabiduría y el amor misericordioso del Padre ante el mundo entero. Jesús vio su gloria, y la gloria de su Padre, en la vida del amigo que lo traicionó, del pueblo que lo humilló, de los jefes religiosos que lo condenaron y del oficial que lo mandó ejecutar.

Jesús fue glorificado cuando lo azotaban, lo golpeaban, lo escupían y se burlaban de él, porque en esto estaba aceptando la voluntad del Padre: que sufriera la muerte en lugar de sus hermanos y hermanas rebeldes y pecadores. Precisamente por haber sufrido el abandono, la desolación y el rechazo por su sumisión a Dios, ahora está glorificado a la derecha de la Majestad celestial intercediendo por toda la humanidad.

En la coyuntura más crítica de la historia, cuando la vida de todos pendía de un hilo, la obediencia de Cristo a la voluntad del Padre resplandeció con extraordinaria belleza y majestad. Jesús consideró que en su sumisión a Dios —cosa que los demonios y los humanos desobedientes despreciaron— estaban su honor y su victoria. Su obediencia echó por tierra todas las ideas preconcebidas y demostró que Dios es justo y misericordioso. Su amor absoluto puso en evidencia el amor inquebrantable de Dios al mundo; dio a conocer a un Padre que estuvo dispuesto a pagar el precio supremo con tal de rescatar a sus hijos rebeldes.
“Oh, Rey de reyes, tu amor es tan inmenso que aceptaste una corona de espinas, un manto de sufrimiento y una túnica de muerte para salvarme. ¡Oh, feliz intercambio que nos mereció tan gran salvación! ¡A ti, Señor, el Todopoderoso que te hiciste carne, el Inmortal que moriste por los pecadores, sea toda la gloria y el honor por los siglos de los siglos!”
Isaías 49, 1-6
Salmo 71(70), 1-6. 15. 17

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