Evangelio según San Lucas 6,1-5
Un sábado, en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas entre las manos, las comían.Algunos fariseos les dijeron: "¿Por qué ustedes hacen lo que no está permitido en sábado?".Jesús les respondió: "¿Ni siquiera han leído lo que hizo David cuando él y sus compañeros tuvieron hambre,cómo entró en la Casa de Dios y, tomando los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes, comió él y dio de comer a sus compañeros?".Después les dijo: "El hijo del hombre es dueño del sábado".
Señor del sábado
Si el texto de la Epístola a los Colosenses que debíamos haber leído ayer expresaba por medio de un himno litúrgico la dimensión cósmica de la encarnación, muerte y resurrección de Cristo, hoy pone de relieve su eficacia en la vida concreta de los creyentes. La reconciliación de cielo y tierra acaecida en la Cruz se refleja en cada uno de nosotros “gracias a la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo”, que nos santifica y purifica. Pero, como esto no es un acto mágico ni meramente cósmico, sino que establece una relación personal con Dios (expresada en ese estar “en su presencia”), es necesario que nosotros perseveremos con coherencia en esa fe y esa esperanza.
Esta vida reconciliada con Dios es una verdadera liberación del estrecho legalismo en que había caído la comprensión de la ley mosaica, con su multitud de nimias y asfixiantes prescripciones. Jesús expresa esa libertad en su respuesta a las críticas de los fariseos, afirmando su propio señorío sobre la ley, en este caso, en relación con el sábado, la más sagrada de las obligaciones mosaicas, puesto que, hasta Dios, que descansó el séptimo día, se somete a ella (cf. Gn 2, 2).
El descanso sabático de Jesús es el que tiene lugar después del Viernes Santo, tras su muerte en la Cruz, que nos purifica, reconcilia y libera del pecado y de la muerte. Por eso, todas las prescripciones de la antigua ley mosaica son llevadas a su perfección (cf. Mt 5, 17) por este señorío de Cristo, que las resume y realiza en la única ley del amor, la ley de la libertad: “dilige, et quod vis fac”, “ama y haz lo que quieras” (San Agustín).
José M. Vegas cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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