Evangelio según San Mateo 9,14-17
Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?".Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido y la rotura se hace más grande.Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y los odres se pierden. ¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan!".
El ayuno y la penitencia han formado parte de una u otra manera de la tradición cristiana. Ha habido santos que se han hecho famosos por sus muchas penitencias y ayunos. En realidad, ayuno y penitencia no forma parte solo de la tradición cristiana sino de la mayoría de las otras tradiciones religiosas de la humanidad. Se entiende que para acercarse a Dios la persona tiene que purificarse, tiene que liberarse de todo lo material. Se entiende que Dios es espíritu y que todo lo de este mundo nos aleja de Dios.
Pero lo de Jesús es diferente. Se sitúa en las antípodas de esa forma de pensar. En Jesús Dios se encarna, se hace uno de nosotros. De alguna manera, y no es cuestión de entrar ahora en disquisiciones teológicas, Dios, el espíritu puro, se hace carne, se hace materia, se hace uno de nosotros, se ensucia con el barro de los caminos, come y bebe, enferma, pasa frío y todo lo demás que podríamos aquí poner que pertenece a la condición humana.
En Jesús se nos hace claro que para acercarnos a Dios ya no hace falta dejar de ser humanos. No hace falta convertirnos en espíritus puros, en alejarnos de la materia, del cuerpo y de todo lo que él conlleva –por otra parte, este cuerpo nuestro es creación de Dios, ¿cómo podemos pensar que el cuerpo es malo?–. Más bien, tendríamos que pensar que para acercarnos a Dios nos tenemos que acercar a los hermanos y hermanas. No se trata de mirar arriba, a los cielos, sino de venir abajo, al barro de la vida. Y ahí nos encontramos a Dios, acompañando a los más pobres, a los que sufren, a los abandonados…
Hace muchos años leí que un autor espiritual ruso había dicho que “no hay nada más espiritual que el pan que doy a mi hermano que tiene hambre”. Aquel autor había entendido bien el Evangelio. Vamos a dejarnos de ayunos. El novio está con nosotros. Es tiempo de vivir, de hacer realidad, la fiesta de la fraternidad. Con Jesús empieza un mundo nuevo de fraternidad. No es el ayuno ni las muchas oraciones y sacrificios lo que nos lleva a Dios sino el encuentro fraterno con el hermano, especialmente con el más pobre y necesitado.
Fernando Torres cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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