Evangelio según San Lucas 16,1-8
Jesús decía a sus discípulos:"Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes.Lo llamó y le dijo: '¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto'.El administrador pensó entonces: '¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza.¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!'.Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: '¿Cuánto debes a mi señor?'.'Veinte barriles de aceite', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez'.Después preguntó a otro: 'Y tú, ¿cuánto debes?'. 'Cuatrocientos quintales de trigo', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo y anota trescientos'.Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz."
Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia...
Esta parábola sorprende. El administrador actúa con zorrería, para salvar su situación. Y enterado el amo alaba su astucia. ¿Cuál es la enseñanza de Jesús exponiendo un caso tan evidente de falta de honradez?
Nos quedamos perplejos ante la alabanza a la astucia, sin caer en la cuenta de que no es Jesús el que lo alaba sino el señor del relato. Y casi no prestamos atención a la advertencia final que esta sí es hecha por Jesús: Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.
Como afirmó Benedicto XVI en Velletri el 23 de septiembre 2007, es preciso elegir entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad y la lógica del compartir y de la solidaridad.
Y lo que en aquel momento era mera descripción de la realidad social, pudiera ser válida para nuestros días. Todo parece indicar que hay más astucia y habilidad para el mal que para el bien. O más habilidad para hacer avanzar la injusticia que para lo que se ha encomendado a los hijos de la luz.
San Agustín, comentando este pasaje concluía que las riquezas terrenas deben servir para conseguir las verdaderas y eternas. Nosotros los cristianos debemos emplear los bienes de esta tierra para conseguir la felicidad que no tendrá fin. Emplearlos con sagacidad e inteligencia.
Ahora bien, la única manera de hacer que fructifiquen para la eternidad nuestras cualidades y capacidades personales, así como las riquezas que poseemos, es compartirlas con nuestros hermanos, siendo de este modo buenos administradores de lo que Dios nos encomienda. Dice Jesús: «El que es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo poco, también lo es en lo mucho»
Una invitación a repensar qué uso hacemos de las cosas, cómo administramos aquello de lo que podemos disponer y si caemos en la cuenta de que ni nuestra habilidad ni los bienes que poseemos son solamente nuestros. Aunque sean producto de nuestro esfuerzo, siempre son un don de Dios que nos los ha entregado para que los empleemos, como hijos de la luz, para el bien.
Virginia Fernández Aguinaco
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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