Evangelio según San Mateo 5,1-12a
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.Felices los afligidos, porque serán consolados.Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron."
La muchedumbre, quienes buscan, los bienaventurados
Tengo un amigo puertorriqueño que tiene un hijo casado con una filipina y una hija prometida a un afroamericano. En broma, le digo que va a tener nietos multicolores. Se ríe y dice que, con tal de que le llamen “abuelito”, le da lo mismo de qué color sean. Creo que así se debe sentir Dios Padre con todos sus hijos, de toda raza, pueblo y lugar. Con tal de que se reconozcan—nos reconozcamos—como hijos de Dios, pues lo somos. Con tal de que lo llamemos Padre.
Una gran muchedumbre de quienes buscan, los bienaventurados. Es decir, todos nosotros. No pensamos que seamos santos de altar, pero sí que probablemente podamos considerarnos en búsqueda y somos parte de ese pueblo llamado y congregado. Esta muchedumbre es la de los que buscan el bien, la verdad, la bondad. Los que buscan el rostro de Dios. Pero quizá al leer las bienaventuranzas no nos sintamos tan “dichosos” como dicen algunas traducciones del pasaje. La palabra griega “makarios” en realidad se refiere más bien a la más profunda felicidad, literalmente bienaventuranza, es decir, buena fortuna o bendición, de haber visto el rostro de Dios en lo tan aparentemente contradictorio: la pobreza, la persecución, el dolor y las lágrimas. A veces hemos podido escuchar las palabras con un cierto romanticismo. Pensándolo bien, son duras y difíciles, sobre todo en un mundo en que frecuentemente nos movemos a golpe de capricho y comodidad. En un mundo en que huimos del dolor a toda costa y nos preguntamos a menudo por qué la ciencia, o el dinero no han remediado nuestro problema, pequeño o grande. En un mundo en que parece que siempre hace falta algo más; siempre hay que buscar una nueva forma de diversión, un estímulo más excitante. Y donde, al final, uno se siente vacío y huérfano.
Así que, después de escuchar la lista de las múltiples calamidades que nos pueden ocurrir como hijos de Dios (o que nos están ocurriendo), se nos dice: “Alégraos y saltad de júbilo”. Y nos podemos quedar rascándonos la cabeza y preguntándonos en qué mundo será eso. Y se nos repite entonces: esto es el mundo en que personas de toda tierra, clase y lugar vienen a contemplar el rostro de Dios. Han encontrado lo más importante, han llamado a Dios Padre y han escuchado al Padre llamarlos “hijos”. Y ya no les hace falta nada más.
Hoy celebramos a Todos los santos, todos los que de verdad se sintieron hijos, esa inmensa muchedumbre que entendió este rarísimo mensaje. Quienes se sintieron bienaventurados al no tener nada, porque lo tenían TODO.
Cármen Aguinaco
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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