miércoles, 8 de noviembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA- Evangelio según San Lucas 14,25-33

 


Evangelio según San Lucas 14,25-33
Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo:

"Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo.

El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla?

No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo:

'Este comenzó a edificar y no pudo terminar'.

¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil?

Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz.

De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo."


RESONAR DE LA PALABRA

Hoy San Pablo, en su carta a los Romanos afirma que el que ama ha cumplido la plenitud de la ley. Es un mensaje de alegría y ánimo: “a nadie le debáis nada más que el amor mutuo”. Al escucharlo no ignoramos que la propuesta presenta muchas dificultades porque nuestra condición humana nos inclina a amar pero también a cerrarnos en el egoísmo, el orgullo, el resentimiento, la comodidad… A veces tomamos en serio esa bobada publicitaria del “tu lo vales” con las que nos venden cualquier capricho o estimamos que nuestro particular derecho tiene primacía sobre todo lo demás.

En el Evangelio de Lucas, es Jesús quién señala cómo tiene que ser ese amor con una dureza que nos resulta difícil de afrontar. Es un pasaje del Evangelio que, cuando lo leí por primera vez, me echó para atrás. Me parecía imposible que aquello estuviera conforme con otros textos evangélicos como la parábola del buen samaritano, por ejemplo. A fin de cuentas el levita y el sacerdote que pasaron de largo, lo hacían por respetar el rito del culto a Dios. Y el bueno era el samaritano. Y ahora encuentro que lo primero es Dios y lo demás hay que posponerlo. Señor, aclárame esto, pedía...

La traducción de la Biblia que yo utilizaba por entonces, usaba el verbo odiar: “Si alguno viene en pos de mí y no odia a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos [...]no puede ser mi discípulo”. Demasiado fuerte. En la última versión aprobada por la Conferencia Episcopal española el verbo es posponer que parece, sin duda, más aceptable. ¿Más fácil? En absoluto.

Porque para amar de verdad al prójimo, al más cercano que es la familia, y al que forma parte de toda la familia humana es necesario, imprescindible, un cimiento: el mismo Jesucristo. Nada podemos edificar sobre arena o sea un sentimiento, un deseo, una emoción, un apego. Él nos dice también “sin Mí no podéis hacer nada”. Posponer nuestros afectos más legítimos, nuestros apegos, nuestra necesidad de dar y recibir afecto significa tener a Cristo como único cimiento. El único que puede poner solidez y fortaleza a nuestro amor. Un amor que ha de manifestarse en obras y que tantas veces es frágil en inconsistente.

Virginia Fernández Aguinaco

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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