sábado, 24 de junio de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 1,57-66.80

 

Evangelio según San Lucas 1,57-66.80
Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.

Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.

A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre;

pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan".

Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre".

Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.

Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados.

Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.

Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.

Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él.

El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.


RESONAR DE LA PALABRA

Siempre me ha llamado la atención la frase de la gente del pueblo de Juan el Bautista: “¿Qué va a ser de este niño?” La verdad es que todo niño o niña recién nacido es un misterio, un libro en blanco. Nadie sabe lo que va a ser su futuro: enfermedades, trabajos, alegrías, gozos, rebeldías. Nadie sabe si estamos ante un futuro personaje de la historia o ante un ser mediocre. Quizá se convertirá en un asesino en serie o quizá será un santo. Ni siquiera el que sus padres sean de una determinada manera, mejores o peores, ricos o pobres, educados o incultos, significa de forma absoluta que el recién nacido ya tenga su destino predeterminado. Cada uno va a tener que hacer su camino.

Pero también es verdad que mucho va a depender de cómo se vaya acompañando a esa vida que nace y crece. La cercanía, el cariño, el consejo, el ejemplo, la mano siempre tendida, el perdón... todo eso facilitará las cosas, allanará el camino y hará que el recién nacido vaya encontrando su propio camino, adueñándose de su propia historia, creciendo como persona capaz a su vez de amar y crear vida.

Imagino, a partir de lo poco que conocemos de Juan el Bautista, que quizá en su infancia contó con la compañía y cercanía de sus padres, de sus familiares y, quizá, también de todos aquellos que cuando nació dijeron: “¿Qué va a ser de este niño?” Le educaron con la suficiente libertad para poder hacer su propio camino. Le dieron la oportunidad de encontrarse con el Dios de sus padres y de escuchar su voz. Le posibilitaron escuchar la llamada de Dios que le invitaba a ser su profeta, a anunciar que ya estaba cerca el que tenía que venir.

Y Juan fue lo suficientemente consciente de sus propias limitaciones como para apartarse humildemente cuando entendió que el que tenía que venir había venido. Lo señaló y se apartó. Porque el importante era el que tenía que venir y no él mismo. El importante era Jesús y no Juan.

Juan es un modelo para todo misionero, para todo evangelizador, para todo cristiano. Nos enseña a no colocarnos en medio ni sentirnos imprescindibles. Porque lo importante no es que tengamos muchos devotos ni mucha gente que nos escuche. Lo importante es que todas las personas, hombres y mujeres, se encuentren personalmente con Jesús. Lo nuestro es señalarles el camino y apartarnos para que cada uno lo pueda hacer sin estorbos. Indicar, señalar, apuntar, acompañar. Esos son los verbos que debe conjugar el evangelizador.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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