Evangelio según San Mateo 5,43-48
Jesús dijo a sus discípulos:Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores;así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
La perfección contagiosa de Dios
La superación de la ley del talión que escuchamos ayer, y el paso a una ética del amor, que nos presenta exigencias radicales, nos puede parecer un hermoso ideal, pero, en la práctica, de imposible cumplimiento. Sin embargo, no debemos entender las palabras de Jesús sobre todo en clave moral, que pone a prueba nuestra capacidad de renuncia. Estas palabras de Jesús, en que va desgranando la nueva ley del Evangelio, hay que leerlas a la luz de las Bienaventuranzas, que manifiestan el don que Dios nos hace en Jesucristo. Por tanto, más que una lista de exigencias morales, es una revelación del modo en que Dios se relaciona con nosotros. No se trata, sobre todo, de lo que debemos hacer (con un esfuerzo casi sobrehumano), sino de lo que Dios está ya haciendo con nosotros, por medio de su hijo Jesucristo. Con su enseñanza, Jesús está corrigiendo nuestra imagen de Dios (que manda, amenaza y castiga), y trasmitiéndonos su rostro paterno y, por tanto, su propia experiencia filial. Dios hace el bien incondicionalmente, y lo hace además con todos por igual.
El amor de Dios no es sectario, no establece fronteras: raciales, nacionales, morales, confesionales… La colecta organizada por Pablo en favor de los necesitados en Jerusalén y Judea es un buen ejemplo de ese amor que traspasa fronteras. Si nuestro amor ha de ser reflejo e imagen de ese amor que nosotros recibimos de Él, no podemos rebajarlo a una simpatía partidista, que acepta o excluye, según los gustos o los prejuicios personales. Es verdad que nos llama a hacer el bien, pero no por imposición, sino por atracción positiva, por contagio, podríamos decir
Así que, antes de ponernos esforzadamente a cumplir esas difíciles exigencias, que están de hecho por encima de nuestras débiles fuerzas, tenemos que pararnos a mirar al Dios en el que creemos, el que nos revela Jesucristo, que es su Hijo precisamente porque es semejante a su Padre. Solo en la contemplación asidua de su santidad amorosa y cercana, podremos empezar a sintonizar con ella, con la perfección contagiosa Dios.
José M. Vegas cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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