Evangelio según San Juan 10,22-30
Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno,y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón.Los judíos lo rodearon y le preguntaron: "¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente".Jesús les respondió: "Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí,pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas.Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos.Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre.El Padre y yo somos una sola cosa".
Queridos amigos:
En el evangelio de ayer declaraba Jesús que sus ovejas lo conocen. Hoy hallamos un eco de ese mismo mensaje. Un relato nos introduce en este motivo tan importante del cuarto evangelio. Dice así:
Al final de una cena en un castillo inglés, un famoso actor de teatro entretenía a los huéspedes declamando textos de Shakespeare. Después se ofreció a que le pidieran algún bis. Un tímido sacerdote preguntó al actor si conocía el salmo 22. El actor respondió: «Sí, lo conozco, pero estoy dispuesto a recitarlo solo con una condición: que después también lo recite usted».
El sacerdote se sintió algo incómodo, pero accedió. El actor hizo una bella interpretación con una dicción perfecta: «El Señor es mi pastor, nada me falta...». Los huéspedes aplaudieron vivamente. Llegó el turno al sacerdote, que se levantó y recitó las mismas palabras. Esta vez, cuando terminó, no hubo aplausos, solo un profundo silencio y el inicio de lágrimas en algún rostro. El actor se mantuvo en silencio unos instantes, después se levantó y dijo: «Señoras y señores, espero que se hayan dado cuenta de lo que ha sucedido esta noche. Yo conocía el salmo, pero este hombre conoce al Pastor».
Solo conoceremos al Pastor si él se nos da a conocer. Pero esta es su voluntad: darse a conocer, mostrarse accesible a quien, como Nicodemo, desea encontrarse con él; más aún, se hace el encontradizo y entabla conversación, como hace con la samaritana; incluso se somete a las exigencias especiales que pone Tomás el Mellizo para poder creer. Maestro y estímulo para el deseo de conocimiento es el apóstol Pablo cuando escribe: «Quiero conocerlo a Él, el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos», con la esperanza de llegar a la resurrección de los muertos y de tener parte en su gloria (Flp 3,10). ¿Queremos conocer al Señor? ¿Estamos dispuestos a tener comunión en sus padecimientos?
CR
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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