Evangelio según San Juan 20,19-23
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
LA IGLESIA NACIÓ DE UN SOPLIDO
«De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban». Así pues, la Iglesia nació de un «soplo». Como Adán. Nació el día en que un grupo de personas paralizado por el miedo, atrincherados en una casa con las puertas cerradas para defenderse del mundo exterior (¡qué malo es el miedo!), fueron embestidos por una ráfaga de «viento recio». Y esta Iglesia se hizo conocer por los cuatro costados del Imperio Romano, cuando todas aquellas personas se sintieron lanzadas por el viento FUERA de la casa, y empezaron a hablar a hablar en un lenguaje comprensible para todos (el lenguaje del Amor, claro está).
En Pentecostés celebramos el nacimiento de una Iglesia que no se está quieta, ni a la defensiva, ni siquiera protegida, sino que es CAMINANTE, QUE SALE al encuentro de las gentes. El Espíritu siempre zarandea y nos desequilibra: "¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?" ¿Qué hacéis ahí atrapados durante horas por la televisión, o internet, o con los mil mensajitos del móvil? ¿Qué hacéis ahí repitiendo las mismas cosas de siempre, y en los mismos lugares de siempre? ¿Qué hacéis ahí sentados en el despacho parroquial, en vuestras sacristías, al calorcillo de vuestro grupo cristiano? ¿Qué hacéis ahí repitiendo las mismas canciones, los mismos rezos, los mismos programas, las mismas...?
Jesucristo, el hombre sobre el que había reposado el Espíritu en el día de su bautismo, había «SALIDO» del Padre, para cumplir una tarea. Y por eso mismo encarga a sus discípulos: "COMO EL PADRE ME ENVIÓ, YO OS ENVÍO". Su Espíritu nos quiere fuera, en medio de los hombres, con ellos.
En cambio, una Iglesia sentada, al resguardo, preocupada por que todo esté en orden, y que se comunica con el exterior por medio de «documentos» y «comunicados», denuncias y toques de atención... es una Iglesia sin Pentecostés, sin Espíritu Santo.
Esta Iglesia con la que debemos “sentir” es la casa de todos, no una capillita en la que cabe sólo un grupito de personas selectas. No podemos reducir el seno de la Iglesia universal a un nido protector de nuestra mediocridad. Y la Iglesia es Madre —prosigue—. La Iglesia es fecunda, debe serlo. (Papa Francisco)
La gente acudió por el «ruido» provocado por el Espíritu, por lo que les pasa a los discípulos cuando el Viento los descoloca y transforma, y no ciertamente atraída por el rumor de las discusiones internas, los planes pastorales, los documentos, las campañas y las declaraciones solemnes. El viento, cuando sopla, provoca desorden, se lleva los papeles junto con todo lo que está seco, caído, sin vida. Y los «hijos del viento», los cristianos, disfrutan con las ventanas abiertas y olvidando el «miedo» a lo que pueda pasar «fuera». Sobre todo porque ellos también están fuera. ¿Recordáis al Papa Juan XXIII, cuando una buena mañana abrió de par en par las puertas y ventanas de la Iglesia para que se ventilara (Concilio Vaticano II)?. Algunos se cogieron un buen catarro, les sentó muy mal esa iniciativa. Y aún no se les ha pasado.
Por eso el Espíritu es el mejor antídoto contra el COMPLEJO DE OSTRA.
Las ostras se agarran fuertemente a la roca. Quieren estar seguras, para poder aguantar las embestidas del mar. El "complejo de ostra" es el de aquellos que están siempre añorando tiempos pasados (que no sé por qué dicen que eran mejores, simplemente eran otros... que ya no son). Son los que están más obsesionados por reunirse, que por salir a los caminos y hablar el lenguaje de los hombres. Tienen complejo de ostra los que confunden la Comunidad con un nido, e incluso con una trinchera. Ya se dice en el lenguaje popular que «esto es más aburrido que una ostra». Porque las ostras no saben de riesgos, de novedad, de fantasía. Para las ostras, «todo tiene que ser como siempre». Tienen una alergia enorme a los cambios. Y si, encima, la poca agua que les llega está contaminada, desoxigenada, estancada... acaban oliendo ellas mismas a podrido, a rancio.
¿Podrías decir tú que últimante te has movido, que has mejorado, que has cambiado, renovado, actualizado en algo respecto a tu fe, a tu participación en la Iglesia? ¿Que has apoyado, animado, participado en iniciativas, propuestas nuevas...?
La Iglesia recibió, como primer regalo, EL FUEGO. Jesús había anunciado que venía a traer fuego a la tierra, y que estaba deseando que ardiese. Los apóstoles recibieron unas llamaradas que les prendieron el corazón. Ya sabemos que el fuego purifica, libera de escorias, quema desde las raíces el orgullo, la vanidad, los adornos. No dice Lucas que los apóstoles se llenaran la cabeza de ideas, discursos, ritos, o mensajes. Lo que les pasa es que se convierten en apasionados, y como el fuego, peligrosos, incontrolables, imprevisibles, ardientes (arden en caridad).
Pues el Espíritu es también una medicina excelente contra el «COMPLEJO DE BOMBERO».
Siempre hay dentro de la Iglesia algunos muy pendientes de sofocar todo rescoldo, toda brasa, toda iniciativa, todo lo que pueda ser peligroso e incontrolable, todo lo que suene a carismático, todo lo que pueda ser peligrosamente contagioso. Podríamos preguntar a tantos santos cómo quisieron hacerles callar y controlarlos. Podríamos preguntar a tantos mártires de la justicia, de la paz, de los derechos humanos. Podrían darnos su experiencia tantos que, con un profundo amor a la Iglesia, la intentaron «sacar de sus casillas», igual que el Espíritu sacó a los apóstoles de su «casa». Podrían contarnos tantos fundadores de Congregaciones Religiosas e iniciativas apostólicas, cuántas prevenciones, cuántas zancadillas, cuánta cinomprensión...
La Iglesia, en lugar de tomar la manguera y el hacha de los bomberos, haría bien en tomar una buena hélice y AVIVAR el Viento para que esos fuegos se extiendan, se multipliquen... porque tantas veces (seguramente con muy buena voluntad) andamos extinguiendo la Fuerza, el Fuego de Dios.
La Iglesia, tan pronto como recibe el soplido del Espíritu, y se deja encender por el Fuego, tiene una PALABRA QUE DECIR y que todos pueden entender.
Uno de los frutos del Espíritu es saber captar el lenguaje del otro, saber escucharle, comprenderle, y desde ahí, hacernos entender. Así puede decirle a cada hombre lo que necesita y debe escuchar. Consiente que cada persona sea como es, sin intentar hacerla en serie, etiquetarla, pasarla por el aro, cambiarle las ideas, o provocar sentimientos de culpa...
El lenguaje de la Iglesia animado por el Espíritu es el que habla al corazón del hombre. Un lenguaje universal, que todos entienden, porque todos entienden del amor, de la vida, de la reconciliación, de la fraternidad... "¿Cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa?".
Nos hace falta la vacuna del Espíritu para no dejarnos contagiar del COMPLEJO DE LOCUTOR.
El "locutor", cuando tiene delante un micrófono, tiene que hablar. Y muchas veces da igual lo que diga: tiene que rellenar el tiempo, aunque sea repitiendo continuamente la hora, o lanzando opiniones, preguntas (incluso sin dejar responder), tantas veces haciéndose notar, que acaba siendo su presencia lo principal del programa. Y no digamos de algunos, que parecen saber sobre todos los temas habidos y por haber, y que nos dan lecciones sobre lo que tenemos que pensar y hacer.
Los cristianos formamos un Cuerpo, donde hay diversidad de funciones. Pero a veces damos la impresión de que se nos ha hipertrofiado la boca, y «hablamos por hablar». O pretendemos saber e instruir sobre todos los temas. O hablamos con un lenguaje que para muchos es abstracto e incomprensible. Algunos reconocen que la Iglesia tiene un serio problema con los medios de comunicación.
Bien haríamos en recordar que los cristianos sabemos sobre todo a Cristo Crucificado (San Pablo). Queremos contar su Palabra, lo que él ha hecho en nosotros. De esto tenemos que hablar. Y luego, seguir «haciendo» en silencio, es decir: que sigan funcionado las manos (verbos hacer y crear) y los pies (moverse en busca de los hombres). Dice un viejo dicho latino: «Hechos, no palabras». Y confirmaba Carl Jung : “eres aquello que haces, no lo que dices que harás”. Se habla mucho, pero se hace poco. Hablamos de los pobres, de Iglesia sinodal, de escuchar, de compartir responsabilidades en la comunidad, de ser solidarios, de defender la justicia, la verdad... ¿Sabrías decir «hechos» concretos que ratifiquen tus principios, tus discursos, tus opciones, tus valores cristianos?
Las cenizas que nos impusieron al comienzo de la Cuaresma nos recordaban a qué nos reducimos cuando el Fuego se apaga. Y el Fuego de la Vigilia Pascual subrayaba que a Jesús ha presentado como la Luz, la Lámpara, la Sal que quema, el Camino que andar. Después de celebrar estos 50 días de Pascua debiéramos haber quedado todos un poco más abrasados, ardientes, y encendidos, habernos movido. Ya sabéis que el fuego tiende a propagarse, a contagiarse, a crecer...
Así que hoy es un día estupendo para revisar nuestra fe: si vamos guiados por el Viento o se nos ha pegado el «complejo de ostras». Si andamos quemando y encendiendo corazones o nos hemos apuntado al «cuerpo de bomberos». O, peor aún, estamos más quemados que la pipa de un indio. Si tenemos palabras que hablen al corazón de los hombres, o nos hemos apuntado a calentar los oídos y las cabezas de los hombres con mucha palabrería... callándonos lo principal y olvidando los hechos, los actos.
Estaría bien que repases y ores con la secuencia de Pentecostés... para que recuerdes (pases por el corazón) cuál es la acción del Espíritu en nosotros. Amén
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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