Evangelio según San Lucas 9,57-62
Mientras Jesús y sus discípulos iban caminando, alguien le dijo a Jesús: "¡Te seguiré adonde vayas!".Jesús le respondió: "Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza".Y dijo a otro: "Sígueme". El respondió: "Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre".Pero Jesús le respondió: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios".Otro le dijo: "Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos".Jesús le respondió: "El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios".
San Francisco de Asís
San Francisco resulta extrañamente atractivo. Pero debería, más bien, resultar atemorizante. Eso de la pobreza absoluta no nos va. No les va ni siquiera a los ecologistas más acérrimos que, para “salvar al planeta” necesitan comprar una serie de artilugios para reciclar, comprar coches mucho más caros, e incluso comprar alimentos que resultan excesivamente caros… La pobreza absoluta, o el desprendimiento absoluto en nuestro tiempo a veces parece una imposibilidad.
Y, ¿qué tal lo de no tener dónde reclinar la cabeza? Todo el discurso parece totalmente irrealista y duro. ¿De verdad podría Jesús querer que no esperemos a enterrar a nuestro padre?
Posiblemente las hipérboles a las que eran tan dados los semitas, y las exageraciones de los santos, como Francisco de Asís, nos resulten admirables, pero no asequibles.
Tampoco parece muy viable y ni siquiera saludable el vivir del recuerdo, como dice el Salmo: “Tu recuerdo, Señor, es mi alegría”. Uno no se debe anclar en el pasado, nos dicen.
Parece ser que esos pobres radicales, como san Francisco y como el improbable modelo que propone Jesús, sí que tienen dónde reclinar la cabeza. El dónde reclinar la cabeza se llama recuerdo del Señor. El padre no enterrado también se llama recuerdo del Señor. El no tener nada también se llama recuerdo del Señor. Es decir, si entendemos recuerdo no como una memoria lejana y pasada que no volverá y que simplemente nos trae imágenes nostálgicas. Pero, si pensamos en la auténtica definición de recuerdo, que es “traer al corazón”, todo cobra un sentido distinto y muy real. Traer al corazón al Señor, es reclinar la cabeza en el propio corazón de Cristo. Es, también, nunca “enterrar” al padre en un rincón oscuro de la memoria, sino más bien anteponer el amor de Cristo a todo, sabiendo que la propia raíz (el padre, o la madre) personal tiene su origen en la raíz primigenia de Dios. No tener nada es contar con todo Cristo.
Así quizá parezca menos imposible, aunque aun difícil. En mayor o menor grado, todos estamos afectados por un cierto “alzehimer” espiritual. Somos desmemoriados y entonces nos aferramos a fantasmas: posesiones materiales, prestigio, raíces pasajeras, recuerdos efímeros que no dan alegría verdadera y que sólo conducen a la nostalgia.
El “re-cordar” a Dios en todo momento no es, por tanto, un fútil ejercicio de mirar al pasado, sino un encuentro del verdadero centro de todo, que hace innecesaria cualquier otra cosa. Posiblemente es lo que viviera san Francisco. Y ciertamente, es a lo que nos llama el Señor.
Carmen Fernández Aguinaco
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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