Evangelio según San Lucas 12,8-12
Les aseguro que aquel que me reconozca abiertamente delante de los hombres, el Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios.Pero el que no me reconozca delante de los hombres, no será reconocido ante los ángeles de Dios.Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará.Cuando los lleven ante las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir,porque el Espíritu Santo les enseñará en ese momento lo que deban decir".
A veces, muchas veces no sabemos qué decir. En muchos casos, en cualquier cosa que expresamos, casi al mismo tiempo que estamos hablando, constatamos lo inadecuado, falso, insuficiente, tópico o inoportuno de lo que decimos. Esa sensación es particularmente intensa cuando se trata de hablar de fe, de oración, de virtud o pecado. Supongo que esta experiencia es compartida por los sacerdotes en las homilías y en muchos momentos de su tarea pastoral. También de catequistas, monitores y maestros que tienen alguna responsabilidad especial en la evangelización. Decía Santa Teresa que no había sermón tan malo del que no se pudiera sacar de él algo bueno. Es un consuelo. Pero los que nos escuchan puede que no tengan tan buena predisposición como ella. Y la experiencia de haber fallado se queda en el recuerdo mortificando un poco el amor propio o lamentando la ocasión perdida y quizás también haber hecho más mal que bien con nuestras palabras. Incluso haber caído en el pecado que no puede ser perdonado: Todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre, -nos dice el Evangelio de hoy- podrá ser perdonado, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará.
La "blasfemia contra el Espíritu Santo" es la oposición consciente y endurecida a la verdad, "porque el Espíritu es la verdad" (1 Juan 5:6). La resistencia a la verdad aleja al hombre de la humildad y el arrepentimiento, y sin arrepentimiento no puede haber perdón.
En el mismo capítulo Jesús nos ofrece el remedio: no os preocupéis de cómo o con qué razones os defenderéis o de lo que vais a decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir.
Dos consecuencias prácticas: La primera: siempre y en todo momento pedir al Señor permanecer en la verdad, no engañarnos ni engañar. Si El es la Verdad, roguemos para permanecer en Él. Que no haya segundas intenciones en nuestras palabras, ni frivolidad o desinterés por la persona a la que nos dirigimos. La segunda antes de hablar, pedir al Espíritu Santo que acuda en nuestra ayuda y que haga que nuestras palabras sean para los que nos escuchan consuelo, esperanza y alegría y deseo de vivir la fe en Jesucristo.
Virginia Fernandez
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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