Evangelio según San Mateo 15,21-28
Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón.Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio".Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos".Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel".Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!".Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros".Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!".Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!". Y en ese momento su hija quedó curada.
Querida hermana, querido hermano:
La vida se puede ir viviendo de múltiples maneras, ¿no te parece?
Hay quien vive lúcidamente; hay quien más que vivir, los días le viven; hay quien se deja llevar, hay quien se ha instalado en la finitud y no se pregunta, ni se cuestiona, ni se inquieta…
La conciencia del origen y del destino; la vivencia del de dónde y hacia dónde; la persuasión de a quién pertenezco y quién me espera… tienen -en la vivencia de la fe- una densidad importante.
Tomarse en serio la vida es, en el sentido del camino de la fe, saber que voy construyendo lo que anhelo para el final; que voy generando la plenitud a la que aspira y la que anhela el corazón y el alma creyente.
En cristiano, ni tu ni yo caminamos dejados de la mano, peregrinos sin norte y brújula, nómadas solitarios… Él, que es el Camino, la Verdad y la Vida; que es Señor de la gloria y la victoria, anda a nuestro lado, revestido de caminante de Emaús, por todos los senderos y veredas, también por las cañadas oscuras de la incertidumbre, del desconsuelo, de la precariedad…
Él, ha puesto en el buzón de nuestros corazones la invitación al acontecimiento decisivo de plenitud: la gran Boda (donde quedarán definitivamente saciados nuestros anhelos, colmados nuestros sueños, plenificadas todas nuestras realizaciones).
Esa invitación es la que caldea el corazón y lo hace arder en deseo.
Esa invitación y la certeza de ser también destinatario de ella, es la que moviliza los recursos de la esperanza, y activa el compromiso de estar despierto, de espabilarse cuando llega la “modorra”.
Esa invitación, acogida como don, es la que permite sacar de dentro el aceite preciso para mantener -todo cuanto sea necesario- la dichosa espera.
La invitación es personal, es única, intransferible.
La fidelidad nadie la puede alimentar por ti; aunque el testimonio fiel de los demás te inspire y te ayude.
La esperanza nadie la puede cultivar sustituyéndote a ti.
Yo quiero irme de Boda con Él, discreto caminante en este entretiempo.
Que me arda en el corazón su invitación: ese es mi anhelo.
Tu hermano.
Juan Carlos, cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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