Evangelio según San Mateo 17,1-9
Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.Pedro dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo".Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor.Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: "Levántense, no tengan miedo".Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos".
APARTE, A UN MONTE ALTO
Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. El camino de Jesús -o su vida, pues para Jesús vivir es caminar hacia una meta- está sembrado de «apartes»: Jesús se marcha «aparte» para orar (Mt 14, 23); se va a un sitio «aparte» para compartir con sus discípulos (Mc 6, 32), y «aparte» les instruye de forma personalizada y confidencial (Mt 20, 17) porque no se enteran, y porque lo necesitan más que nadie, si le tienen que coger un día el relevo. Tan importantes son esos «apartes» para los discípulos, que también ellos un día lo necesitan y se lo pedirán a Jesús (Mt 17, 19; 24, 3).
«Aparte» no significa poner tierra por medio, distanciarse físicamente, como algunos que creen que irse de vacaciones y descansar consiste en irse «lejos», cuanto más lejos, más vacaciones. Y no, para nada.
«Aparte» supone arrancarse de donde uno está -mentalmente es lo que más cuesta: desenchufar- supone irse a un sitio privado, íntimo, solitario... Pero no para estar solos, o para encerrarnos en nosotros mismos (aislarnos), para huir de todo, para darle vueltas a nuestras desgracias y frustraciones, para rebuscar en nuestras basuras... Estos «apartes» no suelen aportar gran cosa, si es que no ponen las cosas peor.
Los «apartes» que Jesús buscaba para sí mismo son los de una persona que lleva el corazón tan lleno de gente, tan abarrotado de Dios, tan lleno y ocupado con esos «pequeños» que el Padre le ha confiado, que necesita distancia para poder contemplarlos, quererlos uno a uno y a todos juntos como grupo, concentrarse en ellos calmadamente, serenamente, y plantearse cómo actuar, cómo tratarlos, cómo acercarse a ellos, qué quiere enseñarles y exigirles...
No es que quiera descansar de ellos y sus ocurrencias, sus peticiones, sus incomprensiones y rivalidades, sus pretensiones inaceptables...
Jesús se retira a veces a solas, con su Padre, especialmente por las noches o de madrugada. Pero también a menudo se lleva a sus discípulos (o algunos de ellos, como hoy) a un lugar «aparte» para no ser siempre el centro de todo, para poder charlar y contarse las cosas, para estar a gusto...
Además, en esta ocasión, podemos decir que Jesús quiere «recargarles la batería», porque vienen momentos difíciles, tanto para él como para los suyos. Y serán la Ley y los Profetas quienes ayuden a dar sentido, a interpretar el fracaso cercano de la Cruz.También nosotros necesitamos esos «apartes» para ver si nuestro modo de tratar a los demás y a los nuestros, de escucharlos, de hablarles, de quererles, de corregirles... es lo que quiere Dios y como lo quiere Dios. Para no estar atado a ellos, ni atarlos a nosotros. ¡Qué importante es la libertad! Amar es dejar libre.
Conviene buscarse un sitio «aparte» para revisar si mis mejores valores, principios y opciones se han podido ir cubriendo de polvo, contaminando por el ambiente, vaciando de sentido o de fuerza. Para ver si estoy reflejando el auténtico amor de Dios... o me reflejo a mí mismo, u otras cosas que se me han colado dentro
Estar «aparte» me puede ayudar a descubrir, o a hacerme más consciente de mis manías, mis deseos, mis necesidades, mis obsesiones, mis inquietudes, mis recelos y desconfianzas, mis heridas abiertas... para evitar hacer daño a los demás, o manipularles para mi conveniencia. Es importante no confundir lo que me conviene, lo que pienso, lo que me gustaría... con lo que los demás realmente necesitan y esperan de mí.
Estar aparte para «profundizar» y «rumiar». Vivimos muchas cosas al cabo del día. Hacemos muchas cosas, pero tantas veces sin sentido, mecánicamente, sin ilusión, con prisa, con ansia, con superficialidad. Nos encontramos con muchas personas, pero no somos conscientes de lo que nos dejan entre las manos, en el corazón con sus palabras, sus gestos. ¿Y qué aprendemos de todo eso que vivimos? Nos exigen, nos llaman, nos invitan, nos esperan... ¿cómo respondemos, a quién, y cómo?
No se puede ver un árbol pegando a él nuestro ojo. Sólo veré de él un detalle, y me haré, seguro, una idea equivocada. Y si pretendo hacerme una idea de lo que es el bosque de la vida, observando sólo un trozo de corteza... ¡qué confundido! Pero es algo frecuente: sólo vemos lo que tenemos pegado a las narices. Y lo vemos mal. Y no nos deja ver todo lo demás.
Jesús necesitaba hacer balance del camino, tomar fuerzas ante las dificultades, aclarar ideas...
y preparar también a algunos de sus amigos. ¿Pero cómo lo hace?
Jesús busca un «aparte» porque en él (como en cada uno de nosotros) hay un rostro luminoso,
una presencia de Dios (somos su imagen), y una voz de Dios que nos acaricia y nos recuerda quiénes somos.
Estando aparte con su Padre, Jesús se reconoce como el «Hijo Amado».
Como también nosotros, recogidos en oración, siempre oiremos dentro unas palabras similares:
«tú eres mi hijo amado»
Le acompañan Moisés y los Profetas. Es decir, la Palabra de Dios, la Escritura.
Jesús había ido grabando en su corazón cada una de sus palabras, y son siempre luminosas.
A menudo no vemos de nosotros más que lo superficial, lo limitado, lo pobre, lo malo.
Pero debajo de mí, en lo más profundo, hay una presencia divina,
que sólo se verá con toda su claridad en el día de la resurrección,
pero es importante ser conscientes de ella,
sobre todo en los momentos duros, como hizo el mismo Jesús:
al enfrentarse con el aparente fracaso de su tarea, de su vida,
cuando la cruz, la soledad y el desconcierto se intuyen por el horizonte.
Sólo podrá llegar al final de manera coherente, digna, humana
si se hace consciente de todo esto.
Necesita ver todas las cosas a la luz del proyecto de Dios.
Jesús se ha ido «aparte» con los suyos. Su oración no es siempre «a solas».
Y a veces no le importa que le acompañen, que le pregunten,
que le escuchen hablar con su Padre,
A menudo elige para que le acompañen a aquellos discípulos a quienes más ama.
Orar «con» quienes amamos es un gran signo de cariño e intimidad.
Los grandes discípulos de Jesús fueron a la vez los grandes compañeros de su oración.
Sólo se llega a ser un buen discípulo, pasando muchos ratos «aparte», con él, escuchándolo.
También nosotros necesitamos orar juntos, escucharle juntos, aprender juntos.
Y dejarnos juntos cambiar por él, «levantarnos» y echar fuera nuestros «miedos».
Que esas últimas palabras nos acompañen....
y nos animemos a buscar algún Tabor... estos días de verano... o cuando sea...
pero sin dejarlo siempre «para mañana».
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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