domingo, 6 de diciembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 5,17-26

 Evangelio según San Lucas 5,17-26

Un día, mientras Jesús enseñaba, había entre los presentes algunos fariseos y doctores de la Ley, llegados de todas las regiones de Galilea, de Judea y de Jerusalén. La fuerza del Señor le daba poder para curar.

Llegaron entonces unas personas transportando a un paralítico sobre una camilla y buscaban el modo de entrar, para llevarlo ante Jesús.

Como no sabían por dónde introducirlo a causa de la multitud, subieron a la terraza y, desde el techo, lo bajaron con su camilla en medio de la concurrencia y lo pusieron delante de Jesús.

Al ver su fe, Jesús le dijo: "Hombre, tus pecados te son perdonados".

Los escribas y los fariseos comenzaron a preguntarse: "¿Quién es este que blasfema? ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?".

Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: "¿Qué es lo que están pensando?

¿Qué es más fácil decir: 'Tus pecados están perdonados', o 'Levántate y camina'?.

Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa".

Inmediatamente se levantó a la vista de todos, tomó su camilla y se fue a su casa alabando a Dios.

Todos quedaron llenos de asombro y glorificaban a Dios, diciendo con gran temor: "Hoy hemos visto cosas maravillosas".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos:

El Jesús de este pasaje evangélico afianza las rodillas vacilantes (el paralítico se incorpora y camina), despega los ojos de “los ciegos” (escribas y fariseos pasan del escándalo al asombro y a la glorificación de Dios), y hace que para todos acontezca un verdadero Adviento: la alegría de percibir que Dios está presente y cumple, por medio de Jesús, sus promesas de redención. Jesús pone gozo y alegría en el lugar de la pena y aflicción. Con su nacimiento viene Dios “en persona”, como prometía la profecía, y el creyente queda renovado, tanto que, por donde él se mueve, no hay “nada impuro”, pues es capaz de transfigurar cuanto toca. Con la llegada del Señor renacemos y renace el universo.

El texto del segundo Isaías anunciaba entusiasta el regreso a su patria de los israelitas deportados en Babilonia. Según Ezequiel, profeta contemporáneo del anterior, el pueblo había perdido toda esperanza de resurgir y sobrevivir, de reconstruir el templo y volver a practicar con libertad el culto a Yahvé; el rey de Babilonia les habría asestado el golpe definitivo… Al parecer, se vieron incluso tentados de abandonar la alianza con Yahvé y dar culto a Marduk, dios de los babilonios, que aparentemente era más fuerte. Pero Dios responde a esta situación de desaliento con la presentación de un panorama grandioso y radiaante: el pueblo renace, sus temores, parálisis y encogimientos quedan atrás, se le allana el camino a la tierra santa, adquiere unos ojos y unos oídos nuevos para escuchar la palabra de su Dios y contemplar su acción… Hasta la aridez del desierto reverdece, regada por abundantes aguas, y desaparece la amenaza de toda bestia feroz. Imágenes robustas de lo que será una humanidad restaurada.

Es ya un tópico mencionar la esperanza que el creyente debe vivir y contagiar a otros en medio de la pandemia que venimos padeciendo. Pero la pandemia no puede ser orillada en un escapismo inconsciente o irresponsable, pues forma parte bien tangible del cúmulo de amenazas, dolores y experiencias de limitación en que habitualmente nos movemos.

Pero Jesús encarnado padeció esas mismas limitaciones; experimentó hambre, sed, dolor, las molestias de la pobreza… y finalmente el rechazo por su pueblo, que había sido tan favorecido por él; sufrió la desconfianza, difamación, y la muerte más cruel y vergonzante. Sin embargo Él, el más creyente de todos los creyentes, nunca olvidó que estaba en manos del Padre, que a veces le conducía por sendas desconcertantes, como conduce a todos sus hijos, pero que nunca equivoca la meta: entrar a participar de su misma gloria, en el momento y por la puerta que él quiera.

Adviento: tiempo de abrir ojos y oídos para ver más claro entender mejor, de ponernos en pie y echar a andar, y de abrirnos gozosamente a ese Dios que, a través de la carne débil de Jesús, “viene en persona”.

Nuestro hermano

Severiano Blanco cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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