Evangelio según San Lucas 10,1-9
El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda la paz sobre esta casa!'.Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino de Dios está cerca de ustedes'."
Me gusta pensar que en esta fiesta de los santos Timoteo y Tito, hacemos una memoria de la tradición eclesial. Timoteo y Tito son los nombres que representan a tantos y tantas que, desde los primeros años de historia de la Iglesia, fueron fieles al Evangelio y se esforzaron no solo por hacer de esa fidelidad el centro de su vida sino también por dar testimonio, por invitar a otros a conocer a Jesús, por hacer realidad lo que es la esencia y razón de ser de la Iglesia: la vocación misionera.
El Evangelio es para todos. La buena nueva no está hecha para ser conservada en una urna de cristal en el centro de nuestros templos. La buena nueva está para ser anunciada, transmitida, comentada, asimilada y hecha vida. La buena nueva está para ensuciarse en los caminos de barro de la historia. La buena nueva debe y puede traducirse a todos los idiomas y culturas. La buena nueva no excluye a nadie, no impone condiciones. La buena nueva es el anuncio de que Dios es nuestro Padre y nos ama más allá de nuestras limitaciones y miserias. La buena nueva no es para los santos, para los que ya son buenos –o creen serlo– sino que está abierta a los pecadores, a los malos, a los que sufren, a los que están en las cárceles y en los hospitales, a los que se sienten abandonados de todos y a los que sufren los bombardeos indiscriminados.
Timoteo y Tito pertenecen a esas muchas generaciones de cristianos que no enterraron el gran talento que sintieron que habían recibido: la buena nueva del Evangelio. En lugar de enterrarlo y esconderlo hicieron lo contrario: ponerlo al aire, difundirlo, traducirlo, comentarlo y favorecer el encuentro de otras personas con Jesús. No se avergonzaron de dar testimonio de nuestro Señor sino que hicieron de ello su timbre de gloria. Porque el mismo Evangelio les había dado no un espíritu de cobardía sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. Ahora nos toca a nosotros engancharnos a esa tradición y seguir siendo testigos no de nuestras buenas obras sino del Señor Jesús.
Fernando Torres, cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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