Evangelio según San Mateo 17,10-13
Al bajar del monte, los discípulos preguntaron a Jesús: "¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías?".El respondió: "Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas;pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre".Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista.
Elías ya había venido, era el Bautista. Pero ni él ni Jesús iban a ser comprendidos, mucho menos aceptados, por los escribas que anhelaban esa venida de Elías. Una vez más dos figuras distintas y las dos rechazadas. Hagamos un pequeño recurrido narrativo:
Juan Bautista decide vivir en despoblado, en la soledad poblada de aullidos que dice el Salmo. En una soledad querida por tantos hombres y mujeres buscadores de Dios a lo largo de tantos siglos. Desiertos en la ciudad o en el campo. Desiertos multiformes que tienen en común la búsqueda de “Solo Dios”.
En cambio, Jesús elige vivir entre las personas, entre las preocupaciones y alegrías de los seres humanos. Mezclado y embebido hasta el vino del vértigo final. Busca el roce constante con lo impuro de su tiempo, para revestirlo con el manto del que acoge sin reservas y desde el amor que envuelve, dignifica y devuelve a la vida. Elige una caña cascada y un pabilo vacilante para mimarlo y no dejar que se rompa o se apague. Elige lo débil del entramado humano, porque la ternura de Dios va por el camino de preferencias sin rédito conocido (“Si invitas a alguien que te va a invitar a su vez, ¿qué mérito tienes?”).
Elige un establo y un pesebre por obligación, porque los demás no quieren acoger a una mujer a punto de dar a luz. Elige la confusión lapidaria de la voz inaudible de unas estrellas y de unos pastores que no son nadie para los demás. Elige el llanto, el balbuceo y la risa diáfana de un recién nacido como todos los demás, quebradiza fuerza de lo que se ha de cuidar con esmero y que contiene en sí la fuerza increíble que reblandece y alegra los corazones.
Juan elige el desierto y el grito. Jesús elige el susurro y las poblaciones. Juan anuncia al que “ha de venir” y Jesús cuenta cómo el Reino es de los sencillos y ya está aquí, que no hay que esperar más: a nada ni a nadie.
Es cierto que hemos de preparar los caminos. Pero todavía es más cierto que hemos de dejarnos empapar por este acontecimiento misterioso que celebramos estos días: la gestación en las entrañas de María de todo un Dios, que elige el camino de los seres humanos, en sus esperanzas y sus anhelos, para darle la vuelta y llevarnos a lo esencial. Lo esencial es el amor desproporcionado de quien nos amó primero y que, en la plenitud de los tiempos y para siempre, hizo de la humanidad su carne y su sueño.
Miguel Tombilla, cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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