Evangelio según San Lucas 1,39-45
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".
A las puertas de Belén, se dibujan los previos al Dios que nace en medio de nosotros. Y lo hacemos de la mano de dos mujeres muy distintas pero iguales en su fecundidad para los demás (como toda fecundidad que no puede ser privada ni privativa)
Isabel, la mujer infértil que recibe el gran regalo de la vida, cuando ya casi todo estaba perdido. María, la mujer que antepone los caminos a su propia comodidad (ella siempre poniendo por delante el olvido de sí misma). Y, sobre todo, el Espíritu, que llena de gozo el vientre de las madres y hace que los saludos se conviertan en bienaventuranzas. Que la ingravidez del líquido amniótico sea salto de alegría y de reconocimiento del Salvador que ya inició el camino sin retorno de nuestra carne.
Encuentros de gozo que hace posibles el Espíritu, empecinado en hacer que lo estéril sea plenamente fértil y que el cielo llueva su justicia para que la tierra haga germinar al Salvador, al Dios-con-nosotros.
Dichosos nosotros que, después de mucho tiempo, podemos rozar con las yemas del alma y del cuerpo toda la belleza de un nacimiento que sigue construyendo la dicha sin aspavientos artificiales.
Miguel Tombilla, cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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