Evangelio según San Marcos 3,1-6
Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada.Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo curaba en sábado, con el fin de acusarlo.Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: "Ven y colócate aquí delante".Y les dijo: "¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?". Pero ellos callaron.Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: "Extiende tu mano". El la extendió y su mano quedó curada.Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con él.
TÚ DECIDES: LIBRE TE QUIERO
El evangelio de hoy sigue contemplando el modo en que Jesús entiende el sábado o mejor aún, cómo entiende al ser humano. Me pregunto si realmente siempre había en la sinagoga algún enfermo o necesitado de ayuda, o si planeaban hacerse más visibles justo por ser sábado y así, provocar la acción de Jesús.
¿Dónde está el límite entre provocar la transgresión de la ley o transgredirla por fidelidad a aquello que defiendes?
Fíjate que al final, el único que “hace algo” en sábado es el propio tullido y no Jesús. Él sólo sugiere, permite, anima… Es el mismo hombre el que extiende su brazo por sí mismo. Es el resultado de entrar en “la onda” de Jesús: su misterio, su fuerza, su libertad… Si te dejas alcanzar por Él, antes de darte cuenta, estarás “extendiendo el brazo” en sábado y no te preguntarás nunca más si vivir plenamente está permitido en sábado o no.
Recordémoslo con la poesía de Agustín García Calvo:
Libre te quiero,
como arroyo que brinca
de peña en peña.
Pero no mía.
Grande te quiero,
como monte preñado
de primavera.
Pero no mía.
Buena te quiero,
como pan que no sabe
su masa buena.
Pero no mía.
Alta te quiero,
como chopo que en el cielo
se despereza.
Pero no mía.
Blanca te quiero,
como flor de azahares
sobre la tierra.
Pero no mía.
Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.
Nuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz Aragoneses
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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