Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotesy les dijo: "¿Cuánto me darán si se lo entrego?". Y resolvieron darle treinta monedas de plata.Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: "¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?".El respondió: "Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: 'El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos'".Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.Al atardecer, estaba a la mesa con los Docey, mientras comían, Jesús les dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará".Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: "¿Seré yo, Señor?".El respondió: "El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar.El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!"..Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: "¿Seré yo, Maestro?". "Tú lo has dicho", le respondió Jesús.
Queridos amigos
El Evangelio de hoy otra vez nos habla de Judas. En estos días previos a la celebración de los grandes misterios de nuestra fe la figura del discípulo traidor es muy significativa e inquietante. En Jesús y Judas podemos descubrir dos polos extremos del poder humano: la libertad de entregar/traicionar (abismo de apostasía: Judas) y la de entregarse/darse (la cima del amor más grande por los demás: Jesús). Entre estos dos polos cada uno es libre de moverse, de llevar a cabo sus opciones cotidianas. En los dos extremos está o el poder de Dios o la fuerza del maligno.
Nos fijamos hoy en Jesús y nos admiramos por su capacidad de encajar un golpe tan doloroso como la traición de Judas, de afrontarlo de cara sin dejar que le impida recorrer el camino de la entrega total, sin que le aparte un milímetro de su objetivo: ser fiel al Padre dando la vida por todos nosotros.
Nosotros nos decimos cristianos, pero nos falta mucho para ser unos seguidores verdaderos y fieles, porque no pensamos ni vivimos haciendo que Jesús sea nuestro único Señor. Estamos lejos de dejarnos llevar por el poder de Dios y vivir como Jesús vivió. En nuestra vida hay luces y sombras, generosidad y egoísmo, lucha y cansancio, victoria y derrota… Pero Jesús, que no da nada por perdido, nos sigue dirigiendo su palabra “Tú lo has dicho”, es decir, tú tienes que decidir, tomar tus propias opciones, obrar como creas mejor, darle a tu vida el rumbo que quieras. Sigue dejándote libre para que le sigas y le ames porque tú decides. El amor no se impone, se da y se da de corazón y de verdad.
El gran Obispo Helder Cámara decía: “No, no te detengas. Comenzar bien es una gracia de Dios. Continuar por buen camino y no perder el ritmo es una gracia todavía mayor. Pero la gracia de las gracias es no desfallecer; con fuerzas todavía o ya no pudiendo más, hecho trizas o añicos, seguir avanzando hasta el final”. La fidelidad es una gracia del poder de Dios que actúa en cada uno de nosotros, como actuó también en Jesús. Por eso dice el Apocalipsis: “Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida” (Ap 2,10).
Si Jesús nos da ese ejemplo de fidelidad total y absoluta, no nos olvidemos de Judas el discípulo amado y elegido por Jesús para formar parte del grupo de los suyos y vivir un amistad profunda con el Señor y sus compañeros, pero que al final pudo más en él la traición: entró el demonio en él y por eso era de noche en su corazón. Somos personas débiles y estamos expuestas a cualquier desvarío. De ahí la necesidad de no apartarnos de la amistad con Jesús y de buscarle en la oración y los sacramentos.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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