Para nosotros ser bautizado significa unirse a su causa, a su misma misión. Significa empezar a llenar la historia de cada día de «vida», de ese Espíritu que hemos recibido: Pasó haciendo el bien. Pasar nosotros haciendo el bien. Con ayuda de ese Espíritu que lava lo que está manchado, riega lo que es árido, cura lo que está enfermo... Doblega lo que es rígido, caliente lo que es frío, dirige lo que está extraviado...
¡Hay tantos que viven sin tener vida! ¡Hay tanta debilidad que acompañar y fortalecer!
¡Hay tantos necesitados de consuelo, de esperanza!...
¡Hay tantas personas sobre nuestra tierra que están «expectantes» de que algo cambie!
Muchos recibimos el bautismo sin «conciencia» de lo que significaba. Pero algún día, con el paso del tiempo y en ambiente adecuado, el bautismo empezó a «hacer su efecto», y decidimos asumirlo libremente... aunque luego hayamos necesitado tiempo para ir comprendiendo lo que eso supone. El «Espíritu» nos va trabajando por dentro desde ese día... hasta que empecemos a experimentar personalmente lo mismo que Jesús: «tú eres mi hijo amado».
El bautizado se plantea no tanto «¿qué puedo yo hacer»? sino más bien: «¿qué estoy dispuesto a hacer?». El bautizado elige un día conscientemente tener como criterio vital la lucha por la vida digna, hacer que todo sea más humano, ayudar a que todo hombre descubra que es un «hijo amado de Dios» y viva con gozo y esperanza, olvidándose de sí mismo. Está muy atento a lo que necesitan los otros. Y según la vocación que cada uno va descubriendo, decidimos vivir entregando la vida a Dios a través de las personas más débiles de nuestra tierra.
Todo ese proceso es imposible sin la «oración». Una oración que consiste sobre todo en mirar hacia afuera de nosotros mismos, con los ojos misericordiosos de Dios, y dejarnos interpelar y ser creativos y valientes. No es aceptable esa oración centrada siempre en nuestro yo, los míos, y para mí. Una oración que gire en torno al propio ombligo, limitada a nuestro pequeño mundo. La oración del discípulo, del hijo, tiene que estar llena de rostros, de situaciones y de discernimiento, porque siempre hay algún bien que podemos hacer, siempre podemos amar más y mejor, siempre podemos descubrir nuevas formas de ser «instrumentos del Reino». Así era la oración de Jesús. Esto es lo que significa estar bautizado con Espíritu Santo y fuego, como profetiza el Bautista. Ser personas luminosas, apasionadas, ardientes en el amor, vitales, comprometidas, arriesgadas...
Por eso, ¡qué agradecido estoy al día en que me bautizaron mis padres! Aunque entonces no contaran conmigo. Pero a nadie hace mal un regalo así, aunque tardemos años en desenvolverlo. Cuando por fin yo descubrí la grandeza de este regalo... decidí regalarme yo mismo a los demás.
Como muchos. ¿Como tú?
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
fuente Ciudad Redonda
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