lunes, 4 de septiembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 4,16-30

 

Evangelio según San Lucas 4,16-30
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura.

Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos

y proclamar un año de gracia del Señor.

Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él.

Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".

Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es este el hijo de José?".

Pero él les respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán: 'Médico, cúrate a ti mismo'. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaún".

Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra.

Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país.

Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.

También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio".

Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron

y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo.

Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.


RESONAR DE LA PALABRA

Volver a empezar

Durante el tiempo ordinario del año litúrgico vamos leyendo los evangelio sinópticos, empezando por el de Marcos, siguiendo con el de Mateo, y terminando con el de Lucas, cuya lectura comenzamos hoy. Realizamos así tres veces, desde la óptica peculiar de cada evangelista, el camino de seguimiento de Jesús. No se trata de una mera repetición, sino de un proceso pedagógico que implica un verdadero progreso. Y es que Marcos es el evangelio del principiante (del catecúmeno), el de Mateo es el del catequista ya experimentado, y el de Lucas, el del erudito cristiano que desea profundizar en el conocimiento de Cristo. El fin de este proceso es la madurez cristiana, que encontramos en el evangelio de Juan (que leemos preferentemente en los tiempos litúrgicos fuertes), el evangelio del presbítero, esto es, del anciano que se deja ceñir por Cristo y se entrega sin condiciones.

Y, sin embargo, este “volver a empezar” que iniciamos hoy, nos recuerda también que somos eternos principiantes, que deben volver una y otra vez a la experiencia originaria del primer encuentro con Jesús. Y esto es así porque, en buena medida, pese a toda nuestra experiencia de vida cristiana y eclesial, tenemos que reconocer que, como los paisanos de Jesús, nos resistimos a la novedad de su mensaje y a la aceptación de su persona. De hecho, la familiaridad con Él puede ser un obstáculo para esa aceptación: nos parece que lo conocemos demasiado bien, que poco puede ya enseñarnos, y que, en consecuencia, tenemos la autoridad para corregir lo que os dice, si es que esto no encaja en nuestros esquemas. Es lo que sucede en el texto que hemos leído hoy: los paisanos de Jesús, más que admirarse de su doctrina, se extrañaron de que les hablara sólo de la gracia, y no mencionara también la venganza, de la que habla Isaías en el texto comentado (cf. Is 61, 2) y que Jesús expresamente omite. Posiblemente, los habitantes de Nazaret (como nos sucede un poco a todos) querían para sí la gracia, y la venganza para sus rivales y enemigos, que bien podrían ser los habitantes de la cercana Cafarnaún. De ahí, el reproche que Jesús les dirige y que desata definitivamente su ira: con frecuencia los lejanos y por completo extraños, como Naamán el sirio, o la viuda de Sarepta, están más abiertos a la acción salvífica de la gracia que los que se consideran cercanos, pero que acaban forzando a Jesús alejarse.

Volver a empezar significa para nosotros tener de nuevo la oportunidad de abrir los oídos y el corazón a la Palabra de Jesús con la confianza de un niño, para adquirir así la sabiduría cristiana que Lucas nos enseña, y que consiste en aceptar el camino de Jesús que lleva a la cruz y a la vida nueva de la resurrección, objeto de nuestra esperanza, como nos recuerda Pablo, pero que está ya operando en nosotros, en la medida en que acogemos a Jesús sin prejuicios y sin condiciones.

José M. Vegas cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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