viernes, 15 de septiembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 19,25-27

 

Evangelio según San Juan 19,25-27
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.

Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo".

Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.


RESONAR DE LA PALABRA

Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores.

Queridos hermanos, paz y bien.

Después de contemplar y meditar la exaltación de la Santa Cruz, hoy la liturgia nos presenta a la Madre Dolorosa. Triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena, dice el versículo antes del Evangelio.

No fue fácil para nadie aceptar la cruz. La Carta a los Hebreos nos recuerda el sufrimiento del mismo Jesús. Aprendió, sufriendo, a obedecer. Con gritos y lágrima. Nada menos. Sudando sangre, porque el hombre Jesús no quería morir. Y, sin embargo, era necesario, para que se superara el abismo que nos separaba de Dios por el pecado. Y el hombre Cristo lo aceptó. Hasta el final. Hasta la muerte, y muerte de cruz.

Cerca de Jesús estaba siempre su Madre, la Virgen. También cerca de la cruz. Muy cerca. De entre sus muchas advocaciones, hoy meditamos sobre lo que significa ver morir a un hijo. En nuestro mundo sigue sucediendo. Guerras, accidentes, atentados terroristas… Nos rompe el corazón ver las madres con los cuerpos yacentes de sus criaturas. No entendemos el motivo de tanto sufrimiento. Podemos imaginarnos el dolor de María, al ver como crucificaban a su Hijo. De forma absolutamente injusta. ¿Cabe mayor dolor?

Y, en medio de tanto dolor, el penúltimo regalo que nos hizo Jesús: Ahí tienes a tu madre. En el Discípulo amado nos identificamos todos. Jesús se va, pero no nos deja huérfanos. Tenemos el cariño, la protección y la intercesión eterna de la Madre. Ese discípulo la recibió en su casa. Esa posibilidad la tenemos todos. Recibir en nuestro corazón a la Madre, pedirle que se quede con nosotros, que nos consuele con su cercanía, que nos alumbre con su intercesión y que su ejemplo de paciencia y esperanza sea luz en nuestro camino.

Podemos seguir meditando con la secuencia de este día.

La Madre piadosa estaba junto a la cruz y lloraba mientras el Hijo pendía; cuya alma, triste y llorosa, traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenía.

¡Oh cuán triste y cuán aflicta se vio la Madre bendita, de tantos tormentos llena! Cuando triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena. Y ¿cuál hombre no llorara, si a la Madre contemplara de Cristo, en tanto dolor?

¿Y quién no se entristeciera, Madre piadosa, si os viera sujeta a tanto rigor? Por los pecados del mundo, vio a Jesús en tan profundo tormento la dulce Madre.

Vio morir al Hijo amado, que rindió desamparado el espíritu a su Padre. ¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo.

Y que, por mi Cristo amado, mi corazón abrasado más viva en él que conmigo. Y, porque a amarle me anime, en mi corazón imprime las llagas que tuvo en sí.

Y de tu Hijo, Señora, divide conmigo ahora las que padeció por mí. Hazme contigo llorar y de veras lastimar de sus penas mientras vivo; porque acompañar deseo en la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo.

¡Virgen de vírgenes santas!, llore ya con ansias tantas, que el llanto dulce me sea; porque su pasión y muerte tenga en mi alma, de suerte que siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore y que en ella viva y more de mi fe y amor indicio; porque me inflame y encienda, y contigo me defienda en el día del juicio.

Haz que me ampare la muerte de Cristo, cuando en tan fuerte trance vida y alma estén; porque, cuando quede en calma el cuerpo, vaya mi alma a su eterna gloria. Amén.

Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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