viernes, 29 de septiembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 1,47-51

 

Evangelio según San Juan 1,47-51
Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: "Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez".

"¿De dónde me conoces?", le preguntó Natanael. Jesús le respondió: "Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera".

Natanael le respondió: "Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel".

Jesús continuó: "Porque te dije: 'Te vi debajo de la higuera', crees . Verás cosas más grandes todavía".

Y agregó: "Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre."


RESONAR DE LA PALABRA


Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael

Hoy hacemos memoria de los santos ángeles Miguel, Gabriel y Rafael. En la figura de los ángeles está mezclada mucha tradición. En el mundo de la antigüedad, la figura del rey se interpretaba como la de un padre –independientemente de que luego fuesen unos tiranos asesinos en la práctica pero de ellos se esperaba que protegiesen al pueblo y, en especial, los más débiles–. Eran tiempos en que no reinaba precisamente el imperio de la ley y los súbditos, privados de derechos, no podían más que esperar en la misericordia del rey. Los empleados de su corte eran los encargados de realizar esos servicios. Eran cortes magnificentes, lujosísimas, llamadas de despertar el asombro entre sus súbditos. Muchas veces, el rey era considerado como un auténtico dios.

Si así se pensaba en los reyes, ¡cómo no se iba a pensar así de Dios mismo! También él debía tener una corte y ser servido en todos sus deseos por cohortes de siervos, que hiciesen también de mensajeros y auxiliadores en sus funciones de proteger al pueblo que dependía de él. En la corte celestial esos siervos eran los ángeles. Es una manera de poner rostro a lo que es Dios para nosotros y situarle, de alguna manera, comprensible para nosotros.

Con el Evangelio en la mano, prefiero imaginarme a los ángeles de una forma mucho más sencilla. Ángeles hay muchos en nuestro mundo aunque carezcan de alas. Ángeles son los que se dedican a cuidar y servir a sus hermanos y hermanas, sobre todo a los más pequeños, para que ni uno solo de ellos perezca. Ángeles son los que nos cuidan cuando estamos enfermos. Los que nos visitan y escuchan cuando estamos solos y sentimos el dolor de la soledad que nos hunde. Ángeles son los que anuncian el reino con su esperanza y su forma de comportarse y de luchar por la justicia.

Ángeles es lo que estamos llamados a ser nosotros mismos para los que nos rodean. Quizá no nos crezcan las alas ni terminemos volando pero habremos servido a la voluntad de Dios que quiere que todos conozcamos su amor y vivamos en libertad, justicia y fraternidad.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 28 de septiembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 9,7-9

 


Evangelio según San Lucas 9,7-9
El tetrarca Herodes se enteró de todo lo que pasaba, y estaba muy desconcertado porque algunos decían: "Es Juan, que ha resucitado".

Otros decían: "Es Elías, que se ha aparecido", y otros: "Es uno de los antiguos profetas que ha resucitado".

Pero Herodes decía: "A Juan lo hice decapitar. Entonces, ¿quién es este del que oigo decir semejantes cosas?". Y trataba de verlo.


RESONAR DE LA PALABRA

Es interesante el texto evangélico de hoy. Herodes, el virrey, el que tenía todos los poderes en aquellas tierras, siente que hay algo que no controla. El tal Herodes tenía mucho poder. Tanto poder que tenía claro que lo de Juan no había sido un accidente ni un error policial. Sin problema reconoce que “lo mandé decapitar yo”. Y por supuesto que lo hizo con el ánimo claro de cargarse a cualquiera que le pudiese hacer la contra. Vamos que en el reino de Herodes la oposición no tenía mucha esperanza de vida.

Pero hete aquí que la operación no le salió bien. Le llegaban rumores de que algo pasaba, de que alguien decía cosas que no eran, desde su punto de vista, oportunas. Ya se sabe que para el poder cualquier crítica es inaguantable e inaceptable y debe ser cortada de raíz. Las únicas críticas aceptables son las de los aduladores de la corte. Y eso no son críticas. Pero claro Jesús andaba suelto y no era Jesús de los que se callaban frente a la injusticia.

Conclusión que ni Herodes fue capaz de terminar con la libertad del Hijo de Dios. Conclusión: que Dios es más grande que todos nuestros planes e ideas. Y que, aunque degollemos (en sentido figurado, espero) algunas ideas y algunos movimientos, lo que es de Dios sale adelante.

Lo que le pasó a Herodes también nos puede pasar a nosotros. Queremos controlar nuestra vida y, tantas veces, la de los demás. Y la vida sale por las suyas. Y nos da sorpresas y nos pone ante nuevas situaciones y retos, que nos reclaman nuevas respuestas. En nosotros esta la posibilidad de hacer como Herodes: pretender controlarlo todo. Si hacemos así, nos encontraremos casi seguro con el fracaso porque esa pretensión es absurda. O, con libertad, tomarnos esos nuevos retos como las llamadas que Dios nos va haciendo a crecer, a madurar, a ser sus discípulos, a cambiar de vida, a convertirnos. Esto no es fácil de conseguir pero vale la pena intentarlo.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 27 de septiembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 9,1-6

 

Evangelio según San Lucas 9,1-6
Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para curar las enfermedades.

Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos,

diciéndoles: "No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno.

Permanezcan en la casa donde se alojen, hasta el momento de partir.

Si no los reciben, al salir de esa ciudad sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos".

Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando la Buena Noticia y curando enfermos en todas partes.


RESONAR DE LA PALABRA

Jesús envió a los Doce a proclamar el Reino de Dios y a curar los enfermos. Parece que las dos misiones van íntimamente unidas. Y junto con eso, la sencillez de los medios pobres y humildes, no llevar nada para el camino. Dice el texto evangélico de hoy que ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea haciendo precisamente esas dos cosas: anunciando la buena nueva y curando en todas partes.

Lo bueno de esta historia es que no se quedó en aquel envío. Ha habido cientos de miles de cristianos que han seguido escuchando esa invitación de Jesús a anunciar el reino y a curar a los enfermos. O quizá hayan sido millones a lo largo de la historia. Sacerdotes y religiosas pero también laicos, hombres y mujeres, que han dejado lo que estaban haciendo, han abandonado sus propios intereses para ocuparse de anunciar el reino y curar a los enfermos.

Hoy hacemos memoria de uno de ellos: San Vicente de Paul, un sacerdote francés que vivió a caballo entre el siglo XVI y el XVII. Al principio pensó apenas en ser párroco para poder a su familia, muy necesitada. Pero el ministerio mismo le llevó a conocer de primera mano la miseria en la que vivía la mayoría de los campesinos pobres de Francia. Esa experiencia le abrió los ojos. Y una vez ya abiertos vio también muchas otras necesidades, en la ciudad, en los hospitales, en la infancia. Fundó la Congregación de la Misión, fundó las Hijas de la Caridad, fundó las conferencias de la Caridad, en muchos lugares llamadas conferencias de San Vicente de Paul. Hizo de los pobres y sus necesidades el centro de su vida. Y así fue como anunció la buena nueva del Reino.

San Vicente de Paul es en realidad uno más. Hoy sigue habiendo muchas personas que ilusionadas con el Evangelio escuchan la invitación de Jesús a anunciar la buena nueva y a curar a los enfermos. Y dedican tiempo y vida en ese servicio. Muchos no hacen grandes alharacas ni mucho ruido. No salen en los medios. Pero están ahí y hacen grande el Evangelio y dan gloria a Dios y hacen que muchos experimenten de primera mano el amor de Dios.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 26 de septiembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 8,19-21

 

Evangelio según San Lucas 8,19-21
Su madre y sus hermanos fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud.

Entonces le anunciaron a Jesús: "Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte".

Pero él les respondió: "Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican".


RESONAR DE LA PALABRA


Para entender bien este evangelio y la radicalidad de la afirmación de Jesús “mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”, hay que ponerse en aquel mundo de entonces. La familia de hoy no es lo que era entonces. Hoy los lazos familiares se han aflojado o limitado mucho. La familia es sobre todo una realidad afectiva. Esto es de enorme importancia. Pero en aquel tiempo la familia era mucho más que eso. La familia era el círculo de seguridad único de que disponían las personas ante los riesgos de la pobreza o la enfermedad. Recordemos que entonces no había ningún tipo de seguridad social, de pensiones de jubilación ni estado del bienestar. El estado no hacía nada por las personas más allá de cobrarles impuestos. Alejarse de la familia era perder la seguridad mínima necesaria para vivir. Fuera de la familia todo era peligroso. Renunciar a la familia era quedarse solo ante los muchos peligros de la vida.

En ese contexto se entiende la radicación de lo que dice Jesús. El Reino que anuncia trae consigo una nueva relación entre las personas que supera la relación de sangre. Se abre una nueva fraternidad, un nuevo vínculo. En realidad, Jesús no hace más que señalar la realidad más básica de nuestra fe: somos hijos e hijas de Dios, somos creaturas suyas. Esa es la relación familiar más amplia y real. Somos familia de Dios. Pasa que esta familia es muy grande. Va más allá de la relación inmediata de sangre. Rompe las fronteras de las razas, los pueblos, las lenguas, las ideologías, el sexo.

Jesús se mueve ya en esa nueva realidad del Reino. Y por eso mira a los que le rodean con unos ojos nuevos. Los que escuchan la palabra son conscientes de esa nueva realidad y también cambian su relación con los demás. Se está empezando a levantar una nueva familia, abriendo a la humanidad a una nueva esperanza. Sin fronteras. Sin límites. Sin hacer diferencias entre los nuestros y los otros. Quizá por eso –aplicación práctica– Caritas atiende a todos los necesitados sin cuestionarse si van a misa o no, si hablan nuestro idioma o no. Simplemente porque son hijos e hijas de Dios. Es decir, hermanos y hermanas nuestros.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 25 de septiembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 8,16-18

 


Evangelio según San Lucas 8,16-18
Jesús dijo a la gente:

"No se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero, para que los que entren vean la luz.

Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado.

Presten atención y oigan bien, porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener".


RESONAR DE LA PALABRA

Leemos el Evangelio de hoy y vamos a conceder que Jesús tiene razón: Nadie enciende un candil para meterlo debajo de la cama. Estamos de acuerdo. Pero la verdad es que uno se pone a leer el Evangelio y no sé es eso exactamente lo que vemos. Más bien, la sensación es que Dios ha preferido manifestarse en lo oculto y escondido de este mundo. Desde el nacimiento de Jesús hasta su muerte todo sucede en una pequeña esquina del mundo conocido de entonces. Jesús se mueve toda su vida entre los pobres y entre la gente marginal. Con los jefes del pueblo, con la gente importante, más bien hay choques y distancia. Es significativo el hecho de que Jesús no se mueve siquiera en el ámbito del tempo de Jerusalén, que no era el centro del mundo precisamente pero sí al menos el centro de la nación judía. Y hasta su muerte, ejecutado como un malhechor, sucede fuera de las murallas de Jerusalén y lejos del templo. Todo eso sucediendo en una esquina perdida del mundo de entonces, bien lejos de Roma, la capital del imperio, donde pasaba lo que verdaderamente importaba.

Un buen asesor de marketing y publicidad habría aconsejado a Dios escoger caminos muy diferentes para mostrar al mundo su mensaje de salvación. Pero o no le contrató o Dios quiso hacer las cosas a su manera. Y su manera no es la nuestra. Dios quiso poner su luz en las habitaciones pequeñas y humildes de los pobres. Dios quiso estar cerca de los que no importaban a nadie, de los que eran prescindibles. Esa fue su forma de encender su candil y dar testimonio de la luz. La luz de Jesús ilumina a los que están cerca. No es un gran foco que deslumbre. Se parece más a ese gesto de la vigilia pascual en el que todos los participantes van encendiendo su pequeña vela pasándose el fuego de unos a otros. Son muchas velas pequeñas pero que terminan dando luz y calor a toda la comunidad.

Nuestro Dios es un Dios de los pequeños gestos, de la luz del candil y no del foco de mil vatios. Quizá tendríamos que pensar esto para este día y para todos nuestros días: apuntarnos a los pequeños gestos que dan luz a la vida de los que nos rodean.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 24 de septiembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 20,1-16a

 

Evangelio según San Mateo 20,1-16a
porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña.

Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña.

Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza,

les dijo: 'Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo'.

Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.

Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: '¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?'.

Ellos les respondieron: 'Nadie nos ha contratado'. Entonces les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña'.

Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: 'Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros'.

Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario.

Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario.

Y al recibirlo, protestaban contra el propietario,

diciendo: 'Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada'.

El propietario respondió a uno de ellos: 'Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario?

Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti.

¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?'.

Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos».


RESONAR DE LA PALABRA


¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

Cuando yo era pequeñito, al leer este evangelio, la conducta del señor de la viña me parecía mal. A uno que estudió Derecho por vocación, eso de pagar a todos igual, aunque hayan trabajado de modo muy distinto, le sonaba raro. Mucho. Desde el punto de vista humano, parece injusto, como poco. Pero... Porque en las cosas de Dios siempre hay un pero.

Mis planes no son vuestros planes, nos dice el Señor en la primera lectura. Igual que la contabilidad de Dios no es nuestra contabilidad. Lo vimos la semana pasada, con las setenta veces siete, o sea, el perdón infinito de Dios, sin motivo aparente. Sólo por amor. Y lo volvemos a ver hoy. Hay que aprender a contar según las matemáticas (y la lógica) de Dios.

El trabajo en la viña no es cosa fácil. Hay que estar inclinado, te cortas las manos con los sarmientos, te cansas, sudas… El que estuvo desde las siete de la mañana se ganó con creces el jornal. Parece normal que esperara más que el que no tuvo tiempo casi ni de cansarse. Aunque se pusieron de acuerdo todos en un denario. Que no parece tan mal jornal.

El plan del señor de la viña era tener ocupados a todos los jornaleros. Muestra preocupación por los desempleados, sale a diversas horas, busca que todos estén trabajando. Será que la acedía es la madre de todos los vicios. O sea, la pereza. Ese interés es de alabar. No todos los patronos se implican tanto. Podría haber mandado a un empleado, pero va él mismo. Va a ser que Dios sale al encuentro. Y sigue saliendo hoy a buscarnos. A todos. Personalmente.

Algunos llevamos en las cosas del Padre muchos años. Bautizados de pequeñitos, en un país católico, de Misa dominical, con sacramentos regularmente, se puede decir que somos de los que llevan en la viña desde la primera hora. Con todos los derechos adquiridos, como quien dice. Varios trienios. O quinquenios. Somos de los que podríamos mirar a los demás por encima del hombro.

Pero resulta que, viviendo donde vivo, he tenido la ocasión de tratar – y ayudar – a mucha gente que quería o bautizarse en la Iglesia Católica o hacer el paso desde otras iglesias cristianas. Y leyendo este fragmento, he pensado que estas personas han llegado a la viña a última hora. Y yo no soy quién para juzgar sus méritos. Ni para pensar que tengo más o menos derechos. En muchos aspectos, su entusiasmo es mayor. Descubren la Biblia por primera vez, la leen con sorpresa e interés, la Misa no es algo rutinario que se saben de memoria, se alegran de ver a la gente todos los domingos… Nosotros, los de la primera hora, ya lo hemos oído todo, tenemos a la gente muy vista y repetimos palabras de memoria.

No quiero generalizar, por supuesto, porque de todo hay en la viña del Señor… Pero puede ser una tentación muy grande ponernos en el lugar de los jornaleros de primera hora. Si algo nos enseña Jesús es a mirar a todos por igual. A acercarse a todos. A los que nos parecen buenos y a los que nos parecen malos. Sobre todo, a estos últimos. Si somos capaces de compadecernos, de padecer con los otros, de ponernos en su lugar, de mirar al mundo con los ojos de los demás, estaremos algo más cerca de Cristo. Seremos algo más como Dios.

Cuando has experimentado lo que significa que te amen incondicionalmente, puedes entender mejor porqué hay que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Y, si te sigue costando, repite el estribillo del salmo: cerca está el Señor de los que lo invocan. A invocarle se ha dicho, para que podamos entender la forma divina de hacer las cosas. Que no tengamos envidia del amor de Dios. Es que la bondad y el amor del Señor son lo que nos deben inspirar. Si vas bien, sigue así. Si te falta todavía camino por andar, invócale y para adelante. Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo. San Pablo, un gran hombre y un grandísimo apóstol, nos exhorta así. Como Isaías, que le dice al malvado que abandone el mal camino. Nosotros no somos grandes criminales, el camino que llevamos es más o menos normal, pero algún detallito tendremos que ajustar. Eso siempre.

Decíamos la semana pasada que el perdón, como la fe, es un don, inmerecido. Esta semana, vemos que la recompensa de Dios es un don, un regalo inmerecido y, además, es igual para todos. Sólo los testigos de ese Dios, que es rico en amor, pondrán una esperanza diferente en el mundo.

Hay que saber alegrarse con el bien de los demás. Aquellos que protestaron por ser tratados los últimos de la misma forma que los primeros, se entristecían de no recibir ellos más que los de la última hora. Se deberían haber alegrado de la generosidad del dueño de la viña, de haber servido a un amo tan compasivo y dadivoso, aunque a ellos sólo les diese lo acordado.

Saber contentarse con lo recibido, saber vivir con aquello que se tiene. Comportarse así es tener paz y sosiego, ser felices siempre. A veces por mirar y desear lo que otros poseen, dejamos de gozar y disfrutar lo que nosotros tenemos. En lugar de mirar a los que tienen más, mirar a los que tienen menos, no sólo para darnos cuenta de que tenemos más, sino para ayudar en lo que podamos a esos que tienen menos, que a veces por no tener no tienen ni lo necesario.

Despierta. Abre los ojos. El Señor está cerca. Tan cerca, que está, ahora mismo, a tu lado, mirándote con su mirada de infinito amor. Invócale, dile que quieres estar siempre cerca de Él. Pídele que te ayude a no alejarte jamás de su mirada paternal y amable. Dile que te haga comprender de una vez que sólo tenerle a Él importa en la vida y en la muerte, que sólo cuando él nos acompaña la soledad no existe.

Alejandro Carbajo, CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 23 de septiembre de 2023

Novena de Arcángeles - DIA 4

 

DÍA CUARTO

+ En nombre del Padre,

+del Hijo,

+y del Espíritu Santo. Amén.

ACTO DE CONTRICIÓN

Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío, por ser Tú quien eres y porque te amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberte ofendido; propongo firmemente nunca más pecar, apartarme de todas las ocasiones de ofenderte, confesarme

y cumplir la penitencia que me fuera impuesta.

Ofrezco, Señor, mi vida, obras y trabajos, en satisfacción de todos mis pecados, y, así como lo suplico, así confío en tu bondad y misericordia infinita que los perdonarás, por los méritos de tu preciosísima sangre, pasión y muerte, y me darás gracia para enmendarme y perseverar en tu santo amor y servicio, hasta el fin de mi vida.

Amén.

ORACIÓN INICIAL

Dios todopoderoso y eterno, bendito y alabado seas por toda la eternidad. Que todos los ángeles y los hombres que has creado te adoren, te amen y te sirvan, Dios Santo, Dios Omnipotente, Dios Inmortal.

Y tú, Virgen María, Reina de los ángeles, medianera de todas las gracias, todopoderosa en tu oración, recibe bondadosamente la oración que les dirigimos a los arcángeles y hazla llegar hasta el Trono del Altísimo, para que obtengamos gracia, salvación y auxilio.

Amén.

ORACIÓN A LOS SANTOS ARCÁNGELES

San Miguel Arcángel, tú eres el Príncipe de las milicias celestiales, el vencedor del dragón infernal, has recibido de Dios la fuerza y el poder para aniquilar por medio de la humildad el orgullo de los poderes de las tinieblas. Suscita en nosotros la auténtica humildad del corazón, la fidelidad inquebrantable para cumplir siempre la voluntad de Dios, la fortaleza en el sufrimiento y las necesidades, ayúdanos a subsistir delante del tribunal de Dios.

San Gabriel Arcángel, tú eres el ángel de la Encarnación, el mensajero fiel de Dios, abre nuestros oídos para captar los más pequeños signos y llamamientos del corazón amante de nuestro Señor. Permanece siempre delante de nuestros ojos para que comprendamos correctamente la Palabra de Dios y la sigamos y obedezcamos, y para cumplir aquello que Dios quiere de nosotros. Haznos vigilantes en la espera del Señor para que no nos encuentre dormidos cuando llegue.

San Rafael Arcángel, tú eres el mensajero del amor de Dios. Hiere nuestro corazón con un amor ardiente por Dios, no dejes que esta herida se cierre jamás para que permanezcamos sobre este camino en la vida diaria y venzamos todos los obstáculos por la fuerza de este mismo amor.

Ayuden a nuestra debilidad, hermanos grandes y santos, servidores delante de Dios. Alejen de nosotros mismos nuestra cobardía y tibieza, nuestro egoísmo y nuestra avaricia, nuestra envidia y desconfianza, nuestra suficiencia y comodidad, nuestro deseo de ser apreciados.

Rompan nuestros lazos con el pecado y con toda atadura al mundo.

Desaten la venda que nosotros mismos hemos anudado sobre nuestros ojos, para dispensarnos de ver la miseria que nos rodea, y poder mirar nuestro propio yo sin incomodarnos y con conmiseración.

Claven en nuestro corazón el aguijón de la santa inquietud de Dios, para que no cesemos jamás de buscarlo con pasión, contrición y amor. Que podamos reconocerlo, adorarlo, amarlo y servirlo.

Busquen en nosotros la Sangre de Nuestro Señor que Él mismo derramó por nuestra causa. Busquen en nosotros las lágrimas de Su Reina, Nuestra Señora, vertidas por nuestra miseria. Busquen en nosotros la imagen de Dios destrozada, desteñida, deteriorada, imagen que Él quiso darnos por amor.

Sean nuestros aliados en la lucha contra los poderes de las tinieblas que nos rodean y nos oprimen de manera oculta. Sean nuestros defensores para que ninguno de nosotros se pierda, y para que un día, gozosos, podamos reunirnos en la felicidad eterna.

Amén

(Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena).

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

Oración del cuarto día

Dios Omnipotente, Tú que tienes el poder sobre todas las criaturas, te pido que me encomiendes a San Miguel Arcángel, para que me dé la valentía necesaria y yo pueda enfrentarme al mal saliendo siempre victorioso. Que permanezca junto a mí a lo largo de las batallas, que tome mi mano y me llene de fortaleza para alejar a los demonios, a las tentaciones y a todo lo que no esté en tu sendero. Amén.

 

INVOCACIONES FINALES PARA TODOS LOS DÍAS 

San Miguel, lucha a nuestro lado con tus ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros.

San Rafael, lucha a nuestro lado con tus ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros.

San Gabriel, lucha a nuestro lado con tus ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros.

Amén.

viernes, 22 de septiembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 8,1-3

 

Evangelio según San Lucas 8,1-3
Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce

y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios;

Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.


RESONAR DE LA PALABRA

En su misión de anunciar la buena noticia del Reino por los caminos de Galilea, Jesús no va solo. Le acompañan los Doce y un grupo de mujeres. De éstas se dice que Jesús las había curado de malos espíritus y enfermedades. Es interesante subrayar el hecho de que lo que se dice de las mujeres, que habían sido curadas por Jesús de esos malos espíritus, no se dice de los Doce, que también habían sido sacados de lo más bajo. Los pescadores del lago de Genesaret no pertenecían precisamente a las clases altas e instruidas del Israel de aquel tiempo. Y mucho menos la gente de Galilea, que era una zona fronteriza y marginal. Tampoco los publicanos, pecadores públicos porque robaban a la gente al cobrar los impuestos y porque colaboraban con los romanos invasores, eran precisamente gente “decente”.

Lo primero que habría que señalar es que Jesús no se rodeó precisamente de gente bien. Los hombres y mujeres que compartían con él el ministerio de anunciar el Reino de Dios, eran gente de abajo, personas rescatadas. Quizá podríamos decir que eran personas que habían experimentado el amor sanador de Dios en sus propias carnes. Quizá por eso no se sentían capaces de juzgar a nadie. Llevaban su tesoro, el haber conocido en Jesús la misericordia de Dios, en vasijas de barro. Seguramente que se les traslucía en la mirada la alegría de la esperanza recobrada al lado de Jesús.

Y también habría que señalar lo inédito de aquel grupo en su momento. El hecho de que a Jesús le acompañase junto con un grupo de hombres otro de mujeres era inédito en la cultura de la época. Las mujeres no tenían presencia pública. En la práctica no eran consideradas personas. Podríamos aducir numerosos textos de los escritos rabínicos de la época en este sentido. Ni siquiera su testimonio era válido ante los tribunales. Pero ahí están, con Jesús, dando testimonio del reino con su presencia.

Aquella igualdad entre hombres y varones en el grupo de seguidores de Jesús se perdió rápidamente en la Iglesia. Y los varones ocuparon muy pronto los lugares de preeminencia en ella. Hoy tendríamos que volver a recuperar esta dimensión fundamental del mensaje de Jesús: todos somos iguales a los ojos de Dios. Todos somos testigos. Y todos, hombres y mujeres, podemos anunciar la buena nueva del Reino.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA 

jueves, 21 de septiembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 9,9-13

 

Evangelio según San Mateo 9,9-13
Jesús, al pasar, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió.

Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos.

Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?".

Jesús, que había oído, respondió: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos.

Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".


RESONAR DE LA PALABRA

San Mateo.

Es interesante el relato del evangelio de hoy. Comienza con una llamada inequívoca de Jesús a Mateo, sentado en su oficina. “¡Sígueme!”. Dice el texto que Mateo lo dejo todo y lo siguió. Pero más bien parece que en realidad fue Jesús el que siguió y acompañó a Mateo hasta la casa de éste. Y allí celebraron una fiesta.

¿Algo parecido a una despedida de soltero? Quizá. Para Mateo aquel momento significó un cambio radical en su vida. Pasó de la oficina de recaudador de impuestos a seguir a Jesús por unos caminos llenos de incertidumbre y que terminaron a corto plazo de una forma trágica: en la cruz. No sabemos mucho de su vida después de la muerte de Jesús. La tradición dice que fue misionero en Etiopía y Persia, que vivió en Antioquía muchos años y que allí escribió el Evangelio que lleva su nombre. No se sabe si murió mártir o de muerte natural.

La cuestión es que Mateo celebró por todo lo alto su encuentro con Jesús y la despedida de sus amigotes, que ya formaban parte de su antigua vida. El futuro iba por otros caminos. Lo bueno es que Jesús, presente en la fiesta, aprovechó también aquel momento para hablar de Dios. Frente a los puros, a los que creen que ya lo saben todo de Dios, de cómo actúa, de lo que acepta y lo que rechaza, Jesús deja claro, en presencia de Mateo y de toda aquella pandilla que él ha venido precisamente para llamar a los pecadores, para invitarles a entrar en el reino. Porque son ellos los que necesitan salvación y amor y compasión y cariño y perdón. Los otros, los fariseos, ya se creen salvados. Se sienten en un nivel superior. Con capacidad para juzgar a sus hermanos, para discriminar entre los que se van a salvar y los que se van a condenar. Pero Dios, el Dios de Jesús, no es así.

Nos podríamos hacer muchas preguntas con motivo de esta fiesta: ¿Nos sentimos salvados, amados y escogidos por Dios? ¿Celebramos con gozo que somos de los enfermos que necesitan médico? ¿O bien nos sentimos de los médicos que condenamos a los otros porque son malos mientras que nosotros creemos estar entre los buenos? El Dios de Jesús, que conoce el corazón de cada persona, no pierde nunca la esperanza de salvarnos y de abrirnos nuevos caminos y posibilidades de vida al servicio del Reino.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 20 de septiembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 7,31-35

 

Evangelio según San Lucas 7,31-35
Dijo el Señor: «¿Con quién puedo comparar a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen?

Se parecen a esos muchachos que están sentados en la plaza y se dicen entre ellos: '¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!'.

Porque llegó Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino, y ustedes dicen: '¡Ha perdido la cabeza!'.

Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: '¡Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores!'.

Pero la Sabiduría ha sido reconocida como justa por todos sus hijos.»


RESONAR DE LA PALABRA

San Andrés Kim Taegon y compañeros.


San Andrés Kim Taegon y sus compañeros (mártires coreanos del siglo XIX) no fueron como aquellos hombres a los que se refiere Jesús en el evangelio de hoy: gente indiferente, gente que asiste a la vida como a un espectáculo sin dejarse afectar para nada por lo que pasa a sus alrededor, preocupados únicamente con sus intereses. En definitiva, gente que va a lo suyo.

Jesús tiene en mente la figura de Juan el Bautista. Fue un hombre austero, vivió en el desierto separado de todo. Su vida provocaba, hacía pensar. Pero aquella gente lo solucionó con cierta facilidad diciendo que Juan estaba poseído por un demonio. Fue suficiente para quedarse tranquilos. Lo más todo quedó en una conversación de sobremesa, un comentario un poco irónico. Y todo olvidado. Ya podían volver a lo suyo.

Jesús también se refiere a sí mismo. Él no se ha ido al desierto. Se ha situado en medio de la gente. Comparte con ellos las cosas de la vida. Dolores y alegrías. Así da testimonio del amor de Dios. Como dice el mismo Jesús, “come y bebe”. Pero aquellos indiferentes encontraron rápidamente la explicación adecuada que les podía dejar tranquilos y que les permitía volver a lo suyo, a sus intereses. Es que Jesús era “comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”. ¿Cómo iba a ser mensajero de Dios el que vivía de ese modo y se hacía amigo de gentes de mal vivir? Basta. No había necesidad de dedicar a Jesús ni un minuto de su tiempo. Era imposible que Dios se presentase así en medio de su querido pueblo de Israel. Si fuese el mensajero de Dios, se habría hecho respetar y se habría mostrado de otra manera. Que Dios tiene otro nivel. Conclusión: tranquilidad en el frente, hay que esperar a que venga otro.

La pregunta sería dónde nos situamos nosotros. Porque a veces da la impresión de que nos alineamos con ese grupo de la gente indiferente. Vamos a misa, decimos que somos cristianos y seguidores de Jesús. Pero en realidad vamos a lo nuestro. Y el mensaje de Jesús casi no nos toca ni la piel. Los mártires que hoy celebramos si dejaron que ese mensaje les tocase la piel. Y más adentro.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 18 de septiembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 7,1-10

 

Evangelio según San Lucas 7,1-10
Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún.

Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho.

Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor.

Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: "El merece que le hagas este favor,

porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga".

Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: "Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa;

por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.

Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: 'Ve', él va; y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: '¡Tienes que hacer esto!', él lo hace".

Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe".

Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.


RESONAR DE LA PALABRA

Un Evangelio, un relato de un milagro de Jesús. Interesantes los diálogos. Interesante la forma de interceder de los ancianos judíos que se presentan ante Jesús: “Merece que se lo concedas”. El centurión se había portado bien con ellos. Les ha ayudado a construir la sinagoga. El centurión ha hecho méritos para merecer el favor de Dios, que se manifiesta en Jesús. El centurión tiene otras razones. Sencillamente cree en el poder de Dios que se hace presente en Jesús. No alega sus méritos ante Jesús. Simplemente se sitúa humildemente ante Jesús y deja que éste haga o no haga. Jesús hace el milagro, cura al criado enfermo pero no lo hace por los méritos del centurión sino por su fe. Una fe que no ha encontrado en todo Israel.

El tema de los méritos es importante. Todavía hay cristianos que piensan que a lo largo de la vida tenemos que ir haciendo “méritos” ante Dios para conseguir la salvación, la curación, la solución de problemas, etc. Esos méritos se conseguirían a base de sacrificios, oraciones repetidas interminablemente, limosnas, misas asistidas y cosas por el estilo. Todo eso nos terminaría creando una especie de “derechos” ante Dios. Así nos aseguraríamos la salvación y el favor de Dios.

Pero en el mensaje de Jesús no es eso lo que nos encontramos. Y, para ser realistas, ni siquiera en la relaciones humanas. El amor es siempre gratuito, sin condiciones. Así es como nos ama Dios a nosotros que somos sus creaturas. No hay “méritos” que valgan. No hay derechos adquiridos. Solo hay amor, gratuidad, regalo. El centurión no construyó la sinagoga –esperamos– por razones políticas: para ganarse el afecto del pueblo judío ni para conseguir la paz social. Es más sencillo: construyó la sinagoga porque tenía afecto al pueblo. Lo hizo gratuitamente. Y gratuitamente, sin condiciones, por puro amor, Jesús respondió a su fe y a su plegaria. Porque así es Dios. Porque así nos ama Dios.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

domingo, 17 de septiembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 18,21-35

 


Evangelio según San Mateo 18,21-35
Se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?".

Jesús le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores.

Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos.

Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.

El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo".

El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.

Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: 'Págame lo que me debes'.

El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: 'Dame un plazo y te pagaré la deuda'.

Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.

Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor.

Este lo mandó llamar y le dijo: '¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda.

¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de tí?'.

E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.

Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos".


RESONAR DE LA PALABRA

"Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo."

La semana pasada hablábamos de la corrección fraterna, de cómo el Señor nos invitaba a hacerla y si nos era o no fácil. Esta semana, siguiendo con las relaciones comunitarias, reflexionamos sobre el perdón. En las relaciones es tan importante saber corregir como saber perdonar.

Este de hoy es uno de esos evangelios con los que todos podemos, en principio, estar de acuerdo, pero que nos cuesta llevar a la práctica. Porque lo que más nos sale es lo contrario, el recordar las ofensas, y no perdonar sin condiciones. ¿Es el perdón una actitud de gente débil? ¿Tengo que ser tonto para ser bueno? ¿No hay momentos en los que uno, incluso teniendo la mejor voluntad, dice esto es demasiado? Basta con recordar, por ejemplo, la fecha del 11 de septiembre de 2001...

Lo más normal, para muchos, es vengarse cuando se puede, o al menos, guardar el rencor hasta mejor momento. La venganza es el placer del ofendido, y el rencor el único recurso seguro del más débil. La ira es muy perjudicial. Nos vuelve demonios. Propio de los demonios es vivir siempre encolerizados. Por eso, la mansedumbre es la virtud que más odian los demonios. La cólera oscurece el alma; por eso hay que cortar de raíz los pensamientos de cólera y no abandonarse a ellos. Ser cada día un poco más pacíficos. Que los pacíficos heredarán la tierra.

Ya la primera lectura nos pone en suerte. Furor y cólera son odiosos. Hasta ahí, todos de acuerdo, Es verdad que, a veces, tenemos accesos de furia, o “nos llevan los demonios”. Pero lo que nos dice el Eclesiástico es muy cierto: ¿cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? Si fuésemos más coherentes, antes de pedir nada al Señor, dejaríamos la ofrenda ante el altar e iríamos a reconciliarnos con nuestros hermanos. Es verdad que no siempre se produce la reconciliación – dos no pelean si uno no quiere, y lo mismo pasa con el perdón – pero, por lo menos, lo habremos intentado. Por nuestra parte, todo estará bien. De lo que hacemos – o no hacemos – es de lo que debemos responder.

Nos dice también la lectura recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo. Es muy práctico recordar los mandamientos. Los de la Ley de Dios, y también los de la Iglesia. Si nos miramos a nosotros primero, quizá seamos más tolerantes con los demás. Porque nosotros tampoco somos perfectos, y el contraste de nuestra vida con los mandamientos nos lo recuerda. Con otras palabras, el que está libre de pecado, que tire la primera piedra (Jn 8, 7).

La parábola del Evangelio no nos deja indiferente. A cualquier persona con algo de sentido común le suena mal la actitud del siervo desagradecido. Le perdonan una cantidad inimaginable, porque sí, porque le dio lástima al señor, y a él le cuesta perdonar una pequeña cantidad. Es verdad que no hay razones para perdonar, como no hay razones para creer. Es un don, un regalo. Se puede pedir, pero no tenemos derecho a recibirlo. Es como la fe.

La reacción de los compañeros es normal. Ante la actuación desproporcionada – estrangular a su deudor – van a contárselo al señor. Y éste actúa en consecuencia. Siervo malvado. Ese desagradecido pierde todo lo que había recibido, por no saber apreciarlo. Nosotros habríamos hecho lo mismo.

Pero si lo pensamos bien, quizá más de una vez nos hemos portado como el estrangulador. Recordemos cuántas veces hemos recibido el perdón por nuestros (muchos) pecados, de la mano del sacerdote, y, sin tardar demasiado, hemos cometido alguna injusticia contra nuestros hermanos. Nos parece que es normal que nos perdonen, porque somos nosotros. Pero cuando hablamos de las ofensas recibidas, es otro cantar. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Esas palabras deberían resonar con fuerza en nuestro corazón. ¿Somos compasivos o no?

Cada día rezamos la oración del Padre Nuestro, puede que varias veces. Y pedimos que se nos perdonen las ofensas, como también nosotros perdonamos a lo que nos ofenden. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano. Nos lo recuerda Jesús en el Evangelio. De cómo perdono yo, depende el cómo me perdonen a mí.

Es muy útil corregir y dejarse corregir. Pero, quizá, no hay mayor alegría que saber perdonar y sentirse perdonado. Tenemos un Padre bueno, siempre dispuesto a darnos otra oportunidad. Pero nosotros debemos ser consecuentes. Perdonar como Dios nos perdona. Setenta veces siete, y las que haga falta. Siempre. Para ser, un poquito, como Dios.

Alejandro Carbajo, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 16 de septiembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 6,43-49

 

Evangelio según San Lucas 6,43-49
Jesús decía a sus discipulos:

«No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos:

cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.

El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.

¿Por qué ustedes me llaman: 'Señor, Señor', y no hacen lo que les digo?

Yo les diré a quién se parece todo aquel que viene a mí, escucha mis palabras y las practica.

Se parece a un hombre que, queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando vino la creciente, las aguas se precipitaron con fuerza contra esa casa, pero no pudieron derribarla, porque estaba bien construida.

En cambio, el que escucha la Palabra y no la pone en práctica, se parece a un hombre que construyó su casa sobre tierra, sin cimientos. Cuando las aguas se precipitaron contra ella, en seguida se derrumbó, y el desastre que sobrevino a esa casa fue grande.»


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos, paz y bien.

Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy casi no precisan comentario. Basta con separarlas en párrafos diferentes, y compararlas con nuestra vida. Cada árbol se conoce por su fruto.

Lo que rebosa el corazón, lo habla la boca. ¿De qué hablo con mi familia? ¿Con mis amigos? ¿Con mis compañeros de trabajo? ¿Sale alguna vez en esas conversaciones el nombre de Dios? Puede ser que, en alguna ocasión, haya que dar testimonio de nuestra fe. Cuando se habla del aborto, de las relaciones prematrimoniales, de la situación política, de la forma de llevar a cabo nuestro trabajo, con responsabilidad o sin ella… Si a lo largo del día no pronuncio el nombre de Dios ni una sola vez, a lo peor en mi corazón él ocupa muy poco espacio.

¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo? Más o menos, sabemos lo que tenemos que hacer. Hemos leído algo del Catecismo, conocemos los Mandamientos, los de la ley de Dios y los de la Iglesia, recibimos varios sacramentos con regularidad… Podemos decir que es nuestro Señor. Y, sin embargo, seguimos fallándole. Seguimos sin ser capaces de vivir nuestra fe con coherencia. Escuchamos lo que dice Cristo, pero no lo ponemos en práctica. Por lo menos, no siempre, ni como deberíamos. Menos mal que siempre nos queda la misericordia de Dios.

Y, lo fundamental en toda construcción, los cimientos. ¿Cuáles son los cimientos de mi vida? ¿Y los cimientos de mi fe? En el mundo hay unos valores, que no siempre son los mismos que predica Jesús. Muchas veces, para soportar los envites de la vida, necesitamos un apoyo firme. La riqueza, el prestigio, el figurar, el poder, el “trepar” cueste lo que cueste… Son bases que no duran mucho. Todo está relacionado. Si queremos dar frutos buenos, debemos tener buenas raíces. Los demás ven cómo vivo, cómo reacciono ante los problemas, cómo interactúo con mis vecinos. Eso no se puede disimular mucho tiempo. Si estoy arraigado en Cristo, viviré y actuaré como Cristo. Si mis raíces están hundidas en arena, entonces, mal voy.

Para que en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna. Eso escribe Pablo en la primera lectura. Ojalá nosotros podamos ser también modelos para otros. Sería buena señal.

Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

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viernes, 15 de septiembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 19,25-27

 

Evangelio según San Juan 19,25-27
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.

Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo".

Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.


RESONAR DE LA PALABRA

Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores.

Queridos hermanos, paz y bien.

Después de contemplar y meditar la exaltación de la Santa Cruz, hoy la liturgia nos presenta a la Madre Dolorosa. Triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena, dice el versículo antes del Evangelio.

No fue fácil para nadie aceptar la cruz. La Carta a los Hebreos nos recuerda el sufrimiento del mismo Jesús. Aprendió, sufriendo, a obedecer. Con gritos y lágrima. Nada menos. Sudando sangre, porque el hombre Jesús no quería morir. Y, sin embargo, era necesario, para que se superara el abismo que nos separaba de Dios por el pecado. Y el hombre Cristo lo aceptó. Hasta el final. Hasta la muerte, y muerte de cruz.

Cerca de Jesús estaba siempre su Madre, la Virgen. También cerca de la cruz. Muy cerca. De entre sus muchas advocaciones, hoy meditamos sobre lo que significa ver morir a un hijo. En nuestro mundo sigue sucediendo. Guerras, accidentes, atentados terroristas… Nos rompe el corazón ver las madres con los cuerpos yacentes de sus criaturas. No entendemos el motivo de tanto sufrimiento. Podemos imaginarnos el dolor de María, al ver como crucificaban a su Hijo. De forma absolutamente injusta. ¿Cabe mayor dolor?

Y, en medio de tanto dolor, el penúltimo regalo que nos hizo Jesús: Ahí tienes a tu madre. En el Discípulo amado nos identificamos todos. Jesús se va, pero no nos deja huérfanos. Tenemos el cariño, la protección y la intercesión eterna de la Madre. Ese discípulo la recibió en su casa. Esa posibilidad la tenemos todos. Recibir en nuestro corazón a la Madre, pedirle que se quede con nosotros, que nos consuele con su cercanía, que nos alumbre con su intercesión y que su ejemplo de paciencia y esperanza sea luz en nuestro camino.

Podemos seguir meditando con la secuencia de este día.

La Madre piadosa estaba junto a la cruz y lloraba mientras el Hijo pendía; cuya alma, triste y llorosa, traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenía.

¡Oh cuán triste y cuán aflicta se vio la Madre bendita, de tantos tormentos llena! Cuando triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena. Y ¿cuál hombre no llorara, si a la Madre contemplara de Cristo, en tanto dolor?

¿Y quién no se entristeciera, Madre piadosa, si os viera sujeta a tanto rigor? Por los pecados del mundo, vio a Jesús en tan profundo tormento la dulce Madre.

Vio morir al Hijo amado, que rindió desamparado el espíritu a su Padre. ¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo.

Y que, por mi Cristo amado, mi corazón abrasado más viva en él que conmigo. Y, porque a amarle me anime, en mi corazón imprime las llagas que tuvo en sí.

Y de tu Hijo, Señora, divide conmigo ahora las que padeció por mí. Hazme contigo llorar y de veras lastimar de sus penas mientras vivo; porque acompañar deseo en la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo.

¡Virgen de vírgenes santas!, llore ya con ansias tantas, que el llanto dulce me sea; porque su pasión y muerte tenga en mi alma, de suerte que siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore y que en ella viva y more de mi fe y amor indicio; porque me inflame y encienda, y contigo me defienda en el día del juicio.

Haz que me ampare la muerte de Cristo, cuando en tan fuerte trance vida y alma estén; porque, cuando quede en calma el cuerpo, vaya mi alma a su eterna gloria. Amén.

Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 14 de septiembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 3,13-17

 

Evangelio según San Juan 3,13-17
Jesús dijo a Nicodemo:

«Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.

De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,

para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.

Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»


RESONAR DE LA PALABRA

La Exaltación de la Santa Cruz

Queridos hermanos, paz y bien.

La cruz es el símbolo de la victoria de Cristo sobre el mal y la muerte. Lo celebramos en cada Pascua. En Jerusalén, ya en el siglo V, el día siguiente a la consagración de la iglesia de la Resurrección, es decir, el 14 de septiembre, se dedicaba a la adoración de la cruz. De esta costumbre surgió la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, que se extendió a toda la Iglesia.

En la lectura del libro de los Números asistimos al episodio del ataque de las serpientes en el desierto. El esquema es conocido, el pueblo se rebela, Dios lo castiga, el pueblo se arrepiente y el Señor envía un remedio. En este caso, una serpiente de bronce, que, al mirarla, todos quedaban sanados.

Lo que es la vida. El elemento de salvación esa serpiente de bronce, con el tiempo se convirtió en un objeto de adoración. Fue necesario que Ezequías lo eliminara (Quitó los altos, y quebró las imágenes, y taló los bosques, e hizo pedazos la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque hasta entonces le quemaban perfumes los hijos de Israel; y le pusieron por nombre Nehustán, 2 Re 18, 4). Hay que tener cuidado, para no desvirtuar lo que, en principio, es un signo de salvación.

Si elegimos la lectura de san Pablo a los Filipenses, se nos recuerda que en la cruz se muestra el verdadero rostro de Jesús, que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

Por esa obediencia, el hombre Jesús llegó a ser el Cristo resucitado, Salvador, para gloria de Dios Padre. Costó aceptar ese destino, pero con su aceptación, Cristo llenó el abismo que nos separaba del Padre, por el pecado del hombre, incapaz por sí mismo de superar ese vacío. Jesús es el puente entre nosotros y el Padre bueno. Un puente sin peajes, abierto a todos.

Pero no todos quieren pasar por él. Como a Nicodemo, hay muchos a los que les cuesta entender lo que significa la figura de Jesús. Algunos quieren creer, pero no todos lo consiguen. Demos gracias a Dios por el don de la fe, por cierto. El evangelio de hoy nos recuerda que, al ser levantado en la cruz, Jesús se convirtió en símbolo de salvación para todos, como la serpiente de bronce fue salvación para los hebreos en el desierto. La serpiente de bronce fue algo temporal. La cruz de Cristo, el icono del amor de Dios a los hombres, es eterna.

Dios quiere que todos los hombres se salven. El medio para conseguirlo, seguir a su Hijo, Jesucristo. Es difícil, pero no imposible. De cada uno de nosotros depende. No olvidéis las acciones del Señor, nos recuerda el salmo de hoy. El señor ha obrado grandes cosas en nuestra vida. Nos regala su salvación. Incluso en el dolor y el sufrimiento, nos ayuda a encontrar sentido. Pues eso. ¿Qué vas a hacer tú?

Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA