sábado, 25 de diciembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 2,41-52

 

Evangelio según San Lucas 2,41-52
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua.

Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre,

y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.

Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos.

Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.

Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.

Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.

Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados".

Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?".

Ellos no entendieron lo que les decía.

El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.

Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.


RESONAR DE LA PALABRA


CUIDAR LA FAMILIA

 La Sagrada Familia, ya sabemos, está formada por María, José y el Niño. ¿Por qué la llamamos «sagrada»? La verdad es que ni José ni María eran personajes excepcionales, si no hubiera sido porque se dejaron en las manos de Dios, se pusieron a su servicio, y aceptaron vivir consagrados a la misión que Dios les encomendaba. Su misión fundamental sería crear al clima necesario para que aquel Niño tan especial creciera sano, fuera feliz y aprendiera todas esas cosas importantes que los padres transmiten a sus hijos, abriéndoles el camino de la vida y de la fe. Ni las guarderías o escuelas, ni los grupos de amigos, ni las parroquias, ni los medios de comunicación social, logran penetrar tan a fondo en la intimidad infantil como los familiares, esas personas de quienes se depende absolutamente durante los seis o nueve primeros años de vida. Esta familia de Nazareth no sería muy diferente de cualquier otra familia que fuera consciente de su vocación divina, de cualquier matrimonio que se haya tomado en serio aquellas palabras que un día se dijeron ante el altar de Dios:

- Yo me entrego a ti y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad todos los días de mi vida.

- Estamos dispuestos a recibir de Dios responsable y amorosamente los hijos, a educarlos cristianamente y a hacer de nuestro hogar el lugar donde puedan crecer y aprendan a darse a los demás.

Apunto, sin entrar en detalles, algunos de los problemas y dificultades más frecuentes:

 En muchas familias, la gran dificultad es la falta suficiente de comunicación y de encuentro profundo (a pesar de que puedan pasarse horas juntos). Cuesta hablar, y cuesta encontrarse, más allá del «tenemos que ir a», «hay que comprar...», «hay que llevar al niño a...» y otras parecidas. El «me siento», «lo siento», «me preocupa», «te agradezco», «necesito»... cuestan bastante más.

 No pocas veces el amor primero que se selló sacramentalmente... no se ha cuidado debidamente. Se dan cosas por supuestas. El otro tiene que "adivinar" lo que me pasa. Se prefiere reservarse ciertos asuntos para evitar conflictos o preocupar al otro. Se van descuidando los pequeños detalles. No se revisa cómo va la relación. No se buscan medios para madurar y crecer juntos... Puede que se aprenda a convivir con el otro y con los otros... pero sin que podamos decir que mi familia es un don, es un regalo, es una tarea...

 La vida espiritual matrimonial es muy variada. Hay quienes rezan algo juntos, o van a misa juntos. Menos forman parte de alguna comunidad de fe o de matrimonios. Pero a la hora de la verdad, pocas veces la vida espiritual personal y familiar... afecta gran cosa al cada día. Falta compartir la Palabra, la acción de gracias concreta, el pedirse perdón, orar juntos por alguna preocupación...

 Nadie transmite lo que no vive, o vive rutinariamente. La crisis social, cultural, religiosa y eclesial hace que en la práctica la fe vaya quedando arrinconada, o reducida a momentos puntuales. Bastantes parejas no han sabido o querido madurar, formarse, cultivar una fe que tenga algo que aportar a su vida cotidiana. Y hay tantas opciones, tantos criterios, tantas sensibilidades distintas... ¿qué podemos entonces compartir juntos y transmitir a los hijos?

 Con respecto a la educación de los hijos en «valores» y en la dimensión trascendente de la persona... hay también mucha variedad. Hay padres casi del todo despreocupados de este asunto. Los hay desorientados por la diferencia de criterios dentro de la pareja, y por la distancia que perciben entre lo que ellos aprendieron... y lo que viven hoy sus hijos, no sabiendo cómo actuar. Parece que los hijos se «forman» (sí, entre comillas) más en los medios de comunicación, internet, las redes, los grupos de amigos, los estudios... La «cultura» va muy deprisa y no pocas veces se siente desbordados o perplejos. Hay padres que «delegan» en los centros de formación, en las catequesis, en las clases de religión... Y los hay también, cómo no, responsables, implicados, comprometidos, acompañando a sus hijos en el crecimiento de todos los aspectos del ser humano.

Aunque han quedado ya apuntadas algunas pistas, subrayo y propongo SEIS que ayuden a mejorar y animar esta gran tarea de construir y ser una familia santa:

 Es necesario que los padres se quieran, y se apoyen, y que los hijos sepan y vean que se quieren y maduran juntos, de las mil maneras que puede expresarse y mimarse el amor.

 Es importante el afecto de los padres hacia los hijos (y viceversa). Los hijos necesitan menos que les den cosas (dinero, estudios, viajes, objetos...), y más que los padres estén cerca oportunamente. Supone atención personal a cada uno, cercanía, respeto, darles responsabilidades (sin darles tantas cosas hechas), exigencia apropiada, etc. Y los padres también necesitan sentir el aprecio de los hijos.

 Es esencial la comunicación de la pareja entre sí y con los hijos. Una comunicación que no huela a fiscalización ni se convierta en reproche continuo, y no sólo solo en torno a cosas que «hay que hacer»... sino una comunicación que busque comprender, compartir experiencias, sentimientos, vivencias, inquietudes, proyectos, preocupaciones. Y aprovechar mucho mejor el escaso tiempo que se puede estar juntos, reservando incluso algunos momentos para estos encuentros.

 No hay que olvidar la coherencia entre lo que se dice o pide a los hijos y el propio comportamiento. El perdón y reconocer los errores tiene un papel muy importante.

 Es importante también el cultivo de una fe más compartida por la pareja y por toda la familia (teniendo en cuenta las diferentes edades): aprender a orar juntos, leer juntos la Palabra de Dios, comprar algunos libros religiosos (los hay muy buenos) para facilitar la meditación y la maduración en la fe... dialogar sobre la formación religiosa que se va recibiendo en la Parroquia y el Colegio, etc. Ofrecer humildemente el propio testimonio personal a los hijos...

 Por último: la familia va más allá del matrimonio (cuando lo hay) y los hijos. Hay otros miembros y, ya que parece que la soledad se ha convertido en un rasgo relevante en estos tiempos, pues no podemos olvidarnos de los que están solos, enfermos, mayores, con dificultades del tipo que sea...

¡Ah! Nunca es demasiado tarde para "relanzar" ilusiones, proyectos. Siempre es tiempo de renovar y de reconstruir y de resucitar. ¡Adelante!

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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