domingo, 12 de diciembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 21,23-27

 

Evangelio según San Mateo 21,23-27
Jesús entró en el Templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, para decirle: "¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te ha dado esa autoridad?".

Jesús les respondió: "Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas.

¿De dónde venía el bautismo de Juan? ¿Del cielo o de los hombres?". Ellos se hacían este razonamiento: "Si respondemos: 'Del cielo', él nos dirá: 'Entonces, ¿por qué no creyeron en él?'.

Y si decimos: 'De los hombres', debemos temer a la multitud, porque todos consideran a Juan un profeta".

Por eso respondieron a Jesús: "No sabemos". El, por su parte, les respondió: "Entonces yo tampoco les diré con qué autoridad hago esto".


RESONAR DE LA PALABRA


¿Con qué autoridad haces esto?

El evangelio de hoy presenta a Jesús debatiendo, una vez más, con los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. En esta ocasión, son ellos quienes inician la conversación con una pregunta que, bajo apariencias de adulación, escondía veneno. Le interrogan acerca del origen de la insólita autoridad con la que actuaba Jesús. Porque su fuerza seductora le hacía tan atractivo e irresistible ante el pueblo, tan increíblemente “divino”, que se convertía en serio competidor de la religión oficial, la que ellos representaban. Era la suya una pregunta hecha con malicia, sin interés alguno por abrirse a la verdad escondida en la persona del Maestro, en sus obras y en su mensaje.

Bajo su pregunta, estas autoridades religiosas escondían una baza sibilina: arrancar de labios de Jesús una clara y concluyente confesión acerca de sus pretensiones. Hurgaban en su conciencia para ponerle contra las cuerdas. Le solicitaban subrepticiamente una legitimación verbal de su creciente mesianismo. Lo que pedían era, ni más ni menos, una declaración formal de ese profetismo suyo, que le hacía acreditarse como representante directo de Dios. Les serviría de convincente acusación. En el fondo de esa larga polémica, cada vez más cruda e insostenible, Jesús mostró, siempre y sin ningún tipo de concesiones, su referencia, directa y sin igual, a la autoridad de Dios. Y eso, además de insólito y atrevido, era sumamente peligroso.

Hábilmente Jesús, sin sentirse obligado a responder a la pregunta, pasa al contraataque con otra pregunta acerca de lo que ellos pensaban sobre Juan Bautista. Estos grupos dirigentes jamás reconocieron al Bautista su rango de profeta acreditado, pero tampoco quisieron enfrentarse con el pueblo que lo adoraba. La brillantez dialéctica de la pregunta del Señor les hunde en un silencio tenso. Se sienten descubiertos. Jesús desenmascara su actitud retorcida y su patraña. Y así, con magistral elegancia diplomática, les despide sin entrar en el juego fatuo que le han tendido.

El pasaje nos alecciona sobre el diálogo. Éste sólo es posible y auténtico si por ambas partes se da limpieza de intención y búsqueda honesta de la verdad. No todos están dispuestos a abrirse cabalmente a la verdad. Porque, como dijo en una ocasión O. Wilde, “la verdad es una cosa muy dolorosa de oír y de manifestar”. Jesús se vuelve hermético ante quien, al dirigirse a él, va buscando con mente obtusa, bajos intereses ajenos a la verdad. Con Él no se juega. Muchas veces los únicos que se atreven a buscar la verdad son los que no tienen nada que perder. Tal vez por eso, los más “buenos” no son siempre los más sinceros.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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