viernes, 31 de diciembre de 2021

RESONAR DE LAPALABRA - Evangelio según San Lucas 2,16-21

 

Evangelio según San Lucas 2,16-21
Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre.

Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño,

y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.

Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón.

Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.

Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Angel antes de su concepción.


RESONAR DE LAPALABRA


Queridos amigos y amigas:

A los ocho días de la Navidad, celebramos a Santa María, Madre de Dios. El Hijo y la Madre. El Niño y la Mujer. La Presencia y la Esperanza.

En el relato de Lucas, los pastores se acercan al portal y descubren “a María, a José y al niño”. Cuando nos acercamos a Dios, siempre nos encontramos a la vez con sus testigos, y eso nos hace a la vez testigos: “todos los que oían se admiraban de lo que decían los pastores”. María es la mujer testigo de la fuerza de Dios en la debilidad y de la respuesta humana en generosidad. Encontrarnos con ella también nos hace testigos valientes, desde nuestra debilidad, en medio de nuestro mundo.

En el Evangelio de hoy se nos dice algo más: “María guardaba todo esto en su corazón”. El Corazón de María es el cofre donde se conserva todo lo valioso, como regalo de la vida para desplegar la existencia en gratuidad y en generosidad. Así fue la vida de María: recibiendo lo que Dios le fue dando, acogiendo lo que le fue pidiendo y desplegándose de dentro a fuera, desde el corazón al mundo.

El año nuevo es abierto por María como un signo de lo que fue su vida y de lo que puede ser la nuestra: apertura, confianza, entrega. ¡Feliz año nuevo! ¡Feliz día de María!

En el comienzo de este nuevo año,

junto a María, madre de Dios y madre de la Iglesia,

te ofrezco lo que soy para que, como en ella,

mi vida sirva a esta historia de amor con la humanidad

que tienes pensada desde siempre y para siempre.

Que así sea.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 30 de diciembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 1,1-18

 


Evangelio según San Juan 1,1-18
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.

Al principio estaba junto a Dios.

Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.

En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.

Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

El no era la luz, sino el testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.

Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.

Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.

Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.

Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.

Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo".

De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia:

porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.

Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos y amigas:

En el último día del año, terminando la octava de Navidad, se nos recuerda el prólogo de Juan, que condensa esa historia del Dios-con-nosotros que recordamos y actualizamos en estos días.

Terminar un año es tiempo de balances y de esperanzas.

Miramos atrás para ver lo que fue, desde la distancia que dan los días, en perspectiva. Y en esa mirada, podemos descubrir lo que realmente fue importante de lo que no dejó de ser intranscendente, por mucho que pareciera otra cosa. Y se puede abrir el corazón para dar gracias, profundamente, por todo lo recibido en esos días vividos. Quizá primero por conservar la vida, que no conviene dar por supuesta. Y por la fe. Y por las personas queridas. Y por las dificultades que nos pueden ayudar a crecer…

Miramos adelante para esperar lo que está por venir. Con una espera activa, que se predispone a hacer algo bueno con lo que se nos regale de ahora en adelante. ¿Qué será? ¿Cómo vendrá? ¿Qué podré hacer con esto… o con aquello…? Quizá hoy es un buen día para pedir, y para confiar.

Gracias, Señor, por este año que termina.

Gracias porque, en medio de la vida de cada día,

Tú te has hecho presente…

Dame tu mirada para agradecer todo lo recibido…

Y sobre todo, gracias por ser Dios-con-nosotros,

de quien recibimos “gracia tras gracia”.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 29 de diciembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 2,36-40

 

Evangelio según San Lucas 2,36-40
Estaba también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido.

Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.

Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.

El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.


RESONAR DE LA PALABRA 

Queridos amigos y amigas:

¿Alguna vez has contemplado el crecimiento de una planta? En algún video se muestra ese crecimiento condensado en unos minutos, mediante la toma de imágenes a lo largo de varias semanas, meses y años… Lo que comienza siendo una semilla, casi imperceptible, termina siendo una planta, un árbol, que muchas veces da su fruto… para la vida de otros vivientes. Nos gusta comer el fruto, aunque a veces olvidamos que para llegar a ello hace falta plantar, regar, cuidar, esperar… La naturaleza tiene sus tiempos y sus ritmos. Y pretender otra cosa es violentar y asegurar un fracaso.

También esto lo vivió Jesús. Su crecimiento fue progresivo. Quien le viera de un día para otro, no percibiría apenas ningún cambio externo. También fue recién nacido, tuvo cinco años, cumplió los doce, llegó a los dieciocho, a los veinticinco, a los treinta… En la esperanza de vida de aquella época, podemos decir que, aunque su vida fue interrumpida violentamente, Jesús pasó por todas las edades del ser humano: niñez, juventud y madurez. Y en ese crecimiento supo de la importancia del día a día, de cada palabra y cada gesto, de la perspectiva que dan los años… Y experimentó que el Padre estaba a su lado, en todo momento y circunstancia. “El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba”.

Así es nuestra vida. A veces quisiéramos crecer más rápido. A veces quisiéramos disfrutar de los frutos… sin haberlos plantado… o cuidado… o esperado a que estén en su sazón. Y nada hay más antinatural que querer saltarse etapas.

El Dios de la Vida, que conoce por experiencia lo que es el ritmo de las cosas desde su encarnación en la persona de Jesús, acompaña ese crecimiento, alentándolo desde dentro… en la espera de que cada cual dé los frutos esperados, para la vida del mundo.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 28 de diciembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 2,22-35

 

Evangelio según San Lucas 2,22-35
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,

como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.

También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él

y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.

Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,

Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:

"Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,

porque mis ojos han visto la salvación

que preparaste delante de todos los pueblos:

luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".

Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.

Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,

y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos y amigas:

la Palabra de hoy nos presenta lo que podríamos llamar un “personaje secundario” de los Evangelios, que sin embargo puede ser un icono de una vida lograda. Se trata del anciano Simeón.

Simeón era un “hombre justo y piadoso”. Desde ese dato podemos imaginar que, como tantos hombres y mujeres de aquél tiempo –y de todos los tiempos-, había vivido una vida más o menos sencilla, con sus luces y sombras, con sus certezas y dudas, en acogida de Dios y en servicio humilde hacia los demás. “Una buena persona”, “un hombre de Dios”, podrían comentar de él sus vecinos. Seguro que algunos simpatizaban más con él que otros, que ya se sabe que siempre pasa. Pero no tenía grandes enemigos declarados. Porque en su corazón había siempre un lugar para el perdón y la reconciliación. Quizá porque él también necesitó ser reconciliado y perdonado en más de una ocasión. Y era de los que, en medio de la confusión del mundo -en su época y en todas las épocas- no había perdido la esperanza. Y “aguardaba el consuelo de Israel”. Con una profunda confianza en el Dios en cuyas manos vivimos, nos movemos y existimos. Este es Simeón. Con toda su historia. “El Espíritu Santo moraba en él”.

Este es quien, en el relato de Lucas, toma al niño en brazos y bendice a Dios. Sus palabras son toda una muestra de confianza y de lucidez. Le dice a Dios que ya, cuando quiera, entiende que su vida ha llegado a su meta, porque se ha encontrado con el Dios-con-nosotros. Y a la vez que dice eso, anuncia ese futuro nuevo: ha llegado la “luz para alumbrar a las naciones”… y orienta a María con unas palabras que quieren fortalecerla para lo que pueda venir.

Simeón personifica la historia de Israel. Con todas sus historias, ahí está un pequeño resto manteniendo la confianza en el futuro nuevo que Dios les había prometido.

Simeón personifica la historia de cualquier persona. En búsqueda, con posibilidad de acoger al Dios-con-nosotros y de anunciar la novedad de su Reino.

Necesitamos más ancianos como Simeón. También jóvenes y personas de mediana edad. Que desde la experiencia de una vida vivida en confianza, no busquen aferrarse a nada, sino transmitir esa confianza a los que vienen por detrás. Tú también puedes ser Simeón.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 27 de diciembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 2,13-18

 

Evangelio según San Mateo 2,13-18
Después de la partida de los magos, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo".

José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.

Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: Desde Egipto llamé a mi hijo.

Al verse engañado por los magos, Herodes se enfureció y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, de acuerdo con la fecha que los magos le habían indicado.

Así se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Jeremías:

En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya no existen.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos y amigas:

a los tres días de la navidad, se celebra la fiesta de los “santos inocentes”, partiendo del relato de Mateo de la matanza de los niños por Herodes.

Toda una escena en la que aparecen los “personajes principales” de este tiempo de Navidad: la luz y las tinieblas, la debilidad y la esperanza.

La luz molesta a las tinieblas. Porque son incompatibles. Por eso Herodes quiere hacerla desaparecer, y trama su plan. Y en esa lucha, recreada en tantas escenas de la Biblia y del cine contemporáneo, resplandece la fuerza de la debilidad: una pareja que se pone en camino con su hijo recién nacido, huyendo a la tierra donde sus antepasados habían sido esclavos para salvar su vida. Y en esa debilidad, surge la esperanza…

Jesús, desde su nacimiento, asume la historia de su pueblo, pasando por los mismos lugares por donde pasó y por sus mismos aprietos. Y al asumir esa historia, asume también nuestra historia de luces y tinieblas, de luchas y de esperanzas. Porque la historia del Pueblo de Dios narrada en la Palabra es también nuestra historia.

En la fiesta de hoy recordamos a todos los que en el mundo han vivido esta misma historia de persecución, de huída y de muerte inocente. En el pasado y en el presente… Víctimas concretas de las tinieblas que quieren dominar la historia: niños, mujeres, hombres, ancianos…

Frente a esa tiniebla, Dios no despliega sus ejércitos ni acaba con el mundo de manera drástica… sino que ofrece algo mejor: su Hijo, naciendo entre nosotros, es la fuerza en la debilidad, la luz que alienta toda esperanza y que ya se ha comenzado a transmitir… hasta los confines del mundo.

Ya hay mucho camino recorrido y aún queda mucho por hacer. Pero ya está puesto, en el corazón del mundo, la semilla de un mundo nuevo.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 26 de diciembre de 2021

REDONAR DE A PALABRA - Evangelio según San Juan 20,2-8

 

Evangelio según San Juan 20,2-8
El primer día de la semana, María Magdalena corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".

Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.

Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.

Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.

Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo,

y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.

Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.


REDONAR DE A PALABRA


Queridos amigos y amigas:

En la fiesta de San Juan, apóstol y evangelista, se nos recuerda que la fe es don y tarea. Experiencia y transmisión. Corazón y boca.

La fe, como las cosas más importantes de la vida, se nos ha regalado. No la ha inventado nuestra generación, ni hemos pagado por ella, ni se puede vender… es un regalo que nos viene de los que nos precedieron... y que se entrega a cada generación, para que la recree en su circunstancia. Y a cada corazón, para que fermente la vida y la haga nueva, redireccionándola hacia el sueño de Dios.

“Lo que hemos oído”, “lo que hemos visto con nuestros propios ojos”… “pues la vida se hizo visible”… “esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo”... Todo es un regalo. Por pura gracia.

Ese regalo tiene su origen en la persona de Jesús. Aquél que, hace 2000 años, pasó haciendo el bien y hablando de parte de Dios. Aquél que unos acusaron de ser un embaucador… y que otros reconocieron viniendo de parte del Padre, como Hijo en quien reconocernos y desde el que vivir. Todos “vieron” a Jesús. Aunque no todos lo creyeron. La fe siempre es un salto. Y Juan lo dio: “Vio y creyó”. Ahí está la gracia.
Cada creyente y cada generación está llamada a hacer ese salto: “ver” a Jesús, conocer su persona, saber qué dijo, qué hizo… y “creer” que en su humanidad se nos está dando el mismo Dios, acogiéndonos desde siempre y para siempre, abriendo caminos nuevos para la vida y para el mundo, en la esperanza de que, si vivimos desde ahora con Él, viviremos para siempre con Él. Ahí está lo definitivo. “Ver y creer”.
Y una vez que se recibe, la fe es tarea. “Os damos testimonio y os anunciamos”… “para que estéis unidos con nosotros”… “y para que nuestra alegría sea completa”. Esa es la comunión que ofrece la fe: unirnos en ese círculo de amor entre el Padre y el Hijo. Más allá de nuestros orígenes, lenguas, razas, características o simpatías, nos puede unir la fe en el mismo Dios de la vida, para dar vida. Y esto hay que anunciarlo.
Corazón y boca… para llegar a abrir las manos.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 25 de diciembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 2,41-52

 

Evangelio según San Lucas 2,41-52
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua.

Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre,

y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.

Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos.

Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.

Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.

Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.

Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados".

Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?".

Ellos no entendieron lo que les decía.

El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.

Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.


RESONAR DE LA PALABRA


CUIDAR LA FAMILIA

 La Sagrada Familia, ya sabemos, está formada por María, José y el Niño. ¿Por qué la llamamos «sagrada»? La verdad es que ni José ni María eran personajes excepcionales, si no hubiera sido porque se dejaron en las manos de Dios, se pusieron a su servicio, y aceptaron vivir consagrados a la misión que Dios les encomendaba. Su misión fundamental sería crear al clima necesario para que aquel Niño tan especial creciera sano, fuera feliz y aprendiera todas esas cosas importantes que los padres transmiten a sus hijos, abriéndoles el camino de la vida y de la fe. Ni las guarderías o escuelas, ni los grupos de amigos, ni las parroquias, ni los medios de comunicación social, logran penetrar tan a fondo en la intimidad infantil como los familiares, esas personas de quienes se depende absolutamente durante los seis o nueve primeros años de vida. Esta familia de Nazareth no sería muy diferente de cualquier otra familia que fuera consciente de su vocación divina, de cualquier matrimonio que se haya tomado en serio aquellas palabras que un día se dijeron ante el altar de Dios:

- Yo me entrego a ti y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad todos los días de mi vida.

- Estamos dispuestos a recibir de Dios responsable y amorosamente los hijos, a educarlos cristianamente y a hacer de nuestro hogar el lugar donde puedan crecer y aprendan a darse a los demás.

Apunto, sin entrar en detalles, algunos de los problemas y dificultades más frecuentes:

 En muchas familias, la gran dificultad es la falta suficiente de comunicación y de encuentro profundo (a pesar de que puedan pasarse horas juntos). Cuesta hablar, y cuesta encontrarse, más allá del «tenemos que ir a», «hay que comprar...», «hay que llevar al niño a...» y otras parecidas. El «me siento», «lo siento», «me preocupa», «te agradezco», «necesito»... cuestan bastante más.

 No pocas veces el amor primero que se selló sacramentalmente... no se ha cuidado debidamente. Se dan cosas por supuestas. El otro tiene que "adivinar" lo que me pasa. Se prefiere reservarse ciertos asuntos para evitar conflictos o preocupar al otro. Se van descuidando los pequeños detalles. No se revisa cómo va la relación. No se buscan medios para madurar y crecer juntos... Puede que se aprenda a convivir con el otro y con los otros... pero sin que podamos decir que mi familia es un don, es un regalo, es una tarea...

 La vida espiritual matrimonial es muy variada. Hay quienes rezan algo juntos, o van a misa juntos. Menos forman parte de alguna comunidad de fe o de matrimonios. Pero a la hora de la verdad, pocas veces la vida espiritual personal y familiar... afecta gran cosa al cada día. Falta compartir la Palabra, la acción de gracias concreta, el pedirse perdón, orar juntos por alguna preocupación...

 Nadie transmite lo que no vive, o vive rutinariamente. La crisis social, cultural, religiosa y eclesial hace que en la práctica la fe vaya quedando arrinconada, o reducida a momentos puntuales. Bastantes parejas no han sabido o querido madurar, formarse, cultivar una fe que tenga algo que aportar a su vida cotidiana. Y hay tantas opciones, tantos criterios, tantas sensibilidades distintas... ¿qué podemos entonces compartir juntos y transmitir a los hijos?

 Con respecto a la educación de los hijos en «valores» y en la dimensión trascendente de la persona... hay también mucha variedad. Hay padres casi del todo despreocupados de este asunto. Los hay desorientados por la diferencia de criterios dentro de la pareja, y por la distancia que perciben entre lo que ellos aprendieron... y lo que viven hoy sus hijos, no sabiendo cómo actuar. Parece que los hijos se «forman» (sí, entre comillas) más en los medios de comunicación, internet, las redes, los grupos de amigos, los estudios... La «cultura» va muy deprisa y no pocas veces se siente desbordados o perplejos. Hay padres que «delegan» en los centros de formación, en las catequesis, en las clases de religión... Y los hay también, cómo no, responsables, implicados, comprometidos, acompañando a sus hijos en el crecimiento de todos los aspectos del ser humano.

Aunque han quedado ya apuntadas algunas pistas, subrayo y propongo SEIS que ayuden a mejorar y animar esta gran tarea de construir y ser una familia santa:

 Es necesario que los padres se quieran, y se apoyen, y que los hijos sepan y vean que se quieren y maduran juntos, de las mil maneras que puede expresarse y mimarse el amor.

 Es importante el afecto de los padres hacia los hijos (y viceversa). Los hijos necesitan menos que les den cosas (dinero, estudios, viajes, objetos...), y más que los padres estén cerca oportunamente. Supone atención personal a cada uno, cercanía, respeto, darles responsabilidades (sin darles tantas cosas hechas), exigencia apropiada, etc. Y los padres también necesitan sentir el aprecio de los hijos.

 Es esencial la comunicación de la pareja entre sí y con los hijos. Una comunicación que no huela a fiscalización ni se convierta en reproche continuo, y no sólo solo en torno a cosas que «hay que hacer»... sino una comunicación que busque comprender, compartir experiencias, sentimientos, vivencias, inquietudes, proyectos, preocupaciones. Y aprovechar mucho mejor el escaso tiempo que se puede estar juntos, reservando incluso algunos momentos para estos encuentros.

 No hay que olvidar la coherencia entre lo que se dice o pide a los hijos y el propio comportamiento. El perdón y reconocer los errores tiene un papel muy importante.

 Es importante también el cultivo de una fe más compartida por la pareja y por toda la familia (teniendo en cuenta las diferentes edades): aprender a orar juntos, leer juntos la Palabra de Dios, comprar algunos libros religiosos (los hay muy buenos) para facilitar la meditación y la maduración en la fe... dialogar sobre la formación religiosa que se va recibiendo en la Parroquia y el Colegio, etc. Ofrecer humildemente el propio testimonio personal a los hijos...

 Por último: la familia va más allá del matrimonio (cuando lo hay) y los hijos. Hay otros miembros y, ya que parece que la soledad se ha convertido en un rasgo relevante en estos tiempos, pues no podemos olvidarnos de los que están solos, enfermos, mayores, con dificultades del tipo que sea...

¡Ah! Nunca es demasiado tarde para "relanzar" ilusiones, proyectos. Siempre es tiempo de renovar y de reconstruir y de resucitar. ¡Adelante!

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 24 de diciembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 1,1-18


Evangelio según San Juan 1,1-18
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.

Al principio estaba junto a Dios.

Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.

En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.

Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

El no era la luz, sino el testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.

Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.

Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.

Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.

Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.

Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo".

De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia:

porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.

Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos, paz y bien.

No será la última vez que escuchemos este evangelio durante las Navidades. Merece la pena, porque tiene profundidad suficiente para meditarlo largo y tendido. Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos dado.

Todo para lo que nos hemos estado preparando, tiene lugar hoy. Y la Palabra nos lo va contando, de forma un tanto peculiar, como nos resulta siempre el Evangelio de Juan. Si lo pensamos bien, el Adviento nos ha ido abriendo los ojos, para que entendamos este fragmento. Lo ha dicho muy bien la Carta a los Hebreos, “en muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”.

En efecto, ese Dios Padre e Hijo y Espíritu Santo, eterno e indivisible, desde siempre quiso que todos sintieran el calor de su presencia cercana. Esa Luz que es Cristo se hizo carne, para que todo hombre pudiera ver que Jesús es nuestro hermano. Y Dios, nuestro Padre.

Esa oferta fue y es universal, la Luz vino al mundo, y los suyos no la recibieron. Incluso algunos se esforzaron por eliminar esa Luz para siempre. Pero es imposible. La Luz de Cristo venció a la muerte, y nos ha dado a nosotros, a los que la hemos aceptado, la hemos recibido, la posibilidad de sentir que la salvación es posible. Todo lo que era perfecto en un comienzo, y que nosotros estropeamos con nuestras decisiones erróneas, con nuestros pecados, se arregló con el nacimiento de un niño en un pobre portal de Belén.

“De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.” Hoy no es un día para pensar mucho. Es un día para adorar, para dar gracias al buen Dios y decirle que nos permita seguir siempre viendo la Luz de Cristo. Esa luz que ilumina nuestra vida, los buenos y los malos momentos. Sobre todo, los malos.

Feliz Navidad, amigos de Ciudad Redonda.

Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 23 de diciembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 2,1-14

 

Evangelio según San Lucas 2,1-14
En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo.

Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria.

Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen.

José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David,

para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.

Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre;

y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.

En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche.

De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor,

pero el Angel les dijo: "No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo:

Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor.

Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre".

Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:

"¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos, paz y bien.

Cada día, los que rezamos la Liturgia de las horas repetimos las palabras de Zacarías. El cántico de Zacarías, desde la mañana, nos recuerda lo mucho que hizo Dios por la humanidad, a lo largo de la historia. Es un buen repaso y, sobre todo, un recordatorio del motivo por el que Dios hizo todo eso: “para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días”.

Podemos ir orando, poco a poco, con estas palabras. “Libres de temor”. En las relaciones del hombre con la divinidad, ya no hay nada que temer. Dios se hace uno de nosotros, para que sepamos relacionarnos con Él. Y no nos va a mirar con ira, sino con amor. Porque Él es así.

“Arrancados de la mano de los enemigos”. Vivimos rodeados de problemas, a veces, pequeños, a veces muy serios. Algunos de nuestros hermanos en la fe sufren persecución por ser creyentes. Cada Navidad hay atentados contra las iglesias católicas, en algunos países. Y, a pesar de todo, Dios nos sigue librando de nuestros enemigos. “No tengáis miedo de los que matan el cuerpo”. Ser fieles a Dios, para que podamos sentir cómo nos protege y da fuerzas en la lucha. Decía san Juan Crisóstomo que, “mientras somos ovejas, vencemos a los lobos; pero, si nos convertimos en lobos, entonces somos vencidos, porque nos vemos privados de la protección del Pastor”.

“Le sirvamos, con santidad y justicia”. Ser santos y ser justos. Parecen palabras gastadas, inaccesibles. No hay mucha gente que se crea que puede ser santa. Algunos, quizá, sí se esfuerzan por ser justos. Si nos liberamos del temor, de los miedos, con la ayuda de Dios, podemos mirar la vida de otra forma. Y vivir cada día con paz, con tranquilidad, intentado sembrar el bien a nuestro alrededor. Ser justo, porque ayuda a vivir con paz. Ser santo, porque es ser feliz. Es vivir contento consigo mismo y con los demás.

“En su presencia, todos nuestros días”. Aquí sí que me he acordado de las palabras que me dijo un reverendo padre claretiano, el p. Manuel Jiménez, C.M.F., que en paz descanse, el día de nuestra profesión perpetua. Al darme el abrazo de acogida, me dijo: “hasta la muerte”. Cuando lo asimilas, puede asustar. Pero si Dios está con nosotros, se puede. Nada es imposible, con la ayuda de Dios. Cantar eternamente las misericordias del Señor.

Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 22 de diciembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 1,57-66

 

Evangelio según San Lucas 1,57-66
Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.

Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.

A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre;

pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan".

Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre".

Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.

Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados.

Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.

Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.

Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos, paz y bien.

Las dudas de Zacarías se vuelven certezas. La mudez en la que cae por no confiar se convierte en una verborrea llena de gracia. Como su esposa Isabel, se siente lleno de gracia y se dedica a bendecir a ese Dios que les ha dado un hijo en su vejez, y que les recuerda que la esperanza de Israel no se ha perdido, la utopía es posible. El niño presagia que las expectativas no son inútiles: Dios se ha acordado de su pueblo y envía a un mensajero que prepara el camino para la irrupción del tiempo definitivo. La Salvación está más cerca. Mucho más.

Y menudo mensajero. “La mano del Señor estaba con él”. Se preguntaban todos qué sería de ese niño. Pues fue un profeta grande en obras y palabras, que preparó el camino al Señor. Debemos tenerlo en cuenta, porque es muy importante en la Historia de la Salvación. Fue marcando las pautas, diciéndole a la gente lo que debían hacer. Pero, sobre todo, señaló a la gente que el Mesías estaba allí, delante de ellos. Y supo retirarse a tiempo, para que no le confundieran con el mismo Jesús.

Nosotros sabemos ya que Jesús es el Mesías. Llevamos andando ya una gran parte del Adviento. Tendremos que ver si hemos preparado suficientemente los caminos, allanado los caminos y preparado el corazón. La llamada de Juan el Bautista a la conversión es muy actual. Tenemos que estar en permanente revisión, porque la vida no nos da descanso. Siempre hay que vivir atentos, no sabemos en qué momento podemos encontrar al Señor. Porque Él se aparece siempre, en nuestra vida, en las personas en los acontecimientos, en nuestros sentimientos, en nuestros sueños.

Que las fiestas que vamos a celebrar nos encuentren en vela. Que no nos despisten los “accesorios” que las rodean. Entre todas las luces que vemos por las calles, que sepamos ver la Luz por excelencia. La que cambió la vida de los pastores, de los Reyes, de tanta gente a lo largo de la historia. Que cambie también la tuya. Alza la cabeza, álzala ya, porque se acerca tu liberación.

Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 20 de diciembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 1,39-45

 

Evangelio según San Lucas 1,39-45
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.

Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,

exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!

¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?

Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.

Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos, paz y bien.

Cómo me interpela este relato de la Visitación. En primer lugar, la velocidad con la que María se pone en camino. “De prisa”, dice el texto. Acaba de tener una experiencia única, ha aceptado ser la madre de Dios, y, en vez de estar preocupada por sí misma, se marcha a ayudar a su prima.

A nosotros nos cuesta, muchas veces, pensar en lo que le pasa a la vecina de al lado, o a ese pariente al que hace mucho que no visitamos, o nos da pereza responder a las peticiones de ayuda que oímos en la parroquia. No queremos comprometernos, aunque la cosa sea al lado de nuestra casa. Y María se pone en marcha, sin mucha seguridad en los caminos, para echar una mano a Isabel.

María es “la llena de gracia”, y los que están llenos de gracia no pueden guardársela para sí mismos. Deben repartirla, transmitirla por donde quiera que vayan. Isabel se llena del Espíritu y su hijo, en su vientre, también. La cadena no se detiene. Sabemos que Juan el Bautista no paró de hablar del Mesías, llevado de ese mismo Espíritu que su madre sintió. La gracia no se puede esconder. La luz no se oculta, brilla en la oscuridad, y se ve de lejos. Nosotros también somos “llenos de gracia”. Me pregunto si somos capaces de difundir esa gracia recibida como María. Si, después del contacto con Jesús, brillamos en la oscuridad, difundimos ese calor que nosotros sentimos.

“Bienaventurada la que ha creído”. De María se puede decir, porque de verdad ha creído en todo lo que el Señor, a través de su ángel, le ha dicho. En nuestra vida, en muchas ocasiones, Dios nos habla, porque se preocupa por todos y cada uno de nosotros. Nos toca creer en ello, y aplicarlo en nuestra vida. Eso supone, por supuesto, actitud de escucha, oración y disponibilidad. Revisemos cómo andamos en esas facetas, justo cuando se va acabando el Adviento. Creer que Dios nos busca, nos habla, y nos presenta un plan de vida que nos puede hacer felices. A pesar de las dificultades. Ponernos en camino, y confiar. Es muy dulce su voz, y fascinante su figura.

Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 19 de diciembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 1,26-38

 

Evangelio según San Lucas 1,26-38
El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,

a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo".

Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.

Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido.

Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús;

él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,

reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin".

María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?".

El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.

También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes,

porque no hay nada imposible para Dios".

María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos, paz y bien.

No queda nada. Pero todavía falta mucho. No queda nada para celebrar la Navidad. Pero todavía tenemos nos falta mucho para entender, hay mucho que reflexionar, con ayuda de la Liturgia de la Palabra. Los profetas nos han ayudado a recordar que solo hay un Dios. Aunque tenemos muchos diosecillos, que no nos dejan ser del todo felices. Que nos alejan del camino verdadero, el camino del Evangelio, el camino de Dios.

Sobre todo, Juan el Bautista nos ha dado las claves para “preparar el camino al Señor”. La humildad, la conversión, el arrepentimiento, hacer las cosas como es debido, no pedir más de lo que es exigible, no abusar de nuestro poder, sea pequeño o grande…

Pero para comprender al cien por cien lo que supone preparar el camino al Señor, tenemos que mirar a la Virgen María. Siempre tenemos que mirar a la Madre, a nuestra Madre, pero en Adviento este deber adquiere una tonalidad especial. Y el relato de la Anunciación, en vísperas de la Navidad, también suena de forma diferente.

Hemos tenido 3 semanas de preparación, para mirar dentro de nuestro corazón, ver qué telarañas había que limpiar, qué cosas teníamos que tirar, para hacer sitio a Jesús, y nos han dado muchas ideas para vivir como Dios quiere. Pero somos como somos, y a lo peor, todavía estamos sin preparar.

María nos da siempre lecciones de cómo aceptar todo lo que Dios nos va mandando. En todo el año litúrgico lo vemos. En Adviento, más que nunca. Hoy el ángel le dice algo para lo que nadie nunca estaría preparado. Aceptar ser la Madre del Hijo de Dios no es algo que suceda todos los días. María se turba, pero rápidamente es consolada. “Alégrate, llena de gracia”. Vivimos tiempos en los que es difícil alegrarse. La incertidumbre ante el futuro, el miedo a la muerte, que el covid19 ha reavivado, y de qué forma, la crisis económica… Muchas cosas que no nos dejan alegrarnos.

María pasó también lo suyo. Asumir lo que quería Dios de ella no debió ser fácil. Miedo, dudas, preocupación, pero todo queda atrás, cuando acepta la gracia de Dios. “No temas”. Es fácil escucharlo, paro no tanto creérselo. Es la gracia lo que ayuda.

Siempre es bueno mirar a la Madre de Dios, pero antes de la Navidad, más. También nosotros estamos llenos de gracia, desde el Bautismo. Quedan unos días para volver a vivir el nacimiento de Cristo. Acude al sacramento de la Reconciliación. Redescubre la alegría de la gracia. Para Dios, no hay nada imposible. Libérate de tus temores, y dile a Dios “hágase en mí según tu Palabra”. Como María.

Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 18 de diciembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 1,39-45

 

Evangelio según San Lucas 1,39-45
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.

Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,

exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!

¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?

Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.

Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".


RESONAR DE LA PALABRA


DE VISITAS Y ENCUENTROS

En cada encuentro se esconde un regalo inesperado. El que desconfía, no ve, no conoce, no comprende, no se asombra, no se admira. El que confía, descubre lo que está escondido a primera vista: lo bueno, lo bello, lo que construye y merece la pena. Sólo lo ve quien ama y confía. (A García Rubio)

 Si tenemos en cuenta los relatos de los «orígenes de Jesús», tal como nos los describen Mateo y Lucas, podemos darnos cuenta de que la Buena Noticia de la Salvación comenzó con una colección de encuentros.

En primer lugar el Dios Creador se acerca a una criatura, una mujer, para dialogar con ella, para contar con ella... y ella le responde con aquella misma Palabra de Dios con la que ´Él comenzó el mundo: «hágase». Y en su seno se hizo la vida.

Otro encuentro tuvo como protagonista al justo José, en este caso por medio de un sueño. Aquí no hubo palabras, pero sí actitudes y hechos. Ese encuentro lo hizo «padre» de Jesús, esposo de María, miembro y protector de una Sagrada Familia.

Fue un encuentro gozoso el del Niño de Belén con aquel grupo de pastores que recibió la alegre noticia: «os ha nacido un Salvador», precisamente a vosotros, gente de las «periferias» de Belén. Y ellos se llenaron de alegría y fueron al portal.

Más adelante tendría lugar el encuentro de aquellos Magos extranjeros llegados de lejos, con intención de doblar sus rodillas, acoger y adorar al Niño y entregarle sus mejores ofrendas.

Y también el encuentro que hoy nos ocupa: dos mujeres que se encuentran, por iniciativa de una de ellas. El Antiguo Testamento (Isabel y Juan), que había estado preparando el camino al Señor se alegra de la visita de la madre de mi Señor (Nuevo Testamento) y se «saludan» ellas y las criaturas todavía por nacer. Lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá. Y efectivamente, el Señor está contigo y será para siempre el Dios con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo.

Lo primero que se le ocurrió a María después del encuentro con el Ángel del Señor, al recibir la noticia de que su prima Isabel lleva seis meses de embarazo, fue ir a acompañarla, teniendo en cuenta, además, que ya era de edad avanzada, y por lo tanto es casi seguro que no pudiera contar con la asistencia de la «abuela» del bebé que iba a nacer, como solía ocurrir en las familias de aquel entonces. De esta forma, la que acaba de ser visitada por Dios y se ha mostrado a sí misma como servidora (sierva) del Señor, pone inmediatamente en práctica lo que ha dicho, mostrando con su modo de obrar que servir a Dios es ponerse al servicio del prójimo, especialmente del que pueden estar más necesitado.

María debió recorrer unos ciento cincuenta kilómetros desde Nazareth, en Galilea, al norte de Israel, hasta una pequeña población de Judea llamada Aim-Karem, situada en la montaña, a unos tres kilómetros de Jerusalem. El recorrido solía durar cuatro o cinco días, empleando el medio de transporte más común de aquella época entre los pobres, que era el asno, pues el camello y el caballo eran para los más pudientes. Hay que tener en cuenta que aquellos caminos eran escarpados y más bien peligrosos, pues abundaban los ladrones. Y María estaba embarazada nada menos que del Hijo Dios. Habría sido más que razonable que se quedara recogida en casa, orando, o haciendo sus tareas de siempre. Pero no. Ella pensó, antes que en sí misma, en la necesidad de su pariente Isabel. Y allá que fue.

Así pues LA PRIMERA CONSECUENCIA de la encarnación del Hijo de Dios fue UN ENCUENTRO, una visita, unos abrazos y una alegría profunda. Tener a Dios con nosotros supone salir de uno mismo hacia las necesidades de los otros.

Y precisamente las cercanas fiestas de la Natividad las celebramos con múltiples encuentros, aunque no todos sean con la misma profundidad y trascendencia como los que acabamos de comentar. Y más en estos momentos que parece que los echamos más de menos y los necesitamos más que nunca (aunque haya que tener todos los cuidados sanitarios posibles y recomendados). ¿Cómo podríamos hacer que esos encuentros merecieran más la pena, y «cambiaran» algo en nosotros?

 • Lo primero antes de cualquier encuentro es ilusionarse, desearlo sinceramente. Prepararse. Si uno acude a regañadientes, forzado, pensando que no le apetece nada verse con... no es nada probable que la cosa resulte bien. El encuentro en sí mismo es UN REGALO. Me encanta la reacción de Isabel ante la visita: ¿Quién soy yo para que me visite...? Se siente halagada y bendecida por aquella mujer que le viene en el nombre del Señor. ¿Quién soy yo para que me visita... o para ir de visita a casa de...? Me duele pensar que no pocos en estos días no tendrán realmente con quién encontrarse.

Las personas necesitamos encontrarnos con calma y con gozo. Hay demasiadas prisas que hacen nuestros encuentros cotidianos mas bien «roces» superficiales. No intercambiamos nada, no dejamos en el otro nada de nosotros mismos. Más bien «nos cruzamos».

Es estupendo que la llegada del Mesías propicie e invite a encontrarnos. Dice una de las oraciones litúrgicas: El mismo Señor que se nos mostrará aquel día lleno de gloria viene ahora a nuestro encuentro en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo recibamos. (Prefacio III Adviento). Recibir, acoger, encontrarse con el otro es un signo de la fe. María es buen ejemplo.

• Lo segundo sería revisar lo que llevamos por dentro. Porque eso será lo que transmitamos y contagiemos, incluso aunque no abriéramos la boca. Podemos transmitir paz, serenidad, interés por escuchar y comprender, alegría, confianza, sinceridad, perdón... Otras cosas (¿hace falta enumerarlas?)... pues mejor dejarlas en algún cajón.

María se pone en marcha «portadora» de buenas noticias. Se siente profundamente gozosa, claro. Sin embargo, no le sobran inquietudes e incertidumbres. Y precisamente eso es lo que quiere compartir con su prima. Lo que llevamos dentro, lo que vivimos, lo que esperamos, lo que soñamos, lo que sufrimos... esos son los mejores temas para hablar. Lo más nuestro, lo más personal: nuestra vida. Aunque es cierto y normal que no con todos lo haremos del mismo modo.

• Por eso - y sería lo tercero- sin acaparar la atención y la conversación. El narcisismo tan propio de estos tiempos, y tan excesivo, nos hace creernos el centro del universo y que los demás giran a nuestro alrededor. Es necesario esforzamos por ponernos en el lugar del otro,«escucharlo» sinceramente. No es adecuado escuchar preparando mi contestación, o mi consejo o mi reproche... Se trata más bien de hacerme cargo del punto de vista y la situación personal y afectiva del otro. Puedo no estar de acuerdo, claro, pero seguramente lo más adecuado sea reposarlo, pensarlo y buscar mejor ocasión para expresarlo... o incluso dejarlo estar.

 María estaba más pendiente de lo que pudiera necesitar su prima, que de sí misma. Estupenda actitud para el encuentro verdadero: el otro es lo más importante. Que se sienta a gusto conmigo, que le eche una mano si fuera lo posible. Que se sienta acompañado y comprendido. Tengo que ser portador de alegría, de paz, serenidad, de cercanía, de amor... Y si no me salen espontáneamente de dentro... puedo pedirlos al Señor que va conmigo... En todo caso SIEMPRE HAY algo de bondad en mí y cosas buenas que ofrecer. Esas... son las que tengo que llevar a mano, en el bolsillo.

Para terminar, recojo unas palabras escritas por el Papa Francisco:

"El Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus necesidades, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura".

También eso: no estaría nada mal podernos dar algún abrazo sincero de reconciliación. Así la Navidad sería más Navidad. Que yo sea el mejor regalo que puedo llevar hasta los otros. Mi presencia llena del Dios que me habita, me fortalece y me ayuda a salir de mí mismo y ser «para el otro, para los otros». Como María, la Visitadora y servidora de aquella otra bendita mujer.

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 17 de diciembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 1,18-24

 

Evangelio según San Mateo 1,18-24
Este fue el origen de Jesucristo:

María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.

Mientras pensaba en esto, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo.

Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados".

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta:

La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros".

Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa.


RESONAR DE LA PALABRA

Dudas, ángeles y sueños

Es sábado de adviento. Todo nos está avisando que pronto nacerá Jesús. Los que aún nos sentimos como niños, notamos cómo se nos desata un acelerado sentimiento de deseo. Nuestra mirada se recoge en el silencio del corazón de María, la madre. Con ella releemos el relato evangélico de Mateo. El embrujo de la Navidad estalla en su fascinante complicación. No pintemos de purpurina los hechos. Esconden en su interior la difícil carga de una fe vivida a oscuras en la espera de Jesús. Bien que lo sabía el evangelista.

Jesús es concebido y nacerá de María, de una forma insólita: Viene, como siempre, sorprendiendo. José le prestará las credenciales dinásticas de la casa de David, al adoptarlo como hijo. Pero antes, deberá pasar por una prueba, tan dura como aparentemente innecesaria. La narración mateana se enhebra entre dudas, aparición de un ángel, revelación en sueños. Con esa presentación, tan inaudita y poco espectacular, Jesús entra en nuestra historia humana como el que salva al pueblo.
Navidad con dudas : María sufre en silencio el desconcierto de José. José sufre a su vez, en un silencio total, por la ininteligible forma de hacer las cosas que tiene Dios. Jamás puso en duda José la integridad de María. Jamás la ha puesto –ni la pondrá- en duda la Iglesia. Las dudas de José no fueron acerca de la culpabilidad o de la inocencia de María, sino sobre el papel que él personalmente debía jugar en aquella increíble historia. ¿Acaso no estaba de sobra en esa familia? No era fácil, en su situación, mantenerse creyente y permanecer al lado de un Misterio que le estremecía y al lado de una mujer tan altísima para él.
Navidad con ángeles . En tiempos de oscuridad, de turbulencias, de desorientación, de desánimos, de sombras, de tentación de inhibirse; cuando el futuro parece una realidad imposible e inútil, emerge la presencia de los ángeles en toda su fuerza.!En la oscuridad... aparecen ángeles! ¡No demonios! Los ángeles muestran la fantástica creatividad de Dios, su capacidad de imaginar el futuro el futuro... Los ángeles abren ventanas hacia el más allá... Ángeles, personajes permanentes en cada página de la historia de la Salvación..., los altavoces de Dios.
Navidad con sueños : Una intervención desde arriba –mediante un ángel sin nombre- le aclara a José que tiene un puesto en el complicado puzzle de la Navidad. Deberá poner nombre al niño. Así será su padre “legal”. Era el padre quien imponía el nombre. Entonces, conocido su papel en aquel matrimonio, cesa su turbación, su desconcierto, sus dudas. Cuando es comprendida la propia misión, todo encaja, todo se entiende. Se ha deshecho el nudo y la oscuridad se vuelve resplandeciente. Hay motivos de esperanza. Hay motivos para el sí.

Nuestras dudas, nuestros sueños.... nuestros ángeles son, también hoy, el paisaje de nuestra personal navidad. Basta con que, como Mateo, nos atrevamos a describir el marco donde esto nos está ocurriendo hoy. Nos queda la moraleja: Sin una revelación, todo es confusión. Todos cabemos en la Navidad. José no sobraba. Nosotros tampoco.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA