miércoles, 7 de abril de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 24,35-48

 

Evangelio según San Lucas 24,35-48
Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".

Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu,

pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?

Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo".

Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.

Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?".

Ellos le presentaron un trozo de pescado asado;

él lo tomó y lo comió delante de todos.

Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos".

Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras,

y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,

y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.

Ustedes son testigos de todo esto."


RESONAR DE LA PALABRA


¡Queridos hermanos!

Aquel domingo había sido intenso. Primero, algunas mujeres tuvieron la experiencia de dos personajes con vestiduras brillantes que anunciaban la resurrección de Jesús. Por la tarde, otros dos discípulos que se dirigían a Emaús tuvieron la compañía de un peregrino que con sus palabras calentó sus corazones y luego se reveló como Cristo resucitado. Gradualmente, la comunidad de los discípulos comenzó a darse cuenta de que Él realmente había resucitado, pero ¿cómo? En el silencio de la noche Jesús aparece entre ellos, no un Cristo glorioso, sino el Resucitado y dice: "¡Paz a vosotros!" La primera reacción es de asombro, duda, miedo. Será necesario un paso más. Luego dice: “Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona.”.

Jesús no pide los discípulos miren su rostro, sino sus pies y sus manos. Aquellas manos benditas que curaron los enfermos resucitaron los muertos, bendijeron los niños, partieron el pan ... esos pies benditos que recorrieron tantos lugares fueron al encuentro de los necesitados, entraron en la casa de los pecadores ...

Lo que Jesús mostró a los discípulos no fueron las heridas de los clavos, sino las cicatrices del amor, amor extremo que los discípulos no pudieron presenciar en la cruz. Aquellas señales serían llevadas a la eternidad: el Resucitado es también el Crucificado. Las marcas de la pasión sellan para siempre la historia del amor de Dios por la humanidad. Esos pies y manos muestran que cuando se vive por amor, incluso el sufrimiento, por muy malo que sea, se convierte en una señal de ternura.

Cuántos sentimos la caricia de manos con las señales del tiempo, manos sufridas, manos acogedoras. Recuerdo con cariño las manos de mis padres. Esa textura arrugada al acariciarnos se convierte en una textura acogedora. En ellas están escritas las más hermosas páginas de amor por nosotros. No tengo ninguna duda de que las manos que trabajaron todo el día para traer el sustento diario y que, incluso cuando están cansadas, son capaces de traer caricias, revelan la caricia del mismo Dios.

Contemplemos la vida y la salvación en las señales de la pasión de Cristo. Estas manos y pies también se pueden ver en todos aquellos que trabajan por el bien de la humanidad. El verdadero discípulo de Jesús también debe ser reconocido por las manos y los pies.

¡Bienaventurados los pies y las manos que están marcados por los actos de amor, porque revelan a Dios! Cuando llegue la noche de nuestra vida, Dios nos pedirá que le mostremos nuestras manos y nuestros pies ...

Nuestro hermano en la fe,

Eguione Nogueira, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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