domingo, 31 de enero de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 5,1-20

 

Evangelio según San Marcos 5,1-20
Llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos.

Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu impuro.

El habitaba en los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas.

Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo.

Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la montaña, dando alaridos e hiriéndose con piedras.

Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él,

gritando con fuerza: "¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no me atormentes!".

Porque Jesús le había dicho: "¡Sal de este hombre, espíritu impuro!".

Después le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?". El respondió: "Mi nombre es Legión, porque somos muchos".

Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región.

Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña.

Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: "Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos".

El se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó.

Los cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados. La gente fue a ver qué había sucedido.

Cuando llegaron adonde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su sano juicio, al que había estado poseído por aquella Legión, y se llenaron de temor.

Los testigos del hecho les contaron lo que había sucedido con el endemoniado y con los cerdos.

Entonces empezaron a pedir a Jesús que se alejara de su territorio.

En el momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado le pidió que lo dejara quedarse con él.

Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: "Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti".

El hombre se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho por él, y todos quedaban admirados.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos:

En lenguaje hiperbólico, muy propio de los orientales, decía Jesús que la fe mueve montañas (Mt 17,20). Más allá de la hipérbole, conocemos la fuerza espiritual y moral que la fe ha infundido en tantos creyentes; las biografías de mártires, de antaño y de hogaño, algunos quizá de nuestros días, nos muestran lo casi inimaginable. El autor de la carta a los Hebreos, en su lenguaje tan académico y pulido, nos habla de los mártires del judaísmo, profetas perseguidos, etc., a los cuales la fe en el Dios de la alianza y la esperanza en la tierra prometida les dieron aguante frente a persecuciones, rechazos, lapidaciones, torturas…

Ese autor, para nosotros desconocido, se dirige a una comunidad atribulada, a la cual quiere infundir ánimo mediante el ejemplo de predecesores. Y lo hace con una argumentación rigurosa (la carta a los Hebreos es el escrito más culto del NT, en un estilo a veces algo árido, como de conferencia de universidad): aquellos no tenían todo el tesoro de fe que tenemos nosotros, sino que estaban en camino hacia él. Es el pensamiento que expresa Jesús en la conocida felicitación a los suyos: “dichosos vuestros ojos por lo que ven y vuestros oídos por lo que oyen; muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y oír lo que oís” (Mt 13,16). A estos “justos” del pasado se refiere el autor de Hebreos, diciendo de paso a sus contemporáneos: si ellos, con una fe todavía imperfectas, fueron capaces de tales heroísmos, ¿qué no se podrá esperar de vosotros, a quienes se ha dado a conocer el misterio del Reino de Dios? (cf. Mc 4,11).

Frente a un estilo tan académico tenemos la narración popular del evangelio, llena de detalles pintorescos. Es posible que algunos de ellos se encontrasen ya en historietas judías, y que la tradición evangélica se haya servido de ellos para presentar con más viveza el poder sanador de Jesús. Ante todo debemos notar que Jesús “sale” –quizá la única vez- del suelo judío; se va al territorio pagano (una “Iglesia en salida” quiere el papa Francisco) y se encuentra allí con mucha miseria humana: un enfermo mental violento y masoquista que vive en la muerte. Pero Jesús ha venido a recuperar lo perdido, y ahora tiene una gran oportunidad. Según la mentalidad judía, las enfermedades eran causadas por demonios, y el lugar adecuado para estos es el cuerpo “impuro” de los cerdos. De paso el evangelista deja claro que el poder del mal (“el espíritu inmundo”) siente temor ante el poder superior de Jesús: se encoge y le pide que no le atormente. No son poderes equiparables.

El mensaje de conjunto es que la cercanía a Jesús sana y pacifica y que el sanado por Él se convierte en un heraldo del poder de Dios. El hombre deja de estar atormentado, y hasta desea irse con Jesús, ser su seguidor. Pero Jesús quiere de él otra forma de adhesión, no menos digna que la de los seguidores itinerantes: será un evangelizador de la propia casa, de la propia familia. Para el evangelista esto tiene un sentido muy especial: ha comenzado la misión universal, también en un país pagano, en la Decápolis, hay que anunciar el Reino del único Dios, del Dios de todos, que tiene compasión para con todos.

Nuestro hermano

Severiano Blanco cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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