miércoles, 11 de octubre de 2023

RESONAR DE L A PALABRA - Evangelio según San Lucas 11,1-4

 

Evangelio según San Lucas 11,1-4
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".

El les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino;

danos cada día nuestro pan cotidiano;

perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".


RESONAR DE L A  PALABRA


Queridos amigos.

Comienza el evangelio de hoy diciendo: “Estaba Jesús una vez orando en cierto lugar…” Es Lucas el que más veces nos presenta a Jesús orando. Es una forma de indicarnos la importancia de la oración en la vida de los discípulos. Para Lucas no basta con hacer y escuchar (evangelio de ayer), también hay que orar. Por eso los discípulos le dicen: “Señor, enséñanos a orar”. Y les entregó la oración del Padre nuestro.

En la oración del Señor aparece la bondad infinita del Padre y la limitación de la criatura, menesterosa de todo, desde el alimento al perdón; el esplendor divino que se inclina sobre la pobre condición humana y las nieblas de la vida cotidiana. Aparece todo el camino del hombre, don y tarea, grandeza y miseria, llamado a ser hijo y hermano de sus semejantes, pero al mismo tiempo tentado a responder de forma negativa a Dios.

La oración es el diálogo con Dios Padre, es la conversación amigable y filial del hijo con su Padre; es el encuentro amoroso del hijo con el Padre. Orar es estar en la presencia de Aquel que nos ama con un amor tierno y misericordioso; es compartir con Aquel que siempre nos comprende y está dispuesto a acoger y perdonar todo lo que hacemos mal. Orar es hablar con el “ABBÁ” (papá).

Los discípulos, después de venir Jesús de orar, le dicen: “Señor, enséñanos a orar”. Comprendieron que orar era muy importante para ellos. Se dieron cuenta que también debían imitar al Maestro en esa actitud. Orar no era algo banal y esporádico, sino que formaba parte de las condiciones imprescindibles del seguimiento de Jesús.

Así como hoy el móvil forma parte de nuestro día a día y nos parece imprescindible para vivir comunicados, también no se concibe la vida de un discípulos de Jesús sin oración y esta frecuente y tranquila. La oración es tan necesaria como el aire para vivir. La oración es tan importante para llevar una vida cristiana digna como el pan de cada día para vivir y poder trabajar. Pero la oración como la hacía Jesús “a solas”, es decir con tranquilidad, sin ruido, sin prisa, en silencio y paz. Y hacerla así aunque solo sean cinco minutos.

Esta oración hecha con perseverancia y constancia es como la gota de agua que, cayendo continuamente sobre la roca, la horada. La oración bien hecha tiene el poder de cambiar, transformar y renovar los corazones, y nos da tal fuerza que podemos caminar “cuarenta días y cuarenta noches” (siempre), como el pan que le trajo el cuervo al Profeta Elías extenuado por el camino.

Nuestro hermano
José Luis Latorre, Misionero Claretiano

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 9 de octubre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 10,25-37

 

Evangelio según San Lucas 10,25-37
Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?".

Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?".

El le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo".

"Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida".

Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?".

Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.

Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.

También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.

Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.

Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo.

Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: 'Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver'.

¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?".

"El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos

Hoy leemos un evangelio que siempre nos interroga y nos inquieta por dentro por su claridad y actualidad; su mensaje no pasa de moda; no podemos leerlo y ya está. Es tan claro que por sí mismo nos invita a pararnos a pensar qué personaje de la parábola soy: el sacerdote, el levita, el samaritano, el posadero.

¿Quién es mi prójimo?, es decir, de qué nacionalidad, de qué raza, de qué color, de qué religión, de qué partido, de qué sindicato o formación es. A veces cuánto hablamos y discutimos de todo esto, mientras “mi prójimo” está ahí esperando una respuesta sincera y concreta. La parábola no habla de nada de esto, sino de la actitud que debemos tener ante un hermano necesitado; de lo que debemos hacer.

Mi prójimo es cualquier persona que necesite cuidado, atención, ternura… Y atenderla como lo hizo el samaritano: con los ojos abiertos para ver el problema; con los pies ligeros para acercarse al necesitado, las manos prontas para darle consuelo, curación o buscando recursos para que otros se ocupen cuando nosotros no podemos hacerlo. El samaritano puso en jaque toda su persona y sentidos para solucionar aquel problema urgente que tenía delante de él. No era cuestión de discusión si era tal o cual… era una persona que necesitaba ayuda inmediata. Y él se la brindó por encima de otra cualquiera consideración.

“Anda, y haz tú lo mismo”: Esa es la vocación profunda del seguidor de Jesús, es decir, cuidar, consolar, ayudar como actitud permanente, profunda y activa del comportamiento del seguidor de “Aquel ( Jesús) que pasó por el mundo haciendo el bien a todos y curando toda dolencia”. Es una actitud vital que debe expresarse siempre que se encuentre una persona en necesidad o en dificultad. El cristiano no puede pasar de largo o mirar hacia otro lado; no puede quedarse tranquilo mientras el otro le necesite.

La tentación de hoy es “desentendernos de los demás”, hacer como Jonás que huyó de la misión que Dios le encargó. No querernos complicarnos la vida y a veces preferimos dar unas monedillas y sentirnos satisfechos, mientras las personas necesitadas siguen ahí tendiéndonos la mano pidiendo una ayuda. Como dice el Papa Francisco: “no es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede “a un costado de la vida” (Fratelli tutti). Los pobres y necesitados siempre los “tendréis con vosotros”, dijo Jesús. Y siempre serán esa voz que inquieta nuestra conciencia.

Nuestro hermano
José Luis Latorre, Misionero Claretiano

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 8 de octubre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 21,33-43

 

Evangelio según San Mateo 21,33-43
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

«Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.

Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos.

Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon.

El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.

Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo".

Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia".

Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.

Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?».

Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo.»

Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?

Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos.»


RESONAR DE LA PALABRA


¿Qué hará con aquellos labradores?

Entre viñas anda el juego. En la primera lectura, y en el Evangelio. Incluso el salmo. Viñas y viñadores. Un amo bueno, y unos trabajadores, por decirlo de forma suave, no muy allá.

Sólo los que trabajan en el campo saben lo que significa esa vida. En el seminario, los padres de uno de mis compañeros tenían ganado y un campo con viñas, y era muy sacrificado. Todos los días del año, sin fiestas ni vacaciones…

Si nos centramos en todas las cosas que hizo el dueño de la viña en la primera lectura, desde luego, es normal su enfado. Del amor al odio, parece, hay solo un paso. De alguna manera, nos recuerda la parábola de la higuera estéril (Lc 13, 6-9). No hay frutos, a pesar de la dedicación y del amor que se ha volcado. Da rabia. Esa rabia que lleva al amo a destrozar el cercado. Si no produce, no tiene sitio en mi finca.

Afortunadamente para nosotros, nuestro Dios no es así. El Antiguo Testamento ha sido superado por el Nuevo, la rabia y la venganza por el amor. Hace unos días, las lecturas nos recordaban el episodio de Jesús camino a Jerusalén y rechazado por los samaritanos. Algunos apóstoles querían que bajara fuego del cielo y destruyera ese lugar “maldito”. ¿Cómo se puede rechazar al bueno de Jesús? Jesús, entonces, les respondió que no sabían de qué espíritu eran. Desintegrar a unos cuantos no acabaría con el problema del mal. Siempre habrá gente que quiera vivir fuera de la ley, humana y divina. Acabar con ellos, algunas veces, apetecería, pero no es la solución. Y nos colocaría a su nivel. Nosotros estamos en otra perspectiva, basada en el ejemplo y la predicación de Cristo.

El Hijo de Dios vino al mundo no para condenar, sino para que todos se salvaran. Por eso se hizo hombre. Y nos lo explica con estas parábolas. Hoy parece fácil traducir la parábola, dando a cada personaje su nombre. El propietario es Dios; los criados son los ángeles, los mensajeros y profetas que intentaron avisar de que el pueblo elegido se estaba alejando del camino señalado (inciso, hoy también a los profetas les espera un final poco agradable, como a san Óscar Romero, por ejemplo); el hijo del amo es el mismo Jesús.

Podemos imaginarnos cómo se sintieron los sumos sacerdotes y los ancianos al oír estas palabras de Jesús. Por una parte, se sintieron identificados, ya que sus planes sobre Jesús iban por ese camino. Ante la pregunta de qué hará el dueño de la viña con aquellos labradores, responden con su lógica. Lo normal era que el dueño de la viña matara a los viñadores homicidas. Ojo por ojo y diente por diente. La ley del talión en estado puro. Nosotros hubiéramos mandado a la Caballería, al ejército y a los antidisturbios.

La respuesta de Jesús es muy distinta. Quitarles la viña a los labradores y dársela a otros, que paguen a su tiempo. Qué diferente concepción de la vida. Vence el espíritu del amor, no de la venganza o del odio. Jesús sí sabe cómo es su Padre, y cómo debemos ser nosotros.

Escuchamos estas lecturas, y las podemos escuchar como las noticias del Telediario. Pura y simple información, que nos puede impactar, sobresaltar más o menos. En español decimos oír algo como quien oye llover.

Hay otra forma de escuchar las lecturas de la Eucaristía. Pensando qué bien le viene eso a mi vecina, a mis amigos, a mi compañera de estudio o de trabajo... Siempre mirando a los demás, nunca mirando hacia dentro de nosotros. Conmigo no va nada de eso. Es como esa gente que viene a confesarse, y te cuenta los pecados de su vecina. Siempre los otros son, los otros hacen, los otros dicen...

Podemos escuchar las lecturas, por fin, con verdadero interés. Pensando que ese texto está dirigido a mí, habla de mí, se refiere a mí. Yo, en pleno siglo XXI, allí donde me encuentro, vivo, estudio, trabajo, yo estoy oyendo algo que me debe llegar al corazón. Algo que viene de Dios, para mí.

Qué distinto es oír hablar de la viña, y pensar en un arbolito, no demasiado alto, del que se puede obtener uvas y vino. Sin más. Qué distinto es pensar en mi propia persona como esa viña, que Dios cuida con amor, que prepara para que todo esté bien, y podamos crecer y dar mucho fruto. Qué diferente resulta todo, cuando leemos el texto en primera persona. Dios me ha plantado, me cuida, me riega, me protege en los momentos malos, ilumina mis miedos con la luz de su verdad... Dios está ahí, pendiente de mí. Yo soy esa viña. Un regalo de amor.

Precisamente por eso me dan algo miedo estas lecturas. Porque son como el aviso o recordatorio que Dios me dirige, nos dirige, para que estemos atentos. Él nos está cuidando, desde siempre. Por eso debemos responder con la misma moneda. Un Dios que se empobrece y vacía, se encarna, para ser tan pobre como el hombre… ¿Hay un amor más irreflexivo e imprudente? ¿Podemos nosotros entender un amor tan grande? ¿O es que no nos atrevemos a admitirlo porque exigiría demasiado de nosotros? Podemos imitar a Dios en otras cosas, pero en su amor es demasiado para nosotros. Mi miedo es no responder como debo. Saber lo que tengo que hacer, pero no hacerlo, o hacer lo que no debo. Por eso es tan importante caer en la cuenta de que el mensaje del Evangelio se dirige a cada uno de nosotros. Si entendemos este misterio de amor, todo será más fácil. Orar será darle gracias a Dios espontáneamente, por cuidarnos en todo momento, y no algo que tengo que hacer por obligación. La Eucaristía será verdadera acción de gracias, y no una rutina que me mandan.

A veces tengo envidia de aquellas personas que acaban de llegar a este camino de la fe. Para las que todo es nuevo, el Evangelio no es conocido, y por eso prestan más atención. Esas personas no corren el peligro de decir ya me lo sé. Ojalá el Señor nos dé a todos un corazón de niño, siempre abierto a la novedad, y capaz de expresar con nuestras obras el amor al Dios que nos cuida. Somos su viña. Él la plantó con gran amor y esfuerzo. Hay que estar atentos. Porque también Dios nos llama a trabajar, a ser servidores de nuestros hermanos, a ser buenos administradores. Él espera de nosotros, de nuestro trabajo "derecho" y "justicia", ante tantos y tantos "asesinatos" y "lamentos". Demostrémoslo en nuestra vida.

Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 7 de octubre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 10,17-24

 

Evangelio según San Lucas 10,17-24
En aquel tiempo, los setenta y dos volvieron llenos de gozo y dijeron a Jesús: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre".

El les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.

Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos.

No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo".

En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.

Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".

Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: "¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven!

¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!".


RESONAR DE LA PALABRA

Nuestra Señora del Rosario

La conmemoración de hoy se llama también Nuestra Señora de la Victoria. El hecho histórico es la victoria española en la batalla de Lepanto, atribuida al poder del Rosario. Pero las lecturas nos llevan mucho más allá de la victoria militar a victorias mucho más profundas, duraderas y milagrosas. Se trata de la victoria sobre nuestros “enemigos” que son mucho más internos de lo que pudiera parecer. La gente más “corriente” normalmente no tiene grandes enemigos… se trata más bien de antipatías, de competitividad, o de conflictos de personalidad. Pero incluso la gente más devota (o quizá especialmente la gente más devota) tiene grandes enemigos internos.

El ejercicio diario del rezo del Rosario, con la contemplación de los misterios de Cristo puede desvelar en muchas ocasiones los “demonios” internos. Cuando los discípulos regresan de su misión, exclaman entusiasmados: “¡Hasta los demonios se someten en tu Nombre!” Nosotros también podríamos hacer lista de nuestros demonios personales, que podrían parecer algo insignificantes pero que nos molestan y paralizan nuestra vida en Dios: un mal genio, una falta de paciencia, un orgullo desmedido, un perfeccionismo molesto para los demás, un sentido de duda y desconfianza, un juicio duro… Y hasta esos demonios se someten a Cristo. Ahí está la victoria. Y entonces, llega la alegría porque los nombres están escritos en el cielo. Es decir, Dios nos ha conocido tan íntimamente que lleva nuestro nombre grabado y la victoria está asegurada por la victoria de Cristo. La victoria de Cristo nos hace conocidos y amigos de Dios, de manera que nuestros nombres están escritos en el cielo. Y esa es la causa de nuestra alegría. Es la victoria que se celebra en el rezo del Rosario y la alabanza por la victoria alcanzada por intercesión de María. La primera lectura de Baruc afirma lo mismo: “el que os mandó todas esas desgracias, os dará también con su salvación, la alegría eterna”.

Esta seguridad nuestra da a Jesús razón para alabar a Dios por haberse revelado de una manera tan extraordinaria y por revelarse a los más sencillos. Es una intuición directa: la contemplación del Misterio de Cristo nos da la llave de la victoria. Y revela, además, una verdad profundísima: Dios Padre, entregando todo al Hijo, le da la victoria sobre todo y sobre todos. Lepanto parece una pequeña batallita comparada con todos nuestros “lepantos” diarios donde Cristo vence. Bienaventurados nosotros que lo hemos visto y oído.

Carmen Fernández Aguinaco

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 6 de octubre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 10,13-16

 

Evangelio según San Lucas 10,13-16
¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre ceniza.

Por eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas menos rigurosamente que ustedes.

Y tú, Cafarnaún, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno.

El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió".


RESONAR DE LA PALABRA


Dicen que los adolescentes están genéticamente preparados para desactivar el canal de escucha de las voces de sus padres. No es necesariamente que no quieran oír. Es que no pueden. Por otro lado, los más viejos a menudo pierden gradualmente el sentido del oído y algunos cayendo progresivamente en una sordera profunda. De modo que un gran número de personas no es que no quieran, es que son incapaces físicamente de oír. La diferencia entre los dos grupos generacionales es que los mayores probablemente sí quieran oír. Y además, pueden recordar sonidos y significados similares por su experiencia. Y otras muchas personas, aunque oigan, no tienen mayor interés en escuchar, entender, y recordar lo que se les dice.

Las lecturas de hoy repetidamente hablan de escuchar la palabra y la llamada. Como si fuera tan fácil. Escuchar no es tanto una capacidad física cuanto una experiencia interior de apertura. Es difícil y exige bastante esfuerzo y sacrificio. Requiere algo de silencio, mucho de interés y, sobre todo, bastante amor. Porque, si el interlocutor me resulta indiferente, o pesado, voy a cambiar de canal muy fácilmente. Oír las palabras es una cosa. Si me hablan en un idioma extranjero, podría oír e incluso repetir los sonidos. Pero escuchar implica no solo poder repetir el sonido, sino interpretarlo, entenderlo y poder, incluso repetir el contenido con otras palabras. Y requiere también un ejercicio de retención y memoria.

Escuchar la palabra de Dios es todavía más difícil, porque, a todas esas capacidades de repetición, retención y memoria, se añade la necesidad de respuesta y acción. Es más, se añade la conversión y el cambio de vida. A Corazaín y a Betsaida se las acusa de no escuchar. Han visto y oído prodigios, pero no han sido capaces de retener, y mucho menos de responder y de convertirse. Han, de alguna manera, como si fueran adolescentes, desconectado la voz de su Padre y no pueden responder. Rechazar la palabra de Dios dirigida al corazón, y demostrada en prodigios es igual a rechazar al enviado, al Cristo. Quizá un buen ejercicio sea hacer recuento los prodigios, los favores y las gracias recibidas en nuestras vidas y escuchar en ellas la palabra de amor de Dios que llama a una respuesta activa. Dejar pasar esa oportunidad, desconectar el canal, desoír las llamadas en ningún caso tendría la excusa de la sordera física y demostraría una enorme indiferencia y falta de amor. Y eso sería una condena: “¡Ay de ti, Corazaín, ay de ti Betsaida!”

Carmen Fernández Aguinaco

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 5 de octubre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 10,1-12

 

Evangelio según San Lucas 10,1-12
El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.

Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.

¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.

No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.

Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda la paz sobre esta casa!'.

Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.

Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.

En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;

curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino de Dios está cerca de ustedes'."

Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan:

'¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca'.

Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad.


 

RESONAR DE LA PALABRA


A quienes estábamos acostumbrados a iglesias llenas y a muchas vocaciones sacerdotales y religiosas, nos choca constatar la escasez actual de vocaciones. Nos duele sentir que quizá la Iglesia esté de algún modo mermada. Y nos duele, sobre todo, la división que hace eco a las divisiones sociales e ideológicas.

Y sin embargo hoy se nos dice que la mies es mucha. Pero, ¿dónde está? Porque, por un lado, nuestra sociedad está inmersa en un claro invierno demográfico (alentado por medidas políticas nefastas), y por otro, no vemos un gran entusiasmo por regresar entre quienes quizá fueran bautizados, pero que ahora viven una intensa desafección… o quizá simplemente indiferencia ante la religión.

Según el diccionario, la mies es la semilla de la que se hace el pan, o el tiempo de la cosecha… Es decir, algo bueno, muy bueno. Entonces, si la mies es mucha, hay mucho bueno ahí fuera, mucho potencial de pan, de alimento para el mundo. Pero quizá no se sepa o no se reconozca. Lo imperativo, pues, reconocer tal bondad e invitar a esa semilla o bien recoger lo que ya está maduro. ¿Quién deberá hacerlo? “Los trabajadores, pocos”. ¿Es que no todos los cristianos son o deben ser trabajadores? ¿Dónde están? Quizá algunos piensen que la cosa no va con ellos, que los trabajadores son otros. Pero, en cierta manera, todos los cristianos tienen el deber de llamar a otros, de cosechar, de ir a la mies y descubrir lo mucho bueno que existe.

En nuestros templos vemos a menudo a jóvenes piadosos y comprometidos. Algunos habrán tenido ya un encuentro personal con Cristo y otros quizá sientan la sed. Otros muchos jóvenes quizá sientan que falta algo, y estén en búsqueda. Quizá alguien les haya hecho la invitación a seguir a Cristo más radicalmente. Pero quizá muchos también, que sienten la sed, no hayan escuchado un anuncio explícito, o una invitación directa. “Pedid al Padre que envíe obreros a su mies”… pero, ¿cómo van a ir si no han escuchado la llamada? Y, ¿cómo escucharán la llamada si nadie se la presenta como opción posible e invitación personal? Serían grandes trabajadores que recogerían la mies que tiene el potencial de alimentar al mundo. Es necesario ayudar a los jóvenes a escuchar la invitación. Y también—o quizá, sobre todo—todos los cristianos deben escuchar la llamada a buscar y a encontrar el pan, el bien en todos, y a llamar a esas semillas a entregarse a la misión. Así se hará pan para el mundo. Pan que Dios transformará en el Cuerpo de su Hijo entregado para la salvación. Anunciad que el Reino de los cielos está cerca.

Carmen Fernández Aguinaco

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 4 de octubre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 9,57-62

 

Evangelio según San Lucas 9,57-62
Mientras Jesús y sus discípulos iban caminando, alguien le dijo a Jesús: "¡Te seguiré adonde vayas!".

Jesús le respondió: "Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza".

Y dijo a otro: "Sígueme". El respondió: "Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre".

Pero Jesús le respondió: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios".

Otro le dijo: "Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos".

Jesús le respondió: "El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios".


RESONAR DE LA PALABRA


San Francisco de Asís

San Francisco resulta extrañamente atractivo. Pero debería, más bien, resultar atemorizante. Eso de la pobreza absoluta no nos va. No les va ni siquiera a los ecologistas más acérrimos que, para “salvar al planeta” necesitan comprar una serie de artilugios para reciclar, comprar coches mucho más caros, e incluso comprar alimentos que resultan excesivamente caros… La pobreza absoluta, o el desprendimiento absoluto en nuestro tiempo a veces parece una imposibilidad.

Y, ¿qué tal lo de no tener dónde reclinar la cabeza? Todo el discurso parece totalmente irrealista y duro. ¿De verdad podría Jesús querer que no esperemos a enterrar a nuestro padre?

Posiblemente las hipérboles a las que eran tan dados los semitas, y las exageraciones de los santos, como Francisco de Asís, nos resulten admirables, pero no asequibles.

Tampoco parece muy viable y ni siquiera saludable el vivir del recuerdo, como dice el Salmo: “Tu recuerdo, Señor, es mi alegría”. Uno no se debe anclar en el pasado, nos dicen.

Parece ser que esos pobres radicales, como san Francisco y como el improbable modelo que propone Jesús, sí que tienen dónde reclinar la cabeza. El dónde reclinar la cabeza se llama recuerdo del Señor. El padre no enterrado también se llama recuerdo del Señor. El no tener nada también se llama recuerdo del Señor. Es decir, si entendemos recuerdo no como una memoria lejana y pasada que no volverá y que simplemente nos trae imágenes nostálgicas. Pero, si pensamos en la auténtica definición de recuerdo, que es “traer al corazón”, todo cobra un sentido distinto y muy real. Traer al corazón al Señor, es reclinar la cabeza en el propio corazón de Cristo. Es, también, nunca “enterrar” al padre en un rincón oscuro de la memoria, sino más bien anteponer el amor de Cristo a todo, sabiendo que la propia raíz (el padre, o la madre) personal tiene su origen en la raíz primigenia de Dios. No tener nada es contar con todo Cristo.

Así quizá parezca menos imposible, aunque aun difícil. En mayor o menor grado, todos estamos afectados por un cierto “alzehimer” espiritual. Somos desmemoriados y entonces nos aferramos a fantasmas: posesiones materiales, prestigio, raíces pasajeras, recuerdos efímeros que no dan alegría verdadera y que sólo conducen a la nostalgia.

El “re-cordar” a Dios en todo momento no es, por tanto, un fútil ejercicio de mirar al pasado, sino un encuentro del verdadero centro de todo, que hace innecesaria cualquier otra cosa. Posiblemente es lo que viviera san Francisco. Y ciertamente, es a lo que nos llama el Señor.

Carmen Fernández Aguinaco

fuente del comentario CIUDAD REDONDA