martes, 11 de julio de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 9,32-38

 

Evangelio según San Mateo 9,32-38
En cuanto se fueron los ciegos, le presentaron a un mudo que estaba endemoniado.

El demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar. La multitud, admirada, comentaba: "Jamás se vio nada igual en Israel".

Pero los fariseos decían: "El expulsa a los demonios por obra del Príncipe de los demonios".

Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.

Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.

Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos.

Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha."


 

RESONAR DE LA PALABRA

De vez en cuando oigo decir que no hay que dar ayudas a los pobres, a los desempleados, a los que se mueven en los márgenes de la vida porque la consecuencia es que se acostumbran a vivir de lo que se les da y no hacen ningún esfuerzo para salir de su situación. Esa forma de pensar suele estar acompañada de otra que dice que, cuando uno se esfuerza de verdad, siempre se consigue el resultado deseado. Desde esta forma de pensar, muy extendida hoy, no hay que tener compasión de las personas que lo están pasando mal. Esa compasión sería negativa. No les incentivaría a esforzarse para salir de su situación de pobreza o de dolor o de fracaso…

Sin embargo, en el evangelio de hoy se dice expresamente que Jesús se “compadecía” de ver a la gente “extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor”. Jesús, nuestro modelo, el que nos revela a Dios, la forma de ser de Dios, siente compasión ante los que sufren. De esa manera, nos dice, nos revela, que la principal y primera virtud del cristiano es la compasión. Dice el Diccionario de la Real Academia Española que la compasión es el “sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien”. Hay que subrayar los tres sustantivos que identifican ese sentimiento: pena, ternura e identificación.

El mismo Diccionario citado entiende que tener pena es tener un “sentimiento grande de tristeza”. Es decir, entristecerse, dolerse. En este caso la tristeza viene de ver, descubrir, el mal del otro. La ternura, en el mismo Diccionario, es el “sentimiento de cariño entrañable”. Aquí nos acercamos a las entrañas, allá de donde salen los sentimientos mejores y peores de las personas. El cariño que sale de ahí es grande, imparable, cambia la forma de ver a la persona a la que se dirige. Se vuelve amor incondicional, sin límite ni medida. Y la identificación es, en el mismo Diccionario, la “acción y efecto de identificar o identificarse”, la capacidad de hacerse uno con el otro, de sentir lo que él siente. Todo eso es tener compasión. Todo eso el significada de esta virtud que caracterizó a Jesús y que debería caracterizarnos a nosotros, los que queremos ser sus discípulos.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 10 de julio de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 9,18-26

 

Evangelio según San Mateo 9,18-26
Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: "Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá".

Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.

Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto,

pensando: "Con sólo tocar su manto, quedaré curada".

Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: "Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado". Y desde ese instante la mujer quedó curada.

Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo:

"Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme". Y se reían de él.

Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó.

Y esta noticia se divulgó por aquella región.


RESONAR DE LA PALABRA

Jesús tenía –es algo que se ve en los Evangelios con mucha claridad– un corazón grande. Se ve en este relato de hoy en el que se mezclan dos historias, dos relatos, dos milagros. Y, además, no hace acepción de personas.

Se le acerca en primer lugar un “personaje”. Se nos quiere decir que era una persona importante, alguien con prestigio, con nivel social. En otras palabras, no era un cualquiera. Le pide que vaya a curar a su hija. Y Jesús deja su camino, deja lo que estaba haciendo, y le sigue a ver a su hija.

Por el camino o allá mismo, una mujer enferma –ésta no era un personaje ni mucho menos, por ser mujer y por estar enferma con una enfermedad vergonzosa en aquel tiempo– se le acerca por detrás y le toca. Espera y desea su curación. Jesús se vuelve a detener y para ella tiene palabras de esperanza y curación. Pasada la interrupción Jesús sigue al “personaje”. Y hace el milagro: devuelve a la vida a la hija que ya estaba muerta.

Volvemos al inicio: Jesús tenía/tiene un corazón grande. Está para servir, para ayudar, para curar, para escuchar. No dedica unas horas al prójimo y el resto busca tiempo para sí. No tiene una agenda propia. No tiene horarios ni citas. No tiene más que una misión: estar cerca de los que sufren por cualquier causa. Atenderles, escucharlos, estar con ellos. Así es como da testimonio del amor de Dios, del amor con el que su Abbá, su Padre, nos ama a todos.

A veces, como en este relato, parece que le llegan demasiadas demandas, que no puede atender a todos. ¡Los pobres son demasiados! Pero eso no le lleva a la desesperación sino a la acción. Todo para ellos. Todo por ellos. Sin medida. Sin condiciones. Así es el amor de Dios con cada uno de nosotros: un corazón grande, lleno de amor, de piedad, de compasión. Así nos mira Dios. Así nos escucha Dios. Así nos salva Dios.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 9 de julio de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 11,25-30

 

Evangelio según San Mateo 11,25-30
Jesús dijo:

"Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños.

Sí, Padre, porque así lo has querido.

Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar."

Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.

Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio.

Porque mi yugo es suave y mi carga liviana."


RESONAR DE LA PALABRA

Te doy gracias, Padre

Un breve Evangelio con tres dichos de Jesús:

- su amor a los sencillos
- su profunda relación con el Padre
- una sorprendente llamada a los cansados y agobiados

UNA ORACIÓN EMOCIONADA Y AGRADECIDA

Las primeras palabras de Jesús, en forma de oración, están cargadas de emoción, y nos descubren su intimidad. Si habitualmente nos cuesta compartir nuestros sentimientos y nuestra fe y nuestras emociones.... el que podamos acceder a la intimidad de Jesús, como en este caso, es todo un regalo por su parte... y por parte de Mateo que nos lo transmitió.
No es la única vez que Jesús se emociona en el Evangelio. Podemos recordar cómo se le saltaron las lágrimas al saber la muerte de su amigo Lázaro, o su profunda tristeza al contemplar la ciudad de Jerusalem que se cierra a su mensaje y mata a los profetas.

En la escena de hoy, la emoción de Jesús se convierte en oración agradecida al Padre porque ha revelado las cosas del Reino a los sencillos (entiéndase especialmente a los discípulos) y se las ha escondido a los sabios y entendidos.
No es que esté ensalzando la ignorancia, la falta de formación intelectual, el desconocimiento de la doctrina. Pero es que Jesús ha comprobado que los pobres, los sencillos, los que menos pintan, y en particular ese grupo de «pequeños» discípulos que le siguen... tienen el corazón mucho más cerca de Dios que los «sabios y entendidos». Y el gozo de comprobar esa apertura al amor de Dios, y a su proyecto evangélico le provoca una profunda emoción, y siente la necesidad de agradecerlo: «Sí, Padre, así te ha parecido mejor».

Los «sabios y entendidos» a los que se refiere el Maestro son los escribas, fariseos y príncipes de los sacerdotes, que lo están despreciando y rechazando. Ellos no saben dar gracias. Los autosuficientes, los prepotentes, los soberbios no entienden de agradecimiento. Están tan seguros de sí mismos, y de lo que consiguen con su propio esfuerzo, con su sabiduría, con su «conocimiento» de las Escrituras, con su verdad dogmática e indiscutible, o con sus recursos económicos.... que no saben agradecer: todo se lo «merecen», se lo ganan a pulso.
En cambio, el pequeño, el pobre al que se refiere Jesús, es el que tiene que fiarse de otros y contar con otros necesariamente, porque lo necesita. Y también se fía de Dios, aunque no tenga ningún mérito que presentarle más que su necesidad y su pobreza (como aquel publicano que rezaba en el último banco pidiendo misericordia, sin más mérito que su penosa situación, de la que no se veía capaz de salir)... Estos pequeños se emocionan con la novedad de Jesús, se les hinchan los pulmones y el corazón ante este Dios Padre que les presenta Jesús, y que ha optado por ellos, que ha escuchado su necesidad y su pobreza. Y no les da vergüenza alabar y cantar tanto amor derrochado. Son como la Madre de Jesús que también canta porque el Poderoso se ha fijado en la humildad/humillación de su sierva.

Yo creo que también hoy el Señor diría algo parecido: cuántos hombres tan «cultos», tan intelectuales, tan racionales, que absolutizan tanto lo que se comprueba y se demuestra racionalmente, tantos teólogos y pastores de «despacho y biblioteca» que echan fardos pesados sobre los hombros de otros... pero que ellos no mueven ni un dedo para ayudar... (Mateo 23, 4). Cuántas veces he tenido ocasión de ver y experimentar cómo personas ajenas a la vida cristiana me daban testimonio de lo que significa ayudar al prójimo y comprometerse con él me animaban, me apoyaban... mucho mejor que otros llamados «creyentes».
 Hay montones de cosas valiosas en la vida del ser humano a las que se accede por caminos distintos a los de «la cabeza»: la belleza, la música, las artes, la amistad y el amor, la generosidad, la solidaridad... También la fe y Dios. La cabeza es muy necesaria e imprescindible, para algo nos la ha dado Dios (¡qué importante fue, por ejemplo, el trabajo intelectual de Pablo para posibilitar que el evangelio llegara a los paganos!). Pero ella solita no es suficiente para comprenderlo todo. Por otro lado, son necesarios los ritos y las tradiciones y las normas... pero por sí mismos no nos llevan necesariamente a Dios.

También hoy mucha gente sencilla tiene una experiencia y conocimiento de Dios seria y profunda: Qué bien nos lo testimonian los misioneros de tierras lejanas. Quizá no sepan explicarla, quizá no puedan discutir con «los entendidos», pero la viven, les hace bien, les llena de esperanza y de fuerza interior para seguir caminando cada día y hacer este mundo un poco mejor. A veces incluso más y mejor que no pocos «especialistas» y autoridades que no consiguen que su fe baje de la cabeza al corazón, y a la vida. Que están «atados» por la letra, por las normas, por las tradiciones, por los ritos con sus estrictas e intocables (y no pocas veces incomprensibles) rúbricas, por... Bueno, como esos que acabaron con la vida de Jesús por defender a toda costa sus propias creencias y posturas.
La fe verdadera, la que nos propone Jesús, tiene que pasar por la cabeza (para evitar fanatismos y manipulaciones), el corazón y las manos. Y no puede ser nunca un «peso», un «yugo», sino un impulso, un descanso, un alivio, una liberación.

UNA ESTRECHA RELACIÓN CON EL PADRE

Las palabras orantes que brotan de la boca de Jesús nos revelan lo que ocupa el centro de su corazón y de su vida: su estrecha relación con el Padre. Algunos han afirmado que esta palabra «Padre» (Abbá) resume todo el mensaje y la misión de Jesús. Él mismo nos dice que nadie conoce mejor al Padre, y que nadie conoce al Hijo mejor que el Padre. Una relación muy íntima que se Construye, se alimenta y profundiza en sus ratos de oración: a veces noches enteras, a veces breves momentos puntuales como en el Evangelio de hoy, para compartir con el Padre las cosas (en este caso bellas) de la vida cotidiana.

Su gran preocupación fue descubrir, asumir y llevar a la práctica siempre la voluntad del Padre. Para Él fueron sus últimos palabras en la cruz. Y sobre él trata la oración que nos enseñó a sus discípulos: el Padrenuestro. Es como si Jesús no pudiera o no quisiera dar un paso sin tener presente a su Padre. De hecho, el Padre estuvo continuamente con él... aunque a veces, como en la cruz, pareciera que no estaba.

Pero hoy «toca» emocionarse -con Jesús y como él- al descubrir el trabajo callado, sorprendente y fantástico que el Padre va haciendo en tantos hermanos (ojalá también en mí mismo) y dejar que se nos «escape» una oración espontánea, alegre, de alabanza. Alabemos, agradezcamos y cantemos al Señor Dios del cielo y de la tierra.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 8 de julio de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 9,14-17

 

Evangelio según San Mateo 9,14-17
Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?".

Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.

Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido y la rotura se hace más grande.

Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y los odres se pierden. ¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan!".


RESONAR DE LA PALABRA

El ayuno y la penitencia han formado parte de una u otra manera de la tradición cristiana. Ha habido santos que se han hecho famosos por sus muchas penitencias y ayunos. En realidad, ayuno y penitencia no forma parte solo de la tradición cristiana sino de la mayoría de las otras tradiciones religiosas de la humanidad. Se entiende que para acercarse a Dios la persona tiene que purificarse, tiene que liberarse de todo lo material. Se entiende que Dios es espíritu y que todo lo de este mundo nos aleja de Dios.

Pero lo de Jesús es diferente. Se sitúa en las antípodas de esa forma de pensar. En Jesús Dios se encarna, se hace uno de nosotros. De alguna manera, y no es cuestión de entrar ahora en disquisiciones teológicas, Dios, el espíritu puro, se hace carne, se hace materia, se hace uno de nosotros, se ensucia con el barro de los caminos, come y bebe, enferma, pasa frío y todo lo demás que podríamos aquí poner que pertenece a la condición humana.

En Jesús se nos hace claro que para acercarnos a Dios ya no hace falta dejar de ser humanos. No hace falta convertirnos en espíritus puros, en alejarnos de la materia, del cuerpo y de todo lo que él conlleva –por otra parte, este cuerpo nuestro es creación de Dios, ¿cómo podemos pensar que el cuerpo es malo?–. Más bien, tendríamos que pensar que para acercarnos a Dios nos tenemos que acercar a los hermanos y hermanas. No se trata de mirar arriba, a los cielos, sino de venir abajo, al barro de la vida. Y ahí nos encontramos a Dios, acompañando a los más pobres, a los que sufren, a los abandonados…

Hace muchos años leí que un autor espiritual ruso había dicho que “no hay nada más espiritual que el pan que doy a mi hermano que tiene hambre”. Aquel autor había entendido bien el Evangelio. Vamos a dejarnos de ayunos. El novio está con nosotros. Es tiempo de vivir, de hacer realidad, la fiesta de la fraternidad. Con Jesús empieza un mundo nuevo de fraternidad. No es el ayuno ni las muchas oraciones y sacrificios lo que nos lleva a Dios sino el encuentro fraterno con el hermano, especialmente con el más pobre y necesitado.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 7 de julio de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 9,9-13

 

Evangelio según San Mateo 9,9-13
Jesús, al pasar, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió.

Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos.

Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?".

Jesús, que había oído, respondió: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos.

Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".


RESONAR DE LA PALABRA

Desde nuestro punto de vista de hoy podríamos decir que Jesús frecuentaba las malas compañías. Eso de andar con publicanos (algo así como inspectores de Hacienda de la época que entiendo que no son como los actuales) y con pecadores no era precisamente estar con la gente bien, de buen comportamiento, con la gente buena de la sociedad. Eso ya nos puede resultar escandaloso.

Pero en tiempo de Jesús lo de estar con publicanos y pecadores y comer con ellos era todavía peor. Esos dos grupos de personas estaban conceptuados como personas impuras. Su pecado era público y les hacía incapaces de participar en los ritos del mundo judío. No solo eso. Estar con ellos, y más comer con ellos, hacía al judío también impuro. En realidad, cualquier judío un poco culto y educado del tiempo de Jesús cuidaba mucho de con qué compañía se sentaba a comer. Y evitaba esas malas compañías que le hacían caer en impureza, que le separaba del pueblo de Israel, que le impedían adorar al Dios verdadero, a Yahvé.

Pero Jesús no tiene inconveniente en romper las normas de la pureza. Eran normas que habían terminado excluyendo y marginando a las personas. Jesús anuncia el Reino de Dios que es precisamente lo contrario: Dios quiere que todos sus hijos se unan, que no quede nadie excluido. El gran signo del Reino es precisamente esa comida en común de Jesús con los pecadores y publicanos. Jesús anuncia a un Dios que ama a todos sin excepción, sin condiciones. Los más necesitados son los más lejanos. Las comidas de Jesús con publicanos y pecadores son precisamente la prueba contundente de que el amor de Dios del que Jesús es mensajero es universal.

Creer en Jesús y en su reino nos compromete a actuar de la misma manera. A dejarnos de prejuicios –de los que estaban llenos los fariseos– y acoger a todos sin distinción de raza, sexo, nacionalidad y tantas obras barreras y límites que ponemos entre las personas. En el reino ya no hay “los otros”, todos somos “nosotros”.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 6 de julio de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 9,1-8

 

Evangelio según San Mateo 9,1-8
Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad.

Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados".

Algunos escribas pensaron: "Este hombre blasfema".

Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: "¿Por qué piensan mal?

¿Qué es más fácil decir: 'Tus pecados te son perdonados', o 'Levántate y camina'?

Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".

El se levantó y se fue a su casa.

Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.


RESONAR DE LA PALABRA


Jesús no distinguía muy bien entre curar, perdonar, sanar, reconciliar. Lo que le importaba era el bien de la persona. Ni siquiera le importaba mucho el pasado –lo que hubiera hecho o dejado de hacer la persona–. Para él solo contaba que tenía delante a una persona, un hijo o hija amado por Dios, creatura suya. Dios, y Jesús por tanto, no podía sino querer su bien, su curación, su salvación. Ni rencores ni venganzas, ni recriminaciones ni penitencias. Jesús mira al presente, se compadece, empatiza, se acerca al que sufre por la razón que sea y actúa.

Frente a Jesús están los letrados, los escribas, los leguleyos. Los que a base de estudiar las escrituras y las leyes, han llegado a pensar que saben perfectamente y conocen y controlan hasta el modo como Dios hace las cosas y se relaciona con las personas. En su sabiduría han llegado a pensar que una cosa es perdonar los pecados y otra cosa sanar de una enfermedad. Han puesto condiciones al perdón de Dios. Parece que, según ellos, Dios solo perdona cuando se ponen delante la lista de pecados, concretados en número y especie y cuando se está arrepentido y cuando se cumple la penitencia –el castigo adecuado a los pecados cometidos–. Con tantas condiciones hasta les parece más fácil el milagro de curar a un paralítico que perdonar los pecados.

Pero la verdad es que la confusión de Jesús entre curar, perdonar, sanar o reconciliar es la misma confusión de Dios porque a Dios le conocemos solo a través de Jesús. Y si nosotros queremos seguir a Jesús, conviene también que confundamos esos verbos y comencemos a preocuparnos por el bien integral de la persona sin juzgar, sin valorar, solo mirando al hermano que tenemos delante y tratando siempre de ayudar, de acompañar, de ser solidario.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 5 de julio de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 8,28-34

 

Evangelio según San Mateo 8,28-34
Cuando Jesús llegó a la otra orilla, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces, que nadie podía pasar por ese camino.

Y comenzaron a gritar: "¿Que quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?"

A cierta distancia había una gran piara de cerdos paciendo.

Los demonios suplicaron a Jesús: "Si vas a expulsarnos, envíanos a esa piara".

El les dijo: "Vayan". Ellos salieron y entraron en los cerdos: estos se precipitaron al mar desde lo alto del acantilado, y se ahogaron.

Los cuidadores huyeron y fueron a la ciudad para llevar la noticia de todo lo que había sucedido con los endemoniados.

Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio.


RESONAR DE LA PALABRA

La historia de los endemoniados del evangelio de hoy es una historia de miedos e inseguridades. Es una historia de egoísmo y de miopía. O, si se prefiere, es una parábola sobre la gestión de los recursos. Digamos que los de aquel pueblo se habían hecho, consciente o inconscientemente, una reflexión que podría ser más o menos así: tenemos que sobrevivir –la vida en aquellos tiempos era muy dura, mucho más que hoy– y defendernos de los peligros que nos amenazan. Por una parte están esos endemoniados. Son hermanos nuestros, son de nuestro clan, son de nuestra familia, pero se han vuelto peligrosos. Por otra parte, está la necesidad de comer todos los días. No tener lo suficiente para comer es ver acercarse la muerte para el pueblo. La piara, los cerdos, son el seguro de vida que tenemos. Conclusión (no es difícil): los endemoniados son peligrosos pero podemos evitar el riesgo si no nos acercamos a ellos. Lo más importante es cuidar los cerdos.

Al final es lo mismo que dijo Caifás, el Sumo Sacerdote, cuando estaban juzgando a Jesús: “Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación” (cf. Jn 11,49-50). Solo hay un pequeño detalle que subrayar: Caifás en el fondo no estaba pensando en la nación sino en él, en su posición social, y en su familia. Hacía falta que muriese Jesús para que él y los suyos pudiesen mantenerse en donde estaban. Lo mismo de los del pueblo. Son los dueños de los cerdos los que defienden su seguridad. Y les importa muy poco la vida de aquellos hombres que sufren o la de sus familias.

El evangelio nos recuerda una vez más que para Dios la vida de la persona humana, especialmente la de las que sufren, tiene prioridad sobre cualquier otra intención, interés o lo que sea. Cuando está en juego la vida de una persona, no valen los cálculos ni los intereses egoístas.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA