miércoles, 8 de noviembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA- Evangelio según San Lucas 14,25-33

 


Evangelio según San Lucas 14,25-33
Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo:

"Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo.

El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla?

No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo:

'Este comenzó a edificar y no pudo terminar'.

¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil?

Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz.

De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo."


RESONAR DE LA PALABRA

Hoy San Pablo, en su carta a los Romanos afirma que el que ama ha cumplido la plenitud de la ley. Es un mensaje de alegría y ánimo: “a nadie le debáis nada más que el amor mutuo”. Al escucharlo no ignoramos que la propuesta presenta muchas dificultades porque nuestra condición humana nos inclina a amar pero también a cerrarnos en el egoísmo, el orgullo, el resentimiento, la comodidad… A veces tomamos en serio esa bobada publicitaria del “tu lo vales” con las que nos venden cualquier capricho o estimamos que nuestro particular derecho tiene primacía sobre todo lo demás.

En el Evangelio de Lucas, es Jesús quién señala cómo tiene que ser ese amor con una dureza que nos resulta difícil de afrontar. Es un pasaje del Evangelio que, cuando lo leí por primera vez, me echó para atrás. Me parecía imposible que aquello estuviera conforme con otros textos evangélicos como la parábola del buen samaritano, por ejemplo. A fin de cuentas el levita y el sacerdote que pasaron de largo, lo hacían por respetar el rito del culto a Dios. Y el bueno era el samaritano. Y ahora encuentro que lo primero es Dios y lo demás hay que posponerlo. Señor, aclárame esto, pedía...

La traducción de la Biblia que yo utilizaba por entonces, usaba el verbo odiar: “Si alguno viene en pos de mí y no odia a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos [...]no puede ser mi discípulo”. Demasiado fuerte. En la última versión aprobada por la Conferencia Episcopal española el verbo es posponer que parece, sin duda, más aceptable. ¿Más fácil? En absoluto.

Porque para amar de verdad al prójimo, al más cercano que es la familia, y al que forma parte de toda la familia humana es necesario, imprescindible, un cimiento: el mismo Jesucristo. Nada podemos edificar sobre arena o sea un sentimiento, un deseo, una emoción, un apego. Él nos dice también “sin Mí no podéis hacer nada”. Posponer nuestros afectos más legítimos, nuestros apegos, nuestra necesidad de dar y recibir afecto significa tener a Cristo como único cimiento. El único que puede poner solidez y fortaleza a nuestro amor. Un amor que ha de manifestarse en obras y que tantas veces es frágil en inconsistente.

Virginia Fernández Aguinaco

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 7 de noviembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 14,15-24

 

Evangelio según San Lucas 14,15-24
En aquel tiempo:

Uno de los invitados le dijo: "¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!".

Jesús le respondió: "Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente.

A la hora de cenar, mandó a su sirviente que dijera a los invitados: 'Vengan, todo está preparado'.

Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse. El primero le dijo: 'Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego me disculpes'.

El segundo dijo: 'He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego me disculpes'.

Y un tercero respondió: 'Acabo de casarme y por esa razón no puedo ir'.

A su regreso, el sirviente contó todo esto al dueño de casa, y este, irritado, le dijo: 'Recorre en seguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos'.

Volvió el sirviente y dijo: 'Señor, tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar'.

El señor le respondió: 'Ve a los caminos y a lo largo de los cercos, e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa.

Porque les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena'".


RESONAR DE LA PALABRA

La imagen de la Iglesia como Cuerpo de Cristo es enormemente sugerente. No es un mero ensablaje de mecanismos porque, en ese prodigio que es el cuerpo humano, cada miembro, órgano o función “existe en relación con los otros”. Cuando estamos enfermos el dolor localizado, que avisa de que algo va mal, produce malestar en todo el cuerpo y así ocurre con lo más grave pero también con pequeños accidentes. Como en el caso del que tuvo que suspender el camino de Santiago a causa de una ampolla en el talón, todos hemos tenido alguna experiencia: si un miembro se daña, todos sufren.

La comunión de los santos afecta todos los miembros para bien o para mal. Esto es lo que afirmamos cuando decimos al final del Credo: “creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos…” La analogía paulina seguramente podría aplicarse a la humanidad entera: el mal y el bien moral son tan contagiosos -puede ser que más- como el más leve o el mas letal de los virus. Y el triunfo del bien, dependede que cada miembro ejerza su tarea según la gracia recibida.

Añade Pablo una lista de tareas: profecía, servicio, enseñanza, exhortación, administración, dirección, caridad… Todo debe llevarse a cabo con generosidad, alegría, diligencia. Todos tenemos una misión y todos tenemos que pedir la gracia del discernimiento para descubrir a qué estamos llamados. Algunos tendrán aptitudes para múltiples servicios, otros una vocación muy definida, “cada uno según los dones recibidos”. Pudiera ser que alguien se encontrase, por diversas razones, incapaz para todo. Algo puede - y bien sustancioso- hacer: ofrecer su vida y suplicar, alabar y dar gracias, es decir, orar. Ser asiduos en la oración y contribuir de ese modo a la tarea de los demás. Todos estamos convocados al banquete pero solo los que respondan a la invitación del Señor entrarán: pobres, lisiados, ciegos, cojos… Todos tenemos algo que ofrecer. Como dice Pablo: “Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde”.

Virginia Fernández Aguinaco

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 6 de noviembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Lectura del santo evangelio según san Lucas

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas
En aquel tiempo, Jesús dijo al jefe de los fariseos que lo había invitado a comer:

"Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado.

Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos".


RESONAR DE LA PALABRA

Este lunes se celebra la memoria obligatoria de 1545 mártires españoles. En la oración colecta se cita a San Pedro Poveda en primer lugar. De este santo mártir que también fue fundador de la Institución Teresiana traigo a estas páginas una frase muy conocida y repetida entre los miembros de la Institución citada: “Yo quiero sí, vidas humanas; casas en donde el humanismo impere; pero como entiendo que esas vidas no podrán ser como las deseamos si no son vidas de Dios, pretendo comenzar por llenar de Dios a los que han de vivir una vida verdaderamente humana”. Y en la oración colecta pedimos su ejemplo e intercesión (y los de todos los mártires) para confesar la fe.

Para Poveda -como para todos los santos- la plenitud de vida tiene un origen, un fin y un cumplimiento: hemos sido creados por Dios para alcanzar y gozar de su gloria, y llegaremos a ese fin porque hemos sido salvados por Cristo Nuestro Señor. Una vida “verdaderamente humana” no puede serlo en plenitud si no tiende hacia lo que constituye su porqué y su para qué último

En esta tarea permanente de ser cada vez “mejores humanos”, Jesucristo es nuestro Maestro. El Dios encarnado, hecho hombre para nuestra salvación se nos muestra en cada pasaje de los Evangelios como “uno de nosotros”, el mejor, sin duda. Un hombre sabio, bueno, compasivo, generoso, valiente, fuerte, delicado, observador, inteligente, agudo… Pongan todo lo que se les ocurra para describir las virtudes y cualidades de un “perfecto humano”. Por mi parte, encuentro en Él una enorme alegría y tal vez un sutil sentido del humor. O es que me hacen gracia algunas situaciones y discursos. Como el que escuchamos hoy sobre “no invitar a un banquete a los amigos, parientes y vecinos ricos”. ¿Entonces? Bueno, el Maestro conoce el corazón del hombre y advierte para que nuestros obsequios no tengan detrás el cálculo interesado de lo que podemos recibir a cambio. O mejor aún para que actuemos con la mejor fórmula para conseguir, dando a los que con nada material pueden recompensarnos, el mejor premio: la bienaventuranza y la resurrección de los justos.

Virginia Fernández Aguinaco

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 5 de noviembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 23,1-12

 

Evangelio según San Mateo 23,1-12
Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos:

"Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés;

ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen.

Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.

Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos;

les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas,

ser saludados en las plazas y oírse llamar 'mi maestro' por la gente.

En cuanto a ustedes, no se hagan llamar 'maestro', porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos.

A nadie en el mundo llamen 'padre', porque no tienen sino uno, el Padre celestial.

No se dejen llamar tampoco 'doctores', porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.

Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros,

porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".


RESONAR DE LA PALABRA

El primero entre vosotros será vuestro servidor

Queridos hermanos, paz y bien.

Mal día hoy para aquellos que hablan y no hacen, o dicen una cosa y hacen otra. En la primera lectura, y en el Evangelio quedan desenmascarados. La vida misma va poniendo a cada uno en su lugar. Porque prometer es muy fácil, más difícil es cumplir lo prometido. Y si no, podemos ver lo que sucede con el cumplimiento de muchos programas de los partidos, después de las elecciones. En fin. Que nos vamos del tema.

La historia, se ve, viene de lejos. Parece que ya, en los tiempos de Pablo, había gente que vivía del cuento. Mientras que Pablo, con amor de madre – y ya sabemos lo que está dispuesta a hacer una madre por sus hijos – lo ponía todo en la predicación, algunos se aprovechaban. Trabajar para no ser gravoso a nadie, el ora et labora benedictino, versión paulina. Porque, aunque Pablo defiende el derecho de los apóstoles a vivir de la predicación evangélica, él mismo y sus cooperadores renunciaron siempre a ser mantenidos por los recién convertidos a la Buena Nueva. Lo hacía así, para que su predicación quedara a salvo de toda sospecha de lucro. Pablo acepta voluntariamente y de buen grado las fatigas de un trabajo necesario para subsistir sin ser gravoso a los habitantes de Tesalónica. Trabajar y predicar, su estilo de vida. Sin esperar mucho a cambio. Por puro amor de Dios y a Dios.

Desde el comienzo, en estos textos se ven claras dos formas de ejercer la autoridad. Por un lado, el autoritarismo de los fariseos, que imponían cargas pesadas, según vimos la semana pasada, con las más de seiscientas normas que debían cumplirse, y por otro, el estilo de servicio de Jesús.

Podemos entender por qué a los fariseos les gustaba que les llamaran “maestros”. A todo el mundo le apetece el reconocimiento, que sepan quién eres y te digan lo bien que haces las cosas. Es que a nadie le amarga un dulce. Un nutrido grupo de discípulos era señal de que el maestro era bueno. Los gestos de respeto hacia ellos rozaban la servidumbre (calzarlos y descalzarlos, por ejemplo, de ahí lo de no ser digno de desatarle las sandalias del Bautista a Jesús) y, me parece, uno se puede acostumbrar a que todos estén pendientes de tus palabras, y hagan todo por ti. Lo que está muy lejos del servicio que nos enseña Cristo. Los preceptos legales formaban parte de su indumentaria (las filacterias) y eran llevados como “distintivos y borlas grandes en el manto”, presumiendo de su propia piedad y dedicación a Dios. Otra forma de distanciarse de la gente.

Esta práctica la realizaban para acrecentar su respetabilidad. Jesús critica todo ese interés en encumbrarse sobre los demás, pues uno es nuestro Padre y, todos, nuestros hermanos. La crítica de Jesús a letrados y fariseos alcanza literalmente a todo clericalismo, también al de nuestros días, pues hoy podemos caer en lo mismo que Jesús critica. Un mensaje para los que ostentan cargos en la jerarquía, pero no solo. Hay que rechazar todo privilegio ya que la comunidad cristiana debe entenderse como una fraternidad, donde la misión y el servicio de cada uno debe ser puesta en referencia con Jesús y con su Padre. Muy sinodal todo, en la línea que nos presenta el Sínodo recién finalizado.

Y es que, muy importante, esto va para todos. Porque, aunque se habla de los “fariseos”, a lo largo de estos versículos siempre están presentes “la multitud y los discípulos”, a los que se menciona en el primer versículo. Una advertencia para los que algo “mandamos”, pero no solo. También para los que “obedecen”. Es muy fácil que se peguen actitudes y conductas no muy cristianas. Por eso hay que estar atentos. Y saber lo que tenemos que hacer. Y no porque nos vaya a caer la maldición a la que hace referencia la primera lectura, sino porque es lo que Dios quiere.

Decir y hacer. Acabamos de celebrar la solemnidad de Todos los Santos. En ellos, gente muy distinta, de campo y de ciudad, iletrados y cultivados, jóvenes y mayores, altos y bajos, podemos encontrar un buen modelo para imitar. A esa multitud de santos les une que fueron buenos discípulos de Cristo. Hablaron e hicieron. Si quiero ser discípulo de Jesucristo como ellos, si quiero seguirle y que le sigan los demás, he de dar primero buen ejemplo. Como los santos.

¿De qué manera voy a explicar a los demás que el trabajo y el estudio son medios de santificación, si luego no tengo prestigio profesional, si hago las cosas de cualquier manera, o me conformo con cumplir los mínimos o ir aprobando? Y no sólo en el trabajo, sino también en mi relación con los demás, en el uso de los bienes materiales, en las diversiones, en el descanso, en las dificultades, etc. San Agustín (Comentario al salmo 36, III) nos aconseja: Cualquiera que sea yo, atiende a lo que se dice no por quién se dice... Si hablo cosas buenas y las hago imítame; si no hago lo que digo, tienes el consejo del Señor: haz lo que digo, no hagas lo que hago, pero no te apartes de la cátedra católica. Pues eso.

Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 4 de noviembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 14,1.7-11

 

Evangelio según San Lucas 14,1.7-11
Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente.

Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola:

"Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú,

y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: 'Déjale el sitio', y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.

Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: 'Amigo, acércate más', y así quedarás bien delante de todos los invitados.

Porque todo el que ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".


RESONAR DE LA PALABRA

Buscar el primer lugar

El anuncio de un conocido cosmético asegura: “Porque tú lo vales”. A menudo en nuestra sociedad se dice: “Mereces ser feliz”. ¿Mereces?

Carlos Borromeo tiene una larga de méritos que podría haber aducido para ocupar primeros lugares toda su vida: de familia rica e influyente, con varios doctorados en leyes y en derecho canónico, autor, escritor, conferencista, cardenal, obispo de Milán… Estableció la Cofradía de la Doctrina Cristiana, con 740 escuelas, 3,000 catequistas y 40,000 alumnos. Debería estar en el primer asiento, ¿verdad? Ciertísimo, según nuestros baremos de méritos y derechos de reconocimiento. “Tú lo vales, Carlos; mereces todo lo que se te da”, podrían haber dicho sus contemporáneos. Y de hecho lo decía hasta las más altas esferas vaticanas.

Pero parece ser que Carlos no lo veía de la misma manera. Porque para él, lo importante era la verdad. Y parte de la gran Verdad de Cristo es que ninguno de nosotros “merecemos” nada, por mucho que nos lo digan por activa y por pasiva. Lo que se nos da no es cuestión de mérito y, como nos dice hoy el Evangelio, tratar de apropiárnoslo es una locura que puede conducir—como a menudo lo hace—a la vergüenza y el oprobio. Porque al final la verdad se sabe, viene la luz y entonces pone al descubierto nuestra falta de mérito. Todo lo que se nos da; todo lo que hacemos; todo lo que pensamos; todo lo que sentimos; incluso todas nuestras buenas y buenísimas acciones que a menudo llevan colgadas títulos, premios y reconocimientos según esta sociedad, todo, es gracia de Dios. Así lo vio Carlos Borromeo, que entregó no sólo todas sus posesiones, sino toda su vida, al pueblo al que servía. Como si dijera: “aquí yo soy el último; el primero es Dios al que sirvo en su pueblo”. Carlos vendió la mayor parte de las posesiones familiares para el beneficio de los pobres, viviendo en total austeridad y pobreza. Se entregó personalmente al cuidado de los enfermos de su diócesis. El no buscar el reconocimiento “merecido” ante tal historial, le valió el reconocimiento de millones de cristianos a través de los siglos.

Carlos había entendido esa verdad fundamental de la total dependencia del Dios único Santo y Señor. El único que decide quién se sienta dónde. Al fin y al cabo, una silla es igual que otra silla. Porque los títulos son papel, los reconocimientos a menudo se olvidan, y las riquezas no van a ninguna parte. Lo que queda es la mano de Dios que exalta a quien ha entendido esa verdad.

Cármen Aguinaco

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 3 de noviembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 14,1-6

 

Evangelio según San Lucas 14,1-6
Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente.

Delante de él había un hombre enfermo de hidropesía.

Jesús preguntó a los doctores de la Ley y a los fariseos: "¿Está permitido curar en sábado o no?".

Pero ellos guardaron silencio. Entonces Jesús tomó de la mano al enfermo, lo curó y lo despidió.

Y volviéndose hacia ellos, les dijo: "Si a alguno de ustedes se le cae en un pozo su hijo o su buey, ¿acaso no lo saca en seguida, aunque sea sábado?".

A esto no pudieron responder nada.


RESONAR DE LA PALABRA

El bien a tiempo y a destiempo

Parece una pregunta muy tonta y muy torticera… ¿se puede hacer el bien fuera de hora? ¿Sería posible que hubiera tiempos y destiempos para las buenas obras? Parece imposible. El bien no tiene tiempos inoportunos o ilícitos. El bien es siempre, a toda hora, convenga o no convenga, esté en el programa o no. Ho hay un horario para esto.

Pero Jesús tiene sentido del humor, y para demostrar la tontería de la pregunta, les lanza una pregunta burlona. Pero ahí se esconde una verdad incluso más profunda: el burro que cae a un pozo no es tan importante como un hijo de Dios. Pero, si el burro es nuestro, vamos a hacer todo lo posible por salvarlo. ¿Cuántos “burros” tenemos? Es decir, cuántas preocupaciones que a veces son simplemente materiales, de trabajo, de no perder dinero o prestigio que vamos a tratar de salvar a cualquier costo. Dentro y fuera de horario. Sea el momento o no. Y, si cuidamos de lo nuestro con tanto afán que no nos importe si es a tiempo o a destiempo, ¿cómo no hacerlo por algo tan sagrado, tan digno y tan magnífico como un hijo de Dios? O, ¿cómo no hacerlo por responder a una llamada de Dios a una misión, a un servicio, a un acto de misericordia?

En otro pasaje se nos habla del samaritano. El pobre hombre por el camino ve pasar a varios sacerdotes, escribas, que pasan de largo del camino a una obligación programada. Pero el bien siempre está programado. Está inscrito en nuestra identidad como cristianos. Lo dice bien claro Pablo en la primera lectura: los hermanos pertenecen a la adopción filial, la gloria, la alianza, la ley, el culto… pertenecen a Cristo que está por encima de todo. Los adoptados, según las leyes antiguas semitas, tienen además una ventaja, ya que no pueden ser desheredados, una vez que los padres hayan aceptado el compromiso de adopción. Por defender a los hijos—biológicos o adoptados-- por salvarlos, habría que hacer cualquier cosa, aunque sea fuera de nuestros programas y horarios, aunque sea fuera de todo plan o gusto personal. Son mucho más que un burro, un punto de honor, una ascensión de puesto de trabajo, una preocupación material de cualquier tipo, una reunión importantísima que no deberíamos dejar. Todos nuestros “burros”, personales o comunitarios no tienen comparación con la enorme importancia de acercarse a un ser humano que necesita nuestra ayuda. Aunque no sean horas…

Cármen Aguinaco

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 1 de noviembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 5,1-12a

 

Evangelio según San Mateo 5,1-12a
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.

Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:

"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.

Felices los afligidos, porque serán consolados.

Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.

Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.

Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.

Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.

Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron."


RESONAR DE LA PALABRA

La muchedumbre, quienes buscan, los bienaventurados

Tengo un amigo puertorriqueño que tiene un hijo casado con una filipina y una hija prometida a un afroamericano. En broma, le digo que va a tener nietos multicolores. Se ríe y dice que, con tal de que le llamen “abuelito”, le da lo mismo de qué color sean. Creo que así se debe sentir Dios Padre con todos sus hijos, de toda raza, pueblo y lugar. Con tal de que se reconozcan—nos reconozcamos—como hijos de Dios, pues lo somos. Con tal de que lo llamemos Padre.

Una gran muchedumbre de quienes buscan, los bienaventurados. Es decir, todos nosotros. No pensamos que seamos santos de altar, pero sí que probablemente podamos considerarnos en búsqueda y somos parte de ese pueblo llamado y congregado. Esta muchedumbre es la de los que buscan el bien, la verdad, la bondad. Los que buscan el rostro de Dios. Pero quizá al leer las bienaventuranzas no nos sintamos tan “dichosos” como dicen algunas traducciones del pasaje. La palabra griega “makarios” en realidad se refiere más bien a la más profunda felicidad, literalmente bienaventuranza, es decir, buena fortuna o bendición, de haber visto el rostro de Dios en lo tan aparentemente contradictorio: la pobreza, la persecución, el dolor y las lágrimas. A veces hemos podido escuchar las palabras con un cierto romanticismo. Pensándolo bien, son duras y difíciles, sobre todo en un mundo en que frecuentemente nos movemos a golpe de capricho y comodidad. En un mundo en que huimos del dolor a toda costa y nos preguntamos a menudo por qué la ciencia, o el dinero no han remediado nuestro problema, pequeño o grande. En un mundo en que parece que siempre hace falta algo más; siempre hay que buscar una nueva forma de diversión, un estímulo más excitante. Y donde, al final, uno se siente vacío y huérfano.

Así que, después de escuchar la lista de las múltiples calamidades que nos pueden ocurrir como hijos de Dios (o que nos están ocurriendo), se nos dice: “Alégraos y saltad de júbilo”. Y nos podemos quedar rascándonos la cabeza y preguntándonos en qué mundo será eso. Y se nos repite entonces: esto es el mundo en que personas de toda tierra, clase y lugar vienen a contemplar el rostro de Dios. Han encontrado lo más importante, han llamado a Dios Padre y han escuchado al Padre llamarlos “hijos”. Y ya no les hace falta nada más.

Hoy celebramos a Todos los santos, todos los que de verdad se sintieron hijos, esa inmensa muchedumbre que entendió este rarísimo mensaje. Quienes se sintieron bienaventurados al no tener nada, porque lo tenían TODO.

Cármen Aguinaco

fuente del comentario CIUDAD REDONDA