Evangelio según San Juan 17,11b-19
Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo:"Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros.Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno.Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad.Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo.Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad."
Queridos hermanos y hermanas:
En esta sección intermedia de la oración sacerdotal, Jesús le pide al Padre tres cosas: primero, que sus discípulos sean uno como ellos son uno, segundo, que, sin sacarlos del mundo, los defienda del Maligno y, tercero, que los santifique en la verdad. Detrás de estas tres peticiones podemos descubrir un único deseo de Jesús: poner a sus discípulos en las manos del Padre, como él mismo lo hará con su propia vida antes de expirar en la cruz. El Padre que no abandonó a Jesús en la muerte, sino que lo resucitó. El mismo Padre es el que nos une en el amor, nos protege del mal y nos santifica en la verdad. Volver a contemplar esta verdad debería llenar nuestras vidas de confianza, pues, por más que haya momentos en los que parece que la desunión nos separa sin remedio, que la fuerza del maligno nos atrapa o que el poder de la mentira nos destruye por dentro y por fuera, sabemos que no estamos solos, que estamos bajo el cuidado del Padre y que es posible vivir en nuestro mundo, sin ser de él.
Sólo una confianza básica de este tipo puede fundamentar una existencia que se atreve a superar los peligros, miedos y complejos que menoscaban nuestra capacidad de riesgo para amar y construir un mundo mejor. Quien sabe que su vida está en buenas manos sabe que no tiene asegurado el éxito, pero, sabe que el Padre siempre lo acompaña, lo alienta y lo fortalece. Revisemos cómo va nuestra confianza en el Padre; un buen medidor de ello es la calidad de nuestro compromiso por forjar la unidad, por luchar contra el mal en todas sus expresiones y por vivir en la verdad. Si esta confianza y este compromiso no están vivos y vigorosos, te invito a que repitamos la oración sacerdotal de Jesús y dejemos que la fuerza de la Palabra encienda nuestro corazón.
CR
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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