viernes, 2 de julio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 20,24-29

 

Evangelio según San Juan 20,24-29
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.

Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".

Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".

Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!".

Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

Hoy es la fiesta de Santo Tomás. Uno de los doce apóstoles de Jesús. Su nombre significa “gemelo” en arameo.

En el Evangelio de Juan aparece en varios pasajes: cuando Lázaro acaba de morir y los discípulos se resisten ante la decisión de Jesús de volver a Judea, Tomás determina: "Vamos también nosotros, para que muramos por él". Durante la Última Cena, cuando Jesús asegura que ya conocen el camino a donde va a ir Él, Tomás pregunta: "Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?". Y, finalmente, en el pasaje que hemos leído hoy: aunque Tomás recibe el anuncio de la resurrección de Jesús, se niega a admitirla: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré"; sin embargo, ocho días después, Tomás toca con sus propias manos las heridas de Jesús y termina diciendo: “Señor mío y Dios mío”…

Es curioso: parece que Tomás, en estas tres intervenciones del Evangelio, hace el itinerario inverso a un camino que va de la duda a la convicción. Él, por el contrario, comienza con mucha determinación: "Vamos también nosotros, para que muramos por él"; continúa con una pregunta ante algo que reconoce no saber: "Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?". Y sigue con una duda radical: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré"…

Sin embargo, la duda radical no tiene en él la última palabra. Ante el Señor que se le hace presente, llega a la mayor confesión de fe: “Señor mío y Dios mío”. Y esa sí es la última palabra que conocemos de él.

Algo así puede ser la vida de todo discípulo del Señor: primero, un gran entusiasmo; después, comienzan a aparecer las preguntas ante lo que se desconoce; y pueden incluso llegar momentos de duda radical… Que en esos momentos también el Señor se nos haga presente, con sus llagas, mostrándonos que también Él pasó del entusiasmo de las muchedumbres que le seguían a la soledad de la cruz… Y que la confesión humilde de nuestra fe también sea nuestra última y discreta palabra. “Señor mío y Dios mío”…

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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