jueves, 2 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 5,33-39


Evangelio según San Lucas 5,33-39
En aquel tiempo, los escribas y los fariseos dijeron a Jesús: "Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y hacen oración, lo mismo que los discípulos de los fariseos; en cambio, los tuyos comen y beben".

Jesús les contestó: "¿Ustedes pretenden hacer ayunar a los amigos del esposo mientras él está con ellos?

Llegará el momento en que el esposo les será quitado; entonces tendrán que ayunar".

Les hizo además esta comparación: "Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque se romperá el nuevo, y el pedazo sacado a este no quedará bien en el vestido viejo.

Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres; entonces el vino se derramará y los odres ya no servirán más.

¡A vino nuevo, odres nuevos!

Nadie, después de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo, porque dice: El añejo es mejor".


RESONAR DE LA PALABRA 


Siempre, con el novio

Pronto comienzan las intrigas y peleas de los jefes religiosos contra Jesús. El esquema siempre es el mismo: les da en rostro la libertad de espíritu de Jesús frente al apego formal y rigorista a las leyes, por encima de la persona. Y hoy la historia se repite.

El tema de la comida es, con frecuencia, motivo de litigio. Cristo es llamado, con desprecio, comedor y bebedor; es apuntado con el dedo porque come con publicanos y pecadores, cosa que es señal de amistad; los discípulos son censurados porque cortan espigas en sábado para comerlas. Hoy le echan en cara a Jesús que sus apóstoles no guardan la ley del ayuno. La respuesta del Maestro es tan elemental como profunda: ¿cómo van a ayunar los invitados, mientras el novio está con ellos? Y el novio es Jesús. El nuevo Reino que instaura Jesús se expresa en la metáfora del banquete de bodas de la Nueva Alianza. Es decir, con la llegada de Jesús, el Mesías, todas las cosas son nuevas, no podemos quedar atados a la servidumbre de un pasado caduco. Luego vienen todas las imágenes, tan profundas: el banquete, el novio, el vestido, los odres. Y siempre lo mismo: todo nos convoca a acoger la novedad de Jesús ya llenarnos de alegría. Sentirse esclavizado por la norma del ayuno no solo es negar la alegría, es negar el Reino nuevo que trae Jesús.

Seguir a Jesús es aceptarlo como es, íntegramente. No basta con un remiendo, aunque sea de tela nueva, en un traje viejo. La acogida es total, en el nuevo comportamiento moral. Esto significa pensar como Jesús, sentir como Jesús, amar como Jesús, sufrir como Jesús. Sigo a Jesús, y pienso que la misericordia es lo primero; siento como Jesús, y me gozo de tener un Padre en el cielo, que me ama; amo como Jesús, y sé que tengo que perdonar al enemigo; sufro como Jesús, y sé que amar me lleva a entregar la vida por los demás, hasta la muerte.

Resulta que este Jesús a quien sigo es el novio; lo dice él mismo. El que es el camino, la verdad y la vida; el que es el pan de vida, el pastor bueno y la luz del mundo se define también como el novio. Y esto nos convoca a la alegría, a festejar, a la fiesta. Bien podemos preguntarnos, ¿ofrecemos los hombres y mujeres de la Iglesia un estilo alegre y feliz? ¿Se nota que el novio está con nosotros? ¿Nos creemos eso de la Buena Noticia o que el Señor nos invitó a disfrutar de las cosas que él creó para solaz de sus hijos? Cómo nos animan a alegrarnos con el novio el magisterio de la EvangeliiGaudium, de la Gaudium et Spes, de la Gaudete in Domino. No hace falta señalar que, siendo la fuente de la alegría el mismo Jesús, esposo en la boda, esta alegría no es algo frívolo sino muy espiritual, fruto del Espíritu.
Que cuando nos sentemos a la Mesa del Señor y bebamos el vino nuevo de la Alianza Nueva, desbordemos de alegría por estar junto a este novio, Jesús, que nos hace tan dichosos.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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