viernes, 6 de noviembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 16,9-15


Evangelio según San Lucas 16,9-15
Jesús decía a sus discípulos:

"Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas.

El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho.

Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien?

Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes?

Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero".

Los fariseos, que eran amigos del dinero, escuchaban todo esto y se burlaban de Jesús.

El les dijo: "Ustedes aparentan rectitud ante los hombres, pero Dios conoce sus corazones. Porque lo que es estimable a los ojos de los hombres, resulta despreciable para Dios."


RESONAR DE LA PALABRA

Todos hemos visto alguna película de espías en que el protagonista sirve a la vez a las dos potencias enemigas. Es lo que se llama un “doble agente”. Su vida es muy complicada y eso precisamente es lo que da interés a la trama de la película. Pero la vida no es así. Es mucho más simple. En la práctica es imposible ser un doble agente. Como dice Jesús en el Evangelio de hoy: ningún siervo puede servir a dos amos. O se dedica a uno o se dedica al otro. 

Claro que una cosa es a quien queremos servir y otra cosa son las contradicciones y debilidades y miserias en que a veces nos movemos. El mismo Pablo dice en la carta a los Romanos que “no entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino que precisamente aquello que odio es lo que hago” (Rm 7,15). Estoy seguro de que muchos de nosotros estamos de acuerdo con esta afirmación de Pablo. También nosotros lo experimentamos en nuestra vida, en la vida de cada día, como parece que lo experimentaba Pablo. No hacemos lo que queremos sino que hacemos lo que no queremos. En nuestra debilidad terminamos metiendo la pata, cometiendo errores con resultados a veces desastrosos para nuestra familia, para nosotros mismos. 

¿Qué podemos hacer? Lo primero de todo es aceptarnos como somos y no echar más piedras sobre nuestro propio tejado, que es cosa bastante inútil. Como me dijo un director de espíritus hace mucho tiempo, y me lo confirma la experiencia, la mayoría de los pecados que cometemos no son de infidelidad sino de debilidad. No es que queramos directamente hacer el mal sino que somos débiles y no tenemos las fuerzas suficientes para hacer o decir lo que deberíamos hacer o decir. Por eso, lo primero es aceptarnos en nuestra debilidad. 

Lo segundo es iniciar un proceso de fortalecimiento de nuestro ser, de nuestra persona. A sabiendas de que es un proceso sin fin, porque esa debilidad es inherente a la propia naturaleza humana. Dios nos ha creado así. No somos super hombres ni super mujeres. No tenemos poderes especiales que nos permitan superar la ley de la gravedad y volar por encima del suelo de esta vida con sus brumas y sus oscuridades. Fortalecernos es orar más, hacer de la Palabra y su lectura un hecho cotidiano, encontrarnos más con los hermanos y hermanas en la comunidad, participar más a menudo en la celebración de la Eucaristía. Todo eso nos ayudará a fortalecernos. Nunca lograremos superar del todo las debilidades, las miserias y las contradicciones que están presentes en nuestra vida. Pero podemos dejar que la luz de la gracia, del amor y de la misericordia de Dios las vaya iluminando y llenando de esperanza. 

Nosotros queremos servir a Dios y no al dinero, y no a nuestros intereses egoístas, y no al cuidado de nuestra imagen ante los demás. Pero a veces... Pues eso, que cuando caigamos en la contradicción, en la debilidad de nuestras fuerzas siempre limitadas, levantemos rápidamente la vista. Porque la misericordia de Dios es mayor que nuestras fuerzas y el que nos creó nos conoce y comprende y ama más que nosotros mismos.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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