domingo, 16 de abril de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 20,19-31

 

Evangelio según San Juan 20,19-31
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".

Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.

Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.

Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".

Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".

Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!".

Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".

Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.

Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.


RESONAR DE LA PALABRA


RUMOR DE VIDA ENTRE LOS APÓSTOLES

El grupo de los discípulos está en una casa con las puertas cerradas.
Cerrados a la luz, incapaces de asomarse (enfrentarse) a la vida, al «y ahora qué»?.
Atascados en sus recuerdos, tristezas y añoranzas.
Hablando en voz baja cuando fuera imprescindible decir algo, sin mirarse a los ojos.
Incomunicados, aunque estuvieran juntos.
Un fracaso rumiado iba echando raíces amargas en el corazón.
La noche era oscura (por dentro y por fuera), no se esperaban un final así,
un final en el que tenían mucho de qué avergonzarse.
¡Qué mal lo hicimos! ¡Ojalá hubiéramos reaccionado de otra manera!
Se sentían culpables ¡y sin remedio!
No podían ni imaginarse que pudiera llegar una luz nueva, al amanecer del primer día de la semana.
No se habían enterado todavía de que había ocurrido algo inmenso, maravilloso,
esperanzador, que lo cambiaría todo para siempre.

Estar "con las puertas cerradas” es todo un símbolo.
Es estar cerrados al diálogo, dándole vueltas a «lo que me ha pasado a mí»,
a lo que he hecho o lo que me han hecho, cerrados al encuentro con los otros,
no querer saber nada de nada ni de nadie;
cerrados a la reflexión sobre lo que ha pasado sin intentar encontrarle algún sentido.
No saber qué hacer, ni a dónde ir, ni qué decir.

¿No vivimos a veces nuestra vida y nuestra fe como escondidos, con el miedo atenazándonos por dentro,
con la desconfianza ante todo lo que ocurre alrededor?
Motivos no nos faltan:

El miedo que me hagan daño ¡otra vez!, el miedo a que me juzguen mal,
el miedo a volver a ilusionarme y a soñar, para no llevarme un nuevo chasco,
el miedo a quedarme solo, a no tener fuerzas, a fracasar...

¿No nos va dejando la vida un poso de escepticismo y desesperanza?

¡Ah, pero están en un lugar bien significativo! En el Cenáculo.
Allí habían compartido muchas comidas con Jesús, y en especial la Última Cena.
Allí resonaban todavía -aunque sin comprenderlas ni creerlas del todo- las últimas palabras de Jesús:

«No os dejaré solos», «mi paz os doy»,
«tomad y comed», «vosotros sois mis amigos, y doy la vida por vosotros»,
«amaos como yo os he amado», «sed mi cuerpo», «bebeos mi vida»,
«haced lo mismo que yo he hecho, en memoria mía»...

Pero también, como clavadas en el alma, aquellas otras palabras de advertencia:

«Cuando sea herido el pastor, se dispersarán las ovejas». «Uno de vosotros me va a entregar».
«Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces»
«¿no habéis podido velar siquiera una hora conmigo?»

Se sentían tan encerrados y enterrados como su maestro en el sepulcro.
Pero estaban juntos. Aunque faltara alguno, ¡estaban juntos!
Al menos eso todavía les duraba: la unión, el grupo de compañeros
que el Maestro había ido construyendo con tanto esfuerzo.
¡Se tenían unos a otros!

Jesús entra y abre las puertas. Igual que abrió las puertas de su sepulcro.
Y su nueva vida -su Pascua- es contagiosa, se extiende, se reparte, se multiplica.
Si él ha salido de la oscuridad, también la luz tiene que llegar a los suyos.
Si él ya no está encerrado, es porque sabe cómo hacer saltar todos los cerrojos y pestillos.
Y los hace saltar también en el Cenáculo.

A menudo Jesús nos encuentra en el mismo lugar donde le abandonamos.
donde habíamos escuchado atentamente sus palabras,
donde habíamos comido y bebido con Él.
En el lugar donde los hermanos se reúnen y se encuentran.
Y con su luz toca nuestra oscuridad, alivia y da sentido a nuestro sufrimiento,
a la experiencia del fracaso, al desconcierto por lo que nos ha pasado.

Y se pone ahí, en medio, que es donde siempre ha querido estar.
En medio de nuestros fracasos y en medio de la comunidad.
En medio de nuestra vida y de nuestras inquietudes.
No está esperando que le vayamos a buscar.
Es él quien viene, seguramente cuando ni siquiera lo esperábamos, cuando le creíamos perdido para siempre.

Y lo primero que hace es pacificarnos. Hacernos descubrir que no está todo perdido.
Que nuestros errores no son insalvables, si él pone en ellos su misericordia.
Lo tendrá que hacer muchas veces, porque la tristeza, las sombras y el miedo
se adueñan de nosotros muchas veces.
Y al pacificarnos nos hace capaces de pacificar y reconciliar a otros.
El demonio de la violencia y del fracaso no tiene nada que hacer ante su paz.
El círculo vicioso de la venganza y la culpa ha quedado roto,
y gracias a él también nosotros lo podemos romper.
Y ese corazón herido por odios, resentimientos y enemistades puede volver a amar,
y amar más, más fuerte, más intensamente, más generosamente.

Y también perdonar y pedir perdón.
Sorprendente responsabilidad: Dios nos ha perdonado
para que vayamos repartiendo a otros el perdón
porque ese perdón que el Señor nos ofrece tiene también que desbordarse, extenderse.

Todo esto será posible cuando recibamos, como un soplo de aire fresco,
el don de su Espíritu, de Él mismo.
Luego nos hará ver sus llagas, heridas y sufrimientos, que son las señales de su amor:
Esas manos abiertas, llenas de ternura, dispuestas a tomar las nuestras.
Ese costado abierto, por el que se desborda el amor como una fuente inagotable.
Nos invita a tocar las llagas, para que veamos que el dolor puede ser transformado,
y porque no estuvo bien alejarnos mientras él sufría en la cruz.
Nos invita a tocar las llagas, porque sólo palpando con nuestras propias manos
el sufrimiento de los hombres, podremos darnos cuenta
de que siguen abiertas, sangrantes hoy... en el cuerpo de sus hermanos.
PODEMOS PEDIRLE HOY AL RESUCITADO:

Entra Jesús, para que en nuestra comunidad, en nuestras casas,
en nuestras cosas, se empiece a escuchar el rumor de la vida,
para que dejemos de ser tan incrédulos, y nos atrevamos a decir
no que tú eres Dios y Señor, sino «mi Señor y mi Dios».
Contigo en medio, irá cambiando el rostro de cada comunidad, de toda la Iglesia.
Con el Espíritu estaremos dispuestos a salir a la calle, y «armar lío»
Llevaremos en los pies un anuncio misionero, gozoso;
en las manos, dones para repartir e intercambiar gratuitamente;
en los ojos, mucha alegría y atención para descubrir
los pequeños signos y gestos de vida salpican cada día;
con las manos entrelazadas, mucha solidaridad hacia dentro y hacia fuera;
en la boca cantares de alabanza a tu misericordia;
en la mochila, un encargo tuyo: ofrecer alternativas a un mundo injusto;
en el corazón, un susurro de adoración: “Señor nuestro y Dios nuestro”.

Acudiremos al templo todos unidos, celebraremos la fracción del pan
y comeremos juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón.
Así seremos bien vistos de todo el pueblo,
y día tras día el Señor seguirá agregando al grupo a los que se vayan salvando
(aunque siempre nos faltará algún Tomás que anda...
!Dios sabe dónde y hasta que él quiera encontrarle, al octavo día!)

Y nos mirarán todos con mucho agrado,
al ver que nadie pasa necesidades. Y que damos testimonio con mucho valor.
Entonces habremos conseguido la victoria sobre el mundo con nuestra fe en el Resucitado.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 15 de abril de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 16,9-15

 

Evangelio según San Marcos 16,9-15
Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios.

Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban.

Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.

Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado.

Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron.

En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado.

Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación."


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

Hoy concluimos la octava de Pascua. Es probable que algunos de vosotros hayáis disfrutado de una semana de descanso, incluso fuera de vuestros hogares o comunidades. Otros, por el contrario, habréis vuelto al trabajo, tras el paréntesis del fin de semana pasado. Las preocupaciones siguen ahí. No desaparecen milagrosamente por el hecho de que un año más hayamos revivido el misterio de la resurrección de Jesús. Pero, ¡cómo cambia todo cuando colocamos la clave verdadera! En la batalla del día a día se nos van colando muchas claves para interpretar nuestra vida: la clave de la competencia, del bienestar, de la prisa, de la revancha, de la comodidad, del resentimiento, de la búsqueda de nosotros mismos. Necesitamos que, de vez en cuando, de manera muy nítida, la liturgia de la Iglesia nos recuerde la única clave que permite dar sentido a todo: la clave del Resucitado. De no ser así, acabaríamos sucumbiendo al poder de seducción de las otras, y, como consecuencia, seguiríamos prisioneros de la ansiedad, de la tristeza, de la falta de horizonte.

En este sábado, Jesús nos regala dos últimos mensajes que se refieren a nuestro compromiso misionero:

Id al mundo entero. Un seguidor de Jesús traspasa los límites del espacio y del tiempo porque empieza a vivir en clave de resurrección. El mandato de ir al mundo entero inaugura en nosotros un talante de apertura universal. La resurrección elimina todas las barreras étnicas, culturales, económicas, religiosas que los hombres hemos construido para acotar este mundo. Pensemos en el significado de estas palabras en este comienzo del tercer milenio, en el que vivimos una etapa de globalización. El mundo entero se ha convertido en la “aldea global”. Esto no significa que tengamos que ir de un sitio para otro, o que estemos todo el día conectados a internet. Significa que hemos tomado conciencia de que todos formamos parte de la red de hijos e hijas de Dios, y de que todo lo que sucede en este mundo tiene que ver conmigo. El mundo entero está concentrado en cada uno de nosotros y en el pequeño mundo de nuestro entorno. La novedad está en contemplar esto con ojos de universalidad. A los ecologistas les gusta decir aquello de “Piensa globalmente y actúa localmente”. Quizá es una manera de traducir la universalidad cristiana que se inaugura con la resurrección de Jesús.

Predicad el evangelio a toda la creación. En este “diálogo de vida” cada vez más amplio, somos invitados a reconocer las huellas del Resucitado dondequiera que se encuentren, sobre todo, en las manos y los pies traspasados. Donde hay una mujer o un hombre que sufre, allí contemplamos el rostro del Cristo que prolonga su pasión. No hay diálogo cuando no hay experiencia que compartir, cuando todo se reduce a un intercambio de frases vacías o de fórmulas protocolarias. La experiencia que nosotros proponemos es la del evangelio de Jesús, porque no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído. La resurrección nos abre a un diálogo universal, pero no a un universo vacío. Hablar de Jesús con el lenguaje de la propia vida es algo a lo que no podemos renunciar.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 14 de abril de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 21,1-14

 

Evangelio según San Juan 21,1-14
Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así:

estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.

Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.

Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.

Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No".

El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.

El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.

Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.

Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.

Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar".

Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.

Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que era el Señor.

Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

¿Qué sintió Pedro cuando en medio de la noche reconoció a Jesús? Su grito ¡Es el Señor! se parece al estremecimiento que nosotros podemos sentir cuando, en la dura brega de la vida, intuimos que el Señor está, aunque no nos habíamos dado cuenta. Está:En las personas que están pendientes de nosotros y cuyo amor sólo se nos hace patente cuando han desaparecido.
En la comunidad cristiana que, con todo el peso de sus limitaciones, nos ofrece el pan de la Palabra y de la Eucaristía.
En los que, sin alardes publicitarios, han comprendido que ya es hora de arrimar el hombro para que se abra camino la justicia.
En los que son fieles a su vocación matrimonial o consagrada sin que nadie lo vaya a saber jamás.
En los que, pudiendo ganar más a base de mentir, se mantienen en la verdad.

Este Señor, que parece un fantasma, pero que es una presencia luminosa en medio de la noche, nos dice hoy:

Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. Seguid faenando, no renunciéis a asumir vuestras responsabilidades. Atreveos a ir un poco más lejos de donde estáis, a responder a algún nuevo desafío. De muy diversas maneras, durante el tiempo pascual, se nos invita a ir siempre más allá, como si la resurrección de Jesús nos proporcionara ese plus de audacia que necesitamos para vivir. La búsqueda constante de lo más fácil, de lo más cómodo, de lo más razonable, es el camino más directo a la tumba, la senda más antipascual, porque es como negarse a aceptar lo que ha sucedido el primer día de la semana.

Traed de los peces que acabáis de coger. Otra vez la llamada a aportar ese poco que ha sido fruto de nuestra búsqueda, de nuestro trabajo. Nuestras solas fuerzas no nos conducen a la experiencia de la vida, pero sin esfuerzo, sin el riesgo de lanzarnos mar adentro, tampoco reconocemos al Señor. Los mensajes de esta primera semana de Pascua combinan siempre el don y la búsqueda, la gracia del Señor que se hace visible y el esfuerzo de sus amigos y amigas que escrutan sus huellas por todas partes.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 13 de abril de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 24,35-48

 


Evangelio según San Lucas 24,35-48
Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".

Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu,

pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?

Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo".

Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.

Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?".

Ellos le presentaron un trozo de pescado asado;

él lo tomó y lo comió delante de todos.

Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos".

Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras,

y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,

y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.

Ustedes son testigos de todo esto."


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

Hemos llegado al ecuador de la semana grande. Sigamos pacientemente acogiendo las palabras que el Resucitado pone en nuestros oídos:

Paz a vosotros. El saludo “shalom” sintetiza todo lo mejor que nosotros podemos desear: la salud, la integración personal, la armonía con las personas, con la naturaleza, con Dios. El Resucitado no nos promete la prosperidad o el triunfo, sino la paz, la posibilidad de vivir todo desde el centro. Paz no significa que encajen todas las piezas de nuestra puzzle, sino que podamos contemplar todo, incluyendo los sinsabores y sufrimientos, con los ojos compasivos de Dios. El hombre o la mujer que acogen el don de la paz son pacificadores sin tener que militar en ningún grupo pacifista.

¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? Creemos en la primavera porque vemos los brotes de vida en las yemas de los árboles. Creemos en la mariposa porque vemos que de la crisálida sale un ser hermoso con alas multicolores. Creemos en el día porque cada mañana el sol vuelve a asomarse. ¿Cuáles son los signos para creer en la presencia del Resucitado? ¿Hombres y mujeres que, a pesar de sus limitaciones, entregan su vida? ¿Personas que superan una depresión? ¿Por qué nos resulta más fácil percibir los signos de la muerte que los de la vida? ¿Por qué somos capaces de criticar todo lo que va mal y nos cuesta tanto agradecer lo que hace que el mundo funcione un día más?

Mirad mis manos y mis pies. La alegría que nos regala el Resucitado no es el goce superficial de quien recorre un camino llano. Sus manos y sus pies conservan las huellas de los clavos. La suya es una victoria sobre la muerte. Quizá nunca acabamos de experimentar una alegría profunda porque no miramos de frente la huella de sus heridas. Creemos que seremos más felices huyendo de las personas que sufren, maquillando nuestros propios dolores. Jesús nos invita a reconocerlo en el hueco de los clavos. En ese “mirad” encontramos una clave para no entender la alegría pascual como una huida sino como una cercanía mayor a los crucificados: las personas difíciles de nuestro entorno, los que atraviesan cañadas oscuras.

¿Tenéis algo que comer? El Resucitado nunca nos resuelve la vida automáticamente, como esos echadores de cartas que prometen el oro y el moro. Cuenta lo que cada uno somos y tenemos. Más aún, quiere compartir ese poco de pan y de pescado que nosotros laboriosamente hemos conseguido. Tu poder multiplica la eficacia del hombre -canta el himno litúrgico- y crece cada día entre sus manos la obra de tus manos.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 12 de abril de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 12,44-50

 

Evangelio según San Juan 12,44-50
Jesús exclamó: "El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió.

Y el que me ve, ve al que me envió.

Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas.

Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo.

El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día.

Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar;

y yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos y amigas:

Durante toda esta semana de Pascua seguiremos rastreando las palabras del Resucitado. Ellas tienen la virtud que ninguna otra palabra tiene: conectan con el fondo de nuestro ser y allí donde nadie llega inyectan la alegría y la esperanza que necesitamos. En este Miércoles de Pascua nosotros somos los discípulos de Emaús. Nosotros somos los dimisionarios tristes y ofuscados. A nosotros se nos regalan estos mensajes:

¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? El Resucitado es un terapeuta que quiere ayudarnos a viajar hasta nuestras raíces. Ayer nos preguntaba por las razones de nuestro llanto. Hoy quiere saber lo que nos traemos entre manos. ¿Cuáles son nuestras preocupaciones actuales? ¿A qué estamos prestando atención? ¿Qué o quién ocupa nuestros intereses, nuestro tiempo? ¿De qué solemos hablar con las personas de nuestro entorno? ¿Por qué razón nos levantamos cada mañana?

¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? Ese “era necesario” nos trae de cabeza. ¿Cómo puede ser “necesario” el sufrimiento”? ¿Qué valor puede tener la muerte? Cuando llegamos a estos límites, se alza siempre la señal que parece decirnos: “Callejón sin salida. Dé la vuelta”. Y, sin embargo, en este misterioso “era necesario” se esconde el proyecto de amor de Dios hacia el mundo, la razón que da sentido a nuestras noches oscuras.

¿Cómo podemos reaccionar ante las palabras del Resucitado? Tal vez haciendo nuestras las de los discípulos de Emaús:

Quédate con nosotros. El Resucitado siempre aparece en el camino de nuestra vida, pero siempre hace ademán de seguir adelante. Este estar sin ser visto, esta presencia ausente, esta cercanía distante, alimenta nuestro deseo, provoca nuestra búsqueda. Sólo puede decir “quédate” quien ha sido tocado y anhela la posesión total: “¿A dónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido? Hay algo en nuestra fe que es siempre un “no sé qué que queda balbuciendo”.

¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? Las brasas de nuestras vida están, a menudo, cubiertas con las cenizas del cansancio, el aburrimiento, la desesperación. ¿Cómo encender lo que parece completamente extinguido? ¿Cómo podemos poner en danza nuestra vida? ¿De dónde brota el fuego interior? ¡De la palabra de Jesús! Cada día, cuando nos acercamos al evangelio, somos como ese mendigo que estaba sentado junto a la puerta Hermosa del templo. Pedimos la limosna de la luz, de la alegría. Quizá no aspiramos a grandes destellos. Nos conformamos con la ración diaria que puede mantener el fuego interior. Jesús nunca la niega a quienes la piden con fe.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 11 de abril de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 20,11-18

 

Evangelio según San Juan 20,11-18
María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro

y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús.

Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".

Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.

Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo".

Jesús le dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!".

Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'".

María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

Cuando los judíos oyen hablar a Pedro sobre la muerte y la resurrección de Jesús experimentan un doble movimiento:

Hacia dentro: Estas palabras les traspasaron el corazón.
Hacia fuera: ¿Qué tenemos que hacer, hermanos?

No sé si durante estos días hemos experimentado algo parecido. Recordemos lo vivido durante el triduo pascual. ¿Ha habido alguna palabra que nos haya traspasado el corazón, que haya roto la barrera de la rutina? ¿Hemos sentido alguna llamada a “hacer algo”, a salir de nuestra comodidad?

El evangelio de este Martes de Pascua nos regala nuevas palabras del Resucitado para iluminar el camino de nuestra vida:

¿Por qué lloras? ¿Podemos poner nombre a lo que nos hace sufrir? ¿Por qué a veces la vida nos parece tan dura? ¿Por qué la alegría dura tan poco? ¿Por qué nos cansamos de hacer el bien? ¿Por qué nos duele tanto el mal de este mundo ante el que nos sentimos impotentes?

¿A quién buscas? ¿Qué anhelamos, en el fondo, cuando esperamos una llamada telefónica, cuando mendigamos una sonrisa, cuando queremos que todas las piezas de nuestro mosaico encajen, cuando hacemos un favor a otra persona? ¿Qué se esconde detrás de nuestro desasosiego, de nuestros sinsabores, de esa sensación de que las cosas no resultan como habíamos imaginado?

Suéltame. Quisiéramos que Jesús fuera como una varita mágica, siempre al alcance de la mano, para ir cambiando las cosas a nuestro antojo. Y, sin embargo, el Resucitado es un amigo insumiso, que siempre está a nuestro lado, pero que no se deja dominar. Lo tenemos sin poseerlo. Lo tocamos sin apresarlo. Lo confesamos sin verlo.

Ve a mis hermanos y diles. Otra vez la llamada a salir de nosotros mismos y ponernos en camino. No es que comuniquemos lo que tenemos perfectamente claro, sino que, comunicando la buena noticia, se va aclarando el misterio de su presencia. ¡La paradoja que nunca acabamos de domesticar!

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 10 de abril de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 28,8-15

 

Evangelio según San Mateo 28,8-15
Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.

De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense". Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.

Y Jesús les dijo: "No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán".

Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido.

Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero,

con esta consigna: "Digan así: 'Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos'.

Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo".

Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

¡Feliz Pascua de Resurrección! Os digo esto y no sé bien lo que digo. Detrás de este saludo, que es un eco del mensaje pascual proclamado en la solemnidad de ayer, se esconden muchas convicciones:Que quien ama acaba siempre venciendo.
Que no estamos hechos para las lágrimas.
Que la muerte no destruye nuestra vocación de vida plena.
Que la fe en Jesús no es absurda.
Que el testimonio de su comunidad es verdadero.
Que siempre, siempre, siempre, hay futuro.

La liturgia de este Lunes de Pascua nos propone un fragmento del discurso de Pedro el día de Pentecostés. Sus palabras constituyen una mini-cristología. Nos habla de Jesús mencionando los principales hitos de su existencia:Su origen: Os hablo de Jesús Nazareno.
Su ministerio: El hombre que Dios acreditó realizando por su medio milagros, signos y prodigios.
Su final: Vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz.
Su triunfo: Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte.

Pedro cita el salmo 15, que es el que la liturgia incluye hoy como salmo responsorial. Me detengo en un versículo que alcanza la plenitud de significado en la Pascua de Jesús: Se me alegra el corazón ... porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Escuchemos ahora la voz del Resucitado. Lo seguiremos haciendo, paso a paso, a lo largo de toda esta semana. Hoy nos dice a nosotros lo mismo que, según el relato de Mateo, dijo a las mujeres. Son tres palabras de futuro que se van a repetir con acentos diversos durante los próximos días:Alegraos. La invitación de Jesús a la alegría no es un consejo, sino una orden de obligado cumplimiento. En el círculo de nuestras tristezas, el Resucitado enciende la llama de la alegría. ¡Tenemos tanta necesidad de respirar!
No tengáis miedo. No hay nada que nos paralice más que el miedo. Hemos empezado el siglo XXI acorralados por el miedo. ¿Quién nos puede transmitir la confianza que necesitamos? ¡Sólo el Resucitado!
Id a comunicar. La resurrección inaugura una urgencia. Acomodados en nuestras seguridades de siempre cavamos nuestra propia tumba. Cuando nos ponemos en camino, la fuerza del Resucitado nos restaura.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA