martes, 7 de junio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 5,13-16

 

Evangelio según San Mateo 5,13-16
Jesús dijo a sus discípulos:

Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.

Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña.

Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.

Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos y hermanas:

Hace unos meses, un hermano mío, de viaje por Egipto, entrevistó a un monje copto. Una de las preguntas que le hizo fue esta: “¿Qué diría usted a un cristiano que vive en una sociedad tan secularizada y desacralizada como la que tenemos en Europa Occidental?”. El monje se limitó a responder: “Vosotros sois la luz del mundo”.

Aquí, en las palabras "Vosotros sois la luz del mundo", se contiene todo un programa de vida. No se trata de que hagamos más cosas o mejores que los demás. No se trata de conquistar a nadie. El desafío es más simple y profundo: reflejar la luz a través de un rostro encendido en la Luz que es Cristo (Yo soy la luz). El objetivo de ser luz lo expresa bien Jesús: Que den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

Solemos hablar de un “rostro encendido”, de una mirada “iluminada”. ¿Qué es lo que produce este milagro? ¡El contacto con la luz! Moisés, al bajar del Sinaí, mostraba un rostro resplandeciente. El pueblo vio “algo” en él.

Sólo ilumina quien está en contacto con la Luz. Hemos ensayado casi todo en el campo de la evangelización. A veces, nos sentimos frustrados ante la falta de respuesta. Nuestra ansiedad nos lleva a imaginar continuamente caminos nuevos (si bien algunos dicen que hemos aflojado bastante en creatividad), pero, ¿es este el camino? Jesús no nos ha pedido que estemos todo el día con la lengua fuera, sino que encendamos nuestro pequeño cirio en el gran cirio que es Él y que creamos en el poder iluminador de la luz. No es fácil que nuestro “hombre viejo” entienda estas cosas.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

lunes, 6 de junio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 19,25-34

 

Evangelio según San Juan 19,25-34
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.

Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo".

Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.

Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed.

Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.

Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.

Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.

Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.

Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas,

sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos u hermanas:

Tras la cinquentena pascual, proseguimos el tiempo ordinario. Lo hacemos en la décima semana. El evangelio de San Mateo nos acompañará durante casi tres meses, nada menos que hasta el 30 de agosto.

Es bueno que, al comienzo de un nuevo libro, nos informemos acerca de su plan de conjunto. Esto nos permitirá entender mejor cada parte. No todos disponemos de tiempo y de medios para un estudio a fondo, pero siempre podemos dar un nuevo paso. Por esa razón, os ofrezco algunos enlaces que nos proporcionan un acercamiento sencillo.

Os invito a recordar alguna experiencia de sufrimiento.

¿Qué sentimos cuando nos visita el dolor, cuando tenemos la impresión de que las cosas salen torcidas, cuando parece que la alegría dura tan poco en casa del pobre? ¿Cómo es posible que en la gran familia de Dios, que es la humanidad, haya tantos millones de personas que pasan hambre, que lloran, que son perseguidas? ¿A qué extraño plan responde tanta injusticia, tanta corrupción, tanta violencia? ¿De qué han servido dos mil años de cristianismo?

Contemplando a los pobres y excluidos de su tiempo, Jesús debió de sentir en carne propia el abismo que hay entre el sueño de Dios y la dura realidad de cada día. Debió de sentir a un tiempo la impotencia de quien apenas puede hacer nada y la tentación de quien sueña que Dios es un recurso mágico para resolver todo a golpe de deseo.

¿No sentimos esto mismo cada uno de nosotros? ¿No nos debatimos entre el “no hay nada que hacer” y el “que venga Dios y lo arregle”?

Mateo comienza el ministerio público de Jesús con la proclamación de las bienaventuranzas. Todos los detalles de este “discurso programático” son importantes:Jesús contempla la muchedumbre (Al ver Jesús el gentío) que simboliza a toda la humanidad doliente. Y siente, como en tantas ocasiones, compasión. Hace suyos los sufrimientos de cada uno. Los entiende por dentro porque también él, desde el comienzo de su vida hasta el final, se siente atravesado por la tentación del sinsentido, de reducir a Dios a un poder mágico.
Sube a la montaña, se sienta y comienza a hablar. Todo nos hace pensar que lo que va a decir tiene el sello de su Padre.
El contenido es paradójico: todos los que sufren (por situaciones injustas o por incomprensión hacia su tarea) tienen dentro de sí la semilla de la felicidad. La tienen, no en virtud de su rectitud moral, de sus cualidades, de su resignación o de no sé qué extraña medida compensatoria. Son felices, sin comparación ninguna con cualquier otro ser humano (rico, satisfecho, potente), porque Dios se ha puesto de su parte. Son felices porque en el centro mismo de su dolor habita Dios, por difícil, paradójico y casi inhumano que resulte.

Escribo esto y experimento dos reacciones contrapuestas. La primera se parece mucho a la crítica marxista de la religión. Si no se entienden estas palabras de Jesús en su verdad, pueden ser utilizadas como justificación del orden establecido. Si se las acoge a la luz de su propia vida (esta es la segunda reacción), entonces, no solamente alimentan un gran coraje para luchar por la dignidad de todos los seres humanos sino que dan sentido a todo sufrimiento que se vive en comunión con el Cristo que sufre y muere.

No estoy seguro de haber entendido esto, pero sé que sí lo ha entendido Pablo cuando escribe a los corintios: Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo. O cuando más adelante remacha: Si sois compañeros en el sufrir, lo sois en el buen ánimo. Y también sé que lo han entendido y vivido muchos sufrientes que han hecho de la prueba un trampolín de fe, de alegría, de capacidad de lucha, de esperanza contra toda esperanza. En otras palabras, de felicidad.

¿Se puede vender esta “fórmula” en el supermercado de propuestas para estar bien y ser feliz? Se puede, pero no tendría ningún éxito de ventas. Seguimos empeñados en transitar otros caminos de rápida gratificación. Pero chocamos siempre contra la misma piedra. No deberíamos extrañarnos de nuestra profunda infelicidad.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 5 de junio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 14,15-16.23b-26

 

Evangelio según San Juan 14,15-16.23b-26
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

"Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos.

Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes:

Jesús le respondió: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él.

El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.

Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes.

Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.»


RESONAR DE LA PALABRA


EL ESPÍRITU SANTO OS LO RECORDARÁ TODO

Lecturas alternativas para el Ciclo C: - Rm 8, 8-17. Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. - Jn 14, 15-16. 23b-26. El Espíritu Santo os lo enseñará todo.



El hombre que en su interior no tiene Música ni llega a conmoverse con acordes de armoniosos sonidos, es capaz de traición, de engaños y rapiñas; los instintos de su espíritu son lóbregos (confusos, sombríos que inspiran temor) como la noche, y sus sentimientos, como el Érebo (Dios griego de la oscuridad), oscuros. No os fiéis jamás de un hombre así. Y oíd la Música. (El Mercader de Venecia. William Shakespeare)

Orar es afinar la sensibilidad con el diapasón del corazón de Dios. Lo más importante es oír el sonido de Dios para poner nuestro corazón en sintonía con él. Dejar a Dios, a la Vida, al Amor, a la Naturaleza, al Universo, al Silencio... que suenen dentro de nosotros, haciendo vibrar las fibras más íntimas de nuestra sensibilidad (F. Moreno Muguruza).

 Aquel gran guitarrista que fue Andrés Segovia, convirtió la guitarra española de ser simplemente un instrumento «popular, en un instrumento de conciertos. Dio un memorable recital de guitarra en «La Herradura», un pueblo de la costa granadina (España), donde residió los últimos años de su vida. Antes de comenzar, relató con gracejo cómo nació su vocación, su despertar a la música. Se remontó a los años de su infancia. En Linares (Jaén, España), su pueblo natal, pasaba de vez en cuando un curioso personaje, que llevaba los utensilios más variopintos y traía ilusión especialmente para los niños. Toda una cacharrería ambulante: libros exóticos, cromos de todos los colores, mariposas disecadas, juguetes para los críos, muñecas vestidas de azul para niñas... Los iba sacando con manos de prestidigitador, ante los ojos maravillados de los más pequeños. De pronto, aquel hombre sacó una guitarra y empezó a tocarla. Aquel niño que era entonces Andrés Segovia nunca había visto una guitarra, nunca había oído su armonía. “Entonces -contó Andrés Segovia- yo recordé la música”.

La música estaba dentro de aquel niño llamado Andrés. Alguien la había sembrado allí generosamente, pero la música dormitaba escondida, expectante, aunque circulando con la sangre de sus venas. Aguardaba que «algo» o «alguien» pudiera arrancarla, hacerla salir.

Repasando y leyendo estas confidencias de Andrés Segovia, entendí mejor quién era y qué hacía el Espíritu Santo.

El Evangelio de hoy afirma que el “el Espíritu Santo os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14, 26).

«Recordar» significa que están ahí dentro del corazón, guardadas, olvidadas, dormidas, esperando. Al recordarlas, al prestarles atención, al dejar que vuelvan desde el corazón a la mente empiezan a liberar toda su carga... y llegan a ser lo que son: anuncio vivo, comunicación, interpelación, sentimientos, sentido...

 Todas las palabras -también las palabras de Jesús en el Evangelio, las que vamos escuchando una y otra vez en cada liturgia, en nuestra oración personal, en ciertas conversaciones o lecturas- están dormidas, sepultadas tras una capa de ceniza, bajo un manto de rescoldo. Con cuánta frecuencia las palabras nos llegan como sonidos polvorientos y pasajeros, sin sentido, con mensajes que no descubrimos... Pero algunas se esconden y permanecen por ahí adentro.

Y de pronto, cuando él quiere, el Espíritu sopla, y aquellas palabras hasta entonces vulgares o enigmáticas, o irreconocibles, o no comprendidas se convierten en palabras verdaderas, cordiales, con sentido, con música. El Espíritu insufla, y aparecen en el fondo del alma unas ascuas vivas, resplandecientes, que nos queman y abrasan. Ese “¡ahora lo entiendo!”. Ese “¡ahí está la salida!”. Ese “¡cómo no me había dado cuenta antes!”. Ese «¡pues claro!»

Pronunciamos vocablos, lanzamos al viento montones de palabras, que el viento se lleva... Hasta que caemos un día en la cuenta de lo que son y representan, lo importantes que pueden llegar a ser, lo que podemos decirnos en ellas, los puentes que tender con lo más íntimo de nosotros mismos. Y entonces comenzamos a hablar y comunicarnos, a acoger, a dejarlas que vivan. Eso hace el Espíritu.
Vemos caras, rostros anónimos, sombras que pasan cercanas... hasta que, de pronto, alguien enciende nuestros ojos por dentro, y al mirar descubrimos el rostro único de alguien. Y le podemos llamar “tú” y Tú. Invocarlo personalmente. Eso hace el Espíritu.

Él despierta en nosotros todo cuanto de hermoso hay escondido. Es el soplo que da vida a las ascuas, el aliento que inspira las palabras, el que nos hace recordar esa música olvidada que todos guardamos dentro y que el Sembrador de las Estrellas plantó una mañana en nuestro corazón.
Y por fin el Espíritu nos hace soltar un grito emocionado, alegre, esperanzado, sin que sepamos nosotros ni cómo ni por qué, y nuestro instinto más profundo, gime y nos hace dirigirnos a Dios, asombrosamente, sin temor, con libertad con un clamor maravilloso: “Padre, querido Padre”, Abbá. Así nos lo decía hoy San Pablo

¿Qué es lo que el Espíritu tiene que despertar o recordar en mí?

Me tiene que ayudar a descubrir y rescatar lo esencial, lo mejor de mí, la imagen de Dios en mí... de modo que yo pueda irme quitando tantos polvos y cenizas inútiles, que otros e incluso yo mismo, han ido ahogando la voz de Dios en mí.

Con su ayuda guardaré la Palabra en el corazón, aunque no la entienda, anque no me guste, aunque en este momento no parezca aportar nada a mi vida... y Él la hará despertar y recordar cuando yo necesite oírla y entenderla. Y me iluminará, abriéndome caminos. La Palabra de Jesús no quedará perdida u olvidada entre tanta palabrería. «Y vendremos a él y haremos morada en él». Ese dulce Huésped del alma que me aconseja, y hasta de noche me instruye internamente (Salmo 15).

Despertará en mí la paz cuando mis errores y limitaciones, y conflictos me la quiten, cuando sean muy grandes las responsabilidades, cuando sean demasiado numerosas las tareas, cuando me sienta juzgado -con razón o sin ella-, o herido en mis sentimientos...

Me recordará que estoy “habitado” cuando me parezca que estoy solo, o incomprendido, o cuando las cosas no salgan como yo quería. Y me recordará que soy hijo de Dios, heredero de Dios, coheredero con Cristo y que con él compartiré su gloria. (Romanos 8, 8-17)

Ven Espíritu Santo, y enséñame a escuchar la música de la vida. Toca mis oídos espirituales para que aprenda a gozar esa canción que tú vas creando con cada cosa que me toca vivir.
Ayúdame a apreciar todos los sonidos, y también los silencios, porque también lo que me parece desagradable, puede convertirse en parte de esa bella canción.
Ven Espíritu Santo, ilumina mi vida, para que no me encierre a llorar lo que me falta y lo que he perdido. No dejes que cierre mi corazón a las cosas nuevas que quieres hacer nacer en mí, ven para que me atreva a tomar ese nuevo camino que me propones, cuando los demás caminos se han perdido.
Enséñame a escuchar con el corazón, para que reconozca que, cuando una nota se apaga, comienza a sonar una nota distinta, comienza a vibrar otra cuerda, y la vida continúa. Ven Espíritu Santo. Amén. (Víctor Manuel Fernández)

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf /Francisco Contreras cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

sábado, 4 de junio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 21,20-25

 

Evangelio según San Juan 21,20-25
Pedro, volviéndose, vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el mismo que durante la Cena se había reclinado sobre Jesús y le había preguntado: "Señor, ¿quién es el que te va a entregar?".

Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: "Señor, ¿y qué será de este?".

Jesús le respondió: "Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa? Tú sígueme".

Entonces se divulgó entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría, pero Jesús no había dicho a Pedro: "El no morirá", sino: "Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa?".

Este mismo discípulo es el que da testimonio de estas cosas y el que las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero.

Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relata detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos y hermanas.

Pedro, después de recibir de Jesús resucitado el importante encargo de pastorear a sus ovejas, ve venir al discípulo amado y dice a Jesús: ¿y qué hay de éste? Nosotros nos podemos plantear: ¿qué hay detrás de esta inquietante pregunta de Pedro? Algunos exégetas afirman que quizá, como Jesús había predicho a Pedro el tipo de muerte que tendría, ahora a éste le interesaba saber sobre el futuro del discípulo amado. En realidad no podemos saber con precisión lo que había en el corazón de Pedro. ¿Sería una curiosidad motivada por el excesivo afán de control, los celos, la envidia, etc.? No los sabemos, pero esto me da pie a constatar que en nuestro seguimiento de Jesús hoy, tanto en la vida familiar como en nuestro ambiente laboral, muchas veces, estamos contagiados de una cultura mediática que dedica muchas horas de televisión a indagar sobre la vida, el futuro, los éxitos, los fracasos, las fortunas y las desgracias de los demás. El chisme, el cotilleo, el raje, como se le quiera llamar, es una realidad cada vez más se generaliza y hasta es bien vista en los medios de comunicación. Con intención o sin ella, nosotros, también, muchas veces, vamos convirtiendo nuestra vida familiar, social y eclesial en auténticos “reality shows” en que nos acosamos con curiosidad y nos atacamos unos a otros para sentirnos mejor que los demás.

Jesús se da cuenta que Pedro se ha distraído de lo fundamental y se ha ido por las ramas, por eso su respuesta es inmediata: “¿a ti qué te importa?” No se trata de un reproche, sino de una llamada de atención que lo devuelve al seguimiento y a la misión, por eso le dice: “Tú sígueme”. Necesitamos escuchar al Señor, que nos remueve y nos devuelve al centro de nuestra vida cristiana. Jesús sabe que en nuestras vidas nos distraemos con mucha facilidad y que en lugar de seguirle, de apacentar sus ovejas y de anunciar su evangelio, gastamos nuestras energías en rumores, chimes, envidias, celos y juegos de poder y de dominio de unos sobre otros.

Al final del tiempo pascual, el Señor nos vuelve a decir, como a Pedro: “¿A ti qué te importa?... Tú sígueme”. Si en algo nos debe interesar la vida de nuestros hermanos es para apacentarlos y no para competir con ellos o para saciar nuestra sed de curiosidad. Que la alegría pascual que hemos experimentado en estos cincuenta días no se desgaste en luchas fraticidas, sino que sea la fuerza que nos motiva, como al discípulo amado, a dar testimonio del evangelio. Tal como lo hizo, también, el santo que recordamos hoy, san Felipe Neri, el santo comprensivo de las debilidades humanas, el santo de la alegría, de la sencillez y del servicio humilde.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

viernes, 3 de junio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 21,15-19

 

Evangelio según San Juan 21,15-19
Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer, dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?". El le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".

Le volvió a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas".

Le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?". Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas.

Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras".

De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme".


RESONAR DE LA PALABRA


No se si han tenido la ocasion de leer el libro titulado “El sanador herido” de Henry Nouwen. De sus páginas se desprende que toda persona que asume un servicio o una misión en medio del pueblo cristiano no lo podrá hacer con autenticidad y total generosidad sino o hace a partir del sincero reconocimiento de sus propios límites y pecados, que lo coloca en comunión con sus hermanos y lo abre a la experiencia sanadora del amor de Dios. Esta experiencia es una nueva llamada vocacional que capacita para la misión de transmitir ese mismo amor a los hermanos.

En el evangelio de hoy vemos a Jesús resucitado que se acerca a Pedro, a quien ya había encargado la misión de confirmar a sus hermanos en la fe, pero, esta vez, le hace una nueva llamada. Parecería que no era necesario que Jesús encargue nuevamente la misión a Pedro, pero Jesús sí lo ve conveniente. Jesús sabe que la dura y amarga experiencia de la negación ha herido el corazón de Pedro y que quizá la culpabilidad, el sentimiento de indignidad o el temor a no ser capaz de superar esta fragilidad, pueden dejar alicaído a su apóstol sin permitirle vivir la misión con la alegría y la generosidad propias del testigo. Por eso, le pregunta tres veces sobre su amor, es decir, le recuerda, terapéuticamente, que el amor es lo único que puede curar la infidelidad de las negaciones y que el amor es lo único que capacita para asumir una misión en su nombre.

Lo mismo nos puede pasar a cada uno de nosotros. Cuántas veces realizamos la misión encomendada con el lastre de la culpabilidad por nuestros errores, del escepticismo de nuestras capacidades y del temor de no poder superar nuestras fragilidades. Esta fuerza negativa nos puede hundir en el cumplimiento rutinario del funcionario, en la amargura del frustrado o en la superficialidad del insensato. Jesús no quiere que nos pase esto, por eso, nos busca, como a Pedro, y nos vuelve a llamar, nos pregunta las veces que sean necesarias sobre nuestro amor porque sabe que sólo cuando contactamos de verdad con esa fuerza misteriosa que nos habita podemos ser completamente sinceros para reconocer nuestros errores y para acoger su amor que nos convierte y nos lanza renovados a la misión.

El texto de hoy termina con un “Sígueme” nuevo y firme, se trata de una nueva llamada, a la que Pedro responde desde la sencillez de quien se sabe débil, pero desde la seguridad del amor de su Señor, por eso, Pedro fue un buen pastor que también dio la vida en cruz por las ovejas de su Señor.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 2 de junio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 17,20-26

 

Evangelio según San Juan 17,20-26
Jesús levantó los ojos al cielo y oró diciendo:

"Padre santo, no ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí.

Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.

Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno

-yo en ellos y tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste.

Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo.

Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste.

Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos y hermanas.

El impacto que produce una familia o una comunidad unidas es muy fuerte, puede fascinar y seducir, hasta convertirse en una fuerza provocadora. Jesús estaba convencido de ello, por eso, en la oración sacerdotal insiste al Padre que sus discípulos sean uno. Pero esa unidad no procede de una simple buena voluntad por estar unidos, sino que procede de la comunión íntima de amor entre el Padre y el Hijo, que hace posible la unidad con cada uno de los creyentes y entre ellos. ¿Cómo hacer para que nuestras familias, comunidades y parroquias superen las divisiones, los enfrentamientos y haya más unidad? Quizá ya estamos cansados de intentarlo con muchos métodos psicológicos y sociológicos y ver que los buenos propósitos poco a poco se vuelven a diluir. Jesús va mucho más allá, nos revela la unidad que él nos pide procede de vivir en profunda comunión con el Padre y el Hijo; ese amor es el que nos une de verdad. ¿Cómo vivirlo? No hay otro camino que el de la fe, que nos convierte el corazón, nos purifica de tantas ambiciones, egoísmos y codicias para dar paso a la aceptación del otro, a la acogida de lo diferente, al diálogo, al discernimiento, a la pluralidad y a la profunda unidad de fe y amor.

El evangelio a veces parece utópico, pero no es así. Lo leemos en esta clave cuando perdemos la convicción del poder de la Palabra y de la gracia de Dios en nuestras vidas y en el mundo en el que vivimos. Necesitamos volver a creer para entrar en la comunión que hace posible la unidad. Entonces seremos capaces de sufrir los duros efectos de buscar la unidad en medio de la pluralidad y, a pesar de todo, ser portadores de paz, perdón, lucidez, generosidad y amistad.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 1 de junio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 17,11b-19

 

Evangelio según San Juan 17,11b-19
Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo:

"Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros.

Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.

Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.

Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.

No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno.

Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.

Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad.

Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo.

Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad."


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos y hermanas:

En esta sección intermedia de la oración sacerdotal, Jesús le pide al Padre tres cosas: primero, que sus discípulos sean uno como ellos son uno, segundo, que, sin sacarlos del mundo, los defienda del Maligno y, tercero, que los santifique en la verdad. Detrás de estas tres peticiones podemos descubrir un único deseo de Jesús: poner a sus discípulos en las manos del Padre, como él mismo lo hará con su propia vida antes de expirar en la cruz. El Padre que no abandonó a Jesús en la muerte, sino que lo resucitó. El mismo Padre es el que nos une en el amor, nos protege del mal y nos santifica en la verdad. Volver a contemplar esta verdad debería llenar nuestras vidas de confianza, pues, por más que haya momentos en los que parece que la desunión nos separa sin remedio, que la fuerza del maligno nos atrapa o que el poder de la mentira nos destruye por dentro y por fuera, sabemos que no estamos solos, que estamos bajo el cuidado del Padre y que es posible vivir en nuestro mundo, sin ser de él.

Sólo una confianza básica de este tipo puede fundamentar una existencia que se atreve a superar los peligros, miedos y complejos que menoscaban nuestra capacidad de riesgo para amar y construir un mundo mejor. Quien sabe que su vida está en buenas manos sabe que no tiene asegurado el éxito, pero, sabe que el Padre siempre lo acompaña, lo alienta y lo fortalece. Revisemos cómo va nuestra confianza en el Padre; un buen medidor de ello es la calidad de nuestro compromiso por forjar la unidad, por luchar contra el mal en todas sus expresiones y por vivir en la verdad. Si esta confianza y este compromiso no están vivos y vigorosos, te invito a que repitamos la oración sacerdotal de Jesús y dejemos que la fuerza de la Palabra encienda nuestro corazón.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA