miércoles, 7 de julio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 10,7-15

 

Evangelio según San Mateo 10,7-15
Jesús dijo a sus apóstoles:

Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.

Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente."

No lleven encima oro ni plata, ni monedas,

ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento.

Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir.

Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella.

Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes.

Y si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies.

Les aseguro que, en el día del Juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas menos rigurosamente que esa ciudad.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos y hermanas:

Jesús, como Maestro que es, adiestra a los suyos en el arte de evangelizar. Les instruye con pocas consignas, pero fundamentales, para encarar de manera adecuada la misión. Él no quiere a su lado funcionarios a disgusto, ni trabajadores a sueldo, ni propagandistas agresivos, ni virtuosos de la oratoria, ni profesionales en la venta ambulante. Los quiere agradecidos y generosos. Por ello les recomienda con encarecimiento la gratuidad. Ese valor que se está volviendo hoy raro y costoso, porque nadie da nada por nada. Todos buscan intereses ocultos. Como la religión se puede convertir también en negocio de compra-venta, no deberíamos olvidar algunos principios fundamentales.

Ni Jesús el Señor ni su Reino son propiedad de nadie. Ni siquiera de la Iglesia. No hay lugar para el monopolio. Tampoco puede convertirse en objeto de negocio. No se puede adquirir como artículo de lujo. A nadie le está permitido esconderlo cuidadosamente para evitar su pérdida o deterioro. El Reino está pensado para ser compartido, comunicado, difundido,... a todos. Particularmente a los que no pueden pagar con nada; ni siquiera con méritos propios.

El mensaje es, sin lugar a dudas, regalo. Es don. Vale muchísimo, pero no cuesta nada. Se recibe como una muestra del “amor loco” de Dios. Su gestión no entra en la lógica comercial del intercambio. Se recibe, por sorpresa, como una “muy buena suerte”. El evangelizador lo administra, pero no lo puede retener en propiedad. Ni siquiera puede exigir privilegios al administrarlo. No lo recibe en virtud de sus méritos o de sus esfuerzos como servidor del evangelio, aunque los tenga y muchos.

El Reino es valioso y suficiente. Por ello, cuando se recibe el encargo de transmitirlo, hay que deshacerse de estorbos innecesarios (monedas de oro, de plata o de cobre; morral para el camino, dos túnicas, sandalias, bordón,...). El Reino relativiza todo lo demás. Recompone la estimativa con la que se valora la realidad desde los criterios del Señor. Y eso debe visibilizarse, mostrarse, exhibirse, hacerse visible, dejarse notar... La pobreza se convierte así en el ingrediente necesario de la gratuidad y en la más inequívoca manera de anunciar el Reino. Donde está tu riqueza allí está tu corazón.

Hay que repartirlo gratis, sin tener miedo a que se acabe. No le es permitido al evangelizador regatear con el Reino, ni subir su precio ni siquiera en un céntimo. No exige justificantes de buena conducta, o carnet de pertenencia eclesial.

Por ello, el clima de la repartición gratuita del Reino es la paz, la cercanía afectiva desarmada, la fraternidad universal. No puede repartirse de otra forma, porque bajo toda actitud beligerante y agresiva siempre se esconde la defensa de una apropiación indebida.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 6 de julio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 10,1-7

 

Evangelio según San Mateo 10,1-7
Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia.

Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan;

Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo;

Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.

A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: "No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos.

"Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.
Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos y hermanas:

“Llamando Jesús a doce, les dio poder“. Cuando Mateo relata que los discípulos fueron enviados a liberar a la gente de los “espíritus inmundos”, debemos entenderlos como todo aquello que origina y multiplica la violencia, la muerte y el caos en nuestro mundo. Al enviar a los apóstoles, Jesús los capacitó invistiéndolos con el poder que viene de lo alto.

Los enviados, por tanto, no están inermes o desprotegidos frente al mal. Pero no utilizan cualquier tipo de poderes en su trabajo liberador ¿Cuál es el poder que Jesús les confiere para esa misión imposible? Tendríamos que releer todo el evangelio y la misma vida para reconocerlo.

Descubrimos indicios como éstos:
El raro poder del amor al enemigo, al opositor, al contrincante, al indiferente, al distinto, al necesitado, sin jamás usar la venganza o la revancha contra de ellos; sino usando el potente recurso de poner la otra mejilla.
El raro poder de vivir juntos, de compartir vida, sueños y misión, de caminar juntos de dos en dos, de trabar amistad, de construir puentes y derribar muros.
El raro poder de la libertad para amar, sin amarrarse a personas, a estructuras, a posesiones, a ideologías, a países, a razas o color, a religiones, a costumbres, ni a cadena alguna que atenace el amor, aunque sea de oro.
El raro poder de la humildad, de la simplicidad, de la austeridad, de lapobreza, de aquella imaginación que no necesita multiplicar efectivos para hacerse valer.
El raro poder del dar y pedir perdón, el instrumento más eficaz y seguro para desarmar la obstinada violencia.
El raro poder de la alegría, con su brillo contagioso, llamativo, convocante, luminoso, irresistible...
El raro poder del partir y repartir el pan y el vino en mesa de fraternidad, abierta a aquellos que se alimentan no sólo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
El raro poder de narrar buenas noticias a través de parábolas elementales y cuentos sencillos, impregnados con la fuerza de la verdad, capaces de poner luz y mover corazones duros y obstinados.
El raro poder de la debilidad y de la pobreza de medios, que lleva a necesitar pocas cosas y estas necesitarlas muy poco. Sin jamás tener pánico a perder.
El raro poder de la mansedumbre, de la cordialidad, de la mirada pacificada, de la ternura capaz de seducir y conquistar lo más árido de una persona y transformarla.
El raro poder de la simplicidad, de la limpieza de miras, de la palabra directa y verdadera, aquella que vence por la contundencia con que exhibe la verdad.

Hoy nos toca a nosotros descubrir cuáles son los ‘espíritus inmundos’ de nuestra época, aquellos que conducen a la prepotencia, el egoísmo y la marginación. Con aquellos Jesús lanzó a los discípulos a conquistar el mundo. Con los mismos instrumentos, no con otros, hoy lo podemos hacer nosotros. La obediencia nos envía, la caridad nos hace cercanos y la pobreza nos hará creíbles.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 5 de julio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 9,32-38

 

Evangelio según San Mateo 9,32-38
En cuanto se fueron los ciegos, le presentaron a un mudo que estaba endemoniado.

El demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar. La multitud, admirada, comentaba: "Jamás se vio nada igual en Israel".

Pero los fariseos decían: "El expulsa a los demonios por obra del Príncipe de los demonios".

Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.

Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.

Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos.

Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha."


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos y hermanas:

Existe el demonio “mudo”. El evangelio de hoy lo presenta de forma rápida pero clara. Habitaba en un hombre de entonces. Ese virus nefasto sigue infectando en nuestra mal llamada era de la comunicación. Vive como residente contaminador en muchos corazones humanos. Seguro que reconocemos fácilmente su fisonomía y su manera de proceder.
Suele crear hermetismo, falta de expresión, incomunicación, distancia, defensa a ultranza. Desecha, con pretextos razonables, la relación personal directa con los otros. Cuando no queda más remedio, establece contactos no inmediatos, virtuales, masivos o impersonales. Siempre muy recortados.
Evita sobretodo la profundidad, la intimidad, la confidencia, la mirada a los ojos. Curiosamente, sortea con habilidad el silencio. Parece como si nos empujara a escondernos, a recluirnos en la estrechez asfixiante del propio ego, a atrincherarnos frente a la incursión amenazante de los otros en la propia vida.
Presenta, en ocasiones, un rostro hosco. No tiene amigos. Exhibe comportamientos inadecuados que repelen y hacen difícil el contacto por ineducados, fríos, cortantes, violentos, distantes, extraños o suspicaces.
Utiliza con frecuencia modos frustrantes de llenar el vacío personal y la soledad ínsita en la tarea de ser hombres. Por ello, abusa de forma acrítica de estímulos sensoriales como son la TV, el cine, internet, o la música estridente.
En ocasiones se cobija bajo un llamativo traje de espontaneidad exhibicionista, de carcajada fácil, o de verborrea que, tratando de deslumbrar, aburre y atonta. Repite lugares comunes sin ofrecer la más leve genialidad creativa.
Ataca también a los oídos. El problema de los enmudecidos no está solo en la lengua. Para aprender a hablar, antes hay que poder escuchar. Verbalizar, expresar, poner nombre a la diversidad de experiencias que la vida presenta requiere mucha atención, la atención de quien escucha.
Su lugar preferido es la superficialidad, rondar por la cáscara de las cosas, sin salir de su envoltorio. Nunca aborda los problemas en su raíz, ni se sumerge en las honduras de lo real y vivo. Prefiere la apariencia, la máscara, el maquillaje o el disfraz, que en el fondo son lo mismo.
A veces, vive amordazada por enemigos refinados como pueden ser el miedo, el resentimiento, la timidez, la desconfianza o el desengaño. Enemigos con apariencias de honorabilidad, pero ahítos de cinismo que acarrean mucho dolor.

La presencia viva de Jesús expulsa esos demonios. No por la autoridad del príncipe de los demonios, sino con la autoridad de quien saber amar y hacerse uno como nadie. En el entorno de Jesús nunca faltaron los problemas y las escandalosas limitaciones, pero siempre hubo esmero por la palabra y la comunicación.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 4 de julio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 9,18-26

 

Evangelio según San Mateo 9,18-26
Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: "Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá".

Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.

Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto,

pensando: "Con sólo tocar su manto, quedaré curada".

Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: "Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado". Y desde ese instante la mujer quedó curada.

Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo:

"Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme". Y se reían de él.

Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó.

Y esta noticia se divulgó por aquella región.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos y hermanas,

El relato evangélico de hoy muestra a Jesús curando a dos mujeres. Sus historias tan distintas se cruzan ante el poder curativo del Maestro. La primera de ellas era una joven de buena familia cuyo futuro se quiebra por una muerte absurda en la plena flor de su vida. La otra, mayor y marginada por impura, pierde su salud a borbotones a causa de una hemorragia incurable. Aparentemente entre ellas nada hay en común, salvo la necesidad de ser rescatadas para la vida por alguien con poder de conseguirlo.

En ambos encuentros, Jesús evita el protagonismo. La iniciativa corresponde, en el caso de la joven a un gesto atrevido de su padre, que mendiga la intervención del Maestro. La mujer mayor, por su parte, toma ella sola la determinación de “hurtarle” a Jesús un milagro, llegando a violar algo muy sagrado para los judíos. Los flecos del manto eran recuerdo de Dios y de su ley y tocarlos, estando impura, era un auténtico sacrilegio.

Contemplemos a Jesús para entender. Busquemos tras su conducta y sus palabras una luz que también nosotros necesitamos. La historia de estas dos mujeres puede ser nuestra propia historia.
Jesús se deja alcanzar por ambas. Ni las excluye ni les pone dificultades. No les hace preguntas verificadoras. No se fija en sus motivaciones. No pone ningún tipo de precio –económico o moral- a su inmediata intervención. Es manso y gratuito. No mira las apariencias, sino que despide el olor inconfundible del amor. Tampoco entiende de clases sociales o religiosas. Se conmueve ante el dolor y reacciona ante la enfermedad y la muerte.
Dos gestos atrevidos aproximan hasta Jesús al padre de la joven y a la mujer sangrante. Son un poco osados para llamar la atención de Jesús. Un miedoso o un narcisista jamás se atreverían a romper con su imagen social, para ponerse al alcance de la bondad del Maestro. El padre de la chica se humilla. La mujer enferma roza, con su gesto, el cinismo. En ambos casos, los dos exponen mucho en la búsqueda de la salvación. Su fe es arrebato ilógico. No acción controlada y ponderada.
La reacción de Jesús da que pensar. No dice: “Yo soy el que te cura o te hace revivir”. Tan solo pronuncia la extraña frase “tu fe te ha salvado” y toma a la niña dormida de la mano. Evita destacar la autoría del milagro, para resaltar el valor de aquella fe capaz de lo imposible.

Qué podría llegar a mover nuestra fe si tuviese tan solo el tamaño de un granito de mostaza o menos? En lugar de burlarnos con cinismo por la impotencia de nuestra fe ante la dura realidad del mal y de la muerte; al menos deberíamos permitirle a Él tomarnos de la mano.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 3 de julio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 6,1-6a

 

Evangelio según San Marcos 6,1-6a
Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos.

Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?

¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo.

Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa".

Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos.

Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.


RESONAR DE LA PALABRA


¡QUÉ MAL NOS SIENTAN LOS PROFETAS!

Rara vez ocurre en la Liturgia de los domingos que las tres lecturas tengan algo en común. Hoy la tienen: las tres nos hablan del «rechazo» del mensaje de Dios, y a la vez, del rechazo de sus intermediarios.

 • Ezequiel había sido deportado a Babilonia, junto con todos los judíos «útiles» o aprovechables para los intereses del Imperio. Alli escuchar una llamada de Dios que le manda dirigirse a un pueblo «que tiene dura la cerviz y el corazón obstinado», un pueblo testarudo y rebelde. Ezequiel era hijo de un sacerdote del templo de Jerusalem y estaba orgulloso de pertenecer a una familia noble. El Señor se dirige a él llamándole «hijo de hombre», recordándole su humilde condición, es decir: que es alguien con defectos, debilidades, como también limitaciones psíquicas y mentales de las que ningún mortal está exento. Ezequiel tenía algo parecido a lo que hoy llamamos «trastorno bipolar», y pasaba de momentos de euforia a momentos de abatimiento, era propenso a la depresión y se encerraba, a veces, en prolongados mutismos. Hablaba bien, eso sí, y la gente corría a escucharlo.

En cuanto a sus compatriotas deportados con él, no eran más pecadores que otros. Pero se dejaban seducir por falsas esperanzas, por quienes les ofrecían opciones fáciles, tentadoras y atractivas, pero que no conducían a la vida. Y aunque la misión de este profeta iba a fracasar, Dios le dice a Ezequiel: “Te hagan caso o no te hagan caso”... Es decir: El deseo de Dios es que no puedan reprocharle que ha callado o ha dejado abandonado a su pueblo en momentos difíciles... aunque no le hayan hecho caso.

Nos quedamos con estos dos aspectos: Un profeta frágil, una persona normal es llamada por Dios... y sus compatriotas testarudos que no le quieren hacer caso.

• Por su parte, Pablo se dirige a la comunidad de Corinto, que tantos disgustos le dio. Algunos de tendencia tradicionalista o conservadora que habían llegado a la comunidad trataban de difamarlo, poniendo en cuestión su autoridad y su ministerio. Sus adversarios llegados desde la Iglesia Madre de Jerusalem le reprochan sus modales tímidos y apocados, le lanzan venenosas insinuaciones respecto a cierta enfermedad o defecto. Pablo la llama «aguijón o espina en la carne», sin que sepamos concretar a qué se refiere, pero que le perjudicaba en su tarea pastoral. El caso es que los corintios se han puesto de parte de los visitantes/inspectores, rechazando las «novedades» que Pablo había introducido en el cristianismo. Querían que todo siguiera «como siempre», con las normas y leyes de siempre, con el culto como siempre. O sea. «Nada de cambios, ni adaptaciones, ni de tomarse libertades». Él no es nadie para hacerlo.

El Apóstol había pedido «tres veces» al Señor que le quitara aquel «aguijón». Pero sin resultados. Tendrá que asumirlo y, ayudado por la gracia de Dios, seguir adelante con su ministerio. Aquel «emisario de Satanás que le abofetea» le servirá a Pablo para no caer en el orgullo por sus éxitos misioneros, para reconocer su debilidad y, seguramente ser más comprensivo con las debilidades ajenas. Pero sobre todo para que su apostolado se centre en el Mensaje de Cristo, y no en el instrumento del mensaje que era él mismo. Cuanto más frágil sea el mensajero, más clara quedará la fuerza del Evangelio.

Destacamos también otros dos aspectos: la debilidad o fragilidad del apóstol... y el ataque y rechazo de sus propios hermanos en la fe, de «los de dentro».

• En cuanto a la experiencia de Jesús, nos la describe Marcos con palabras rotundas: desconfían y se escandalizan de él, lo desprecian sus propios parientes y vecinos, y Jesús se extraña de su falta de fe. No nos detalla el evangelista el contenido de su enseñanza, pero poco antes nos ha explicado que en la sinagoga de Cafarnaúm había sido rechazado por los que le reprochaban saltarse la sagrada Ley del Sábado, y por cuestionar la sacrosanta división entre puros/impuros. Su manera de hablar de Dios no les entraba en sus cerradas cabezas. Además: ¿quién se ha creído éste que es para poner nuestras tradiciones y enseñanzas y prácticas religiosas en cuestión? ¡Si es uno más de nuestro pueblo, si le conocemos perfectamente a él y a su familia: no puede venir de parte de Dios! Capacidad de «asombro» ninguna, es demasiado normal, ni se molestan en atenderle. Jesús no encuentra en ellos ninguna disposición a la novedad, al cambio de planteamientos que él trae. «Falta de fe» lo llama Jesús.

Podemos sacar algunas CONCLUSIONES de las tres lecturas:

- Primero: Dios tiene el gusto y la costumbre de elegir personas frágiles para que sean sus portavoces. Si el mensajero tiene limitaciones (siempre las tiene) hay que pasar por encima de ellas para prestar atención al mensaje.

- Segundo: la fragilidad, la falta de prestigio, incluso el riesgo probable de no tener éxito y no ser escuchado... no son nunca un motivo para que el profeta, el portavoz de Dios renuncie a su misión, o se calle. El bautismo nos ha hecho a todos «profetas, sacerdotes y reyes», y por lo tanto no podemos callar cuando tengamos que denunciar o defender algo en conciencia. O cuando haya que corregir a un hermano (esto no los pide expresamente el Evangelio como un deber muy serio).

- Tercero: el repetido peligro de que los principales opositores, enemigos y obstáculos a la creatividad del Espíritu sean o seamos «los de dentro», en virtud de que somos «alérgicos» a los cambios y a la novedad. Nos sentimos cómodos pensando que ya estamos en la verdad y que estamos en orden con Dios... y que no hay nada que adaptar, cambiar o renovar a fondo. El pasado y la tradición son un "escudo" contra la novedad de Dios. Y el frecuente argumento (?) de que «siempre ha sido así» o que hay que callar al que es distinto... no son realmente ningún argumento. Hay que ser fieles a la tradición, sí, pero también a los signos de los tiempos, a los hombres de hoy, a las nuevas necesidades y retos del mundo y de la Iglesia.

Qué bien lo decía nuestro poeta y premio nobel Juan Ramón Jiménez:

Lo querían matar los iguales porque era distinto.

Si veis un pájaro distinto, tiradlo;

si veis un monte distinto, caedlo;

si veis un camino distinto, cortadlo;

si veis una rosa distinta, deshojadla;

si veis un río distinto, cegadlo...

si veis un hombre distinto, matadlo.

Seguro que Jesús habría hecho suyos los últimos versos de su poema:

si te descubren los iguales,

huye a mí,

ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto.

Porque Dios es distinto. Y porque a su Hijo lo mataron los de dentro, los iguales. Pero en nuestra debilidad como profetas del Señor, no lo olvidemos, «nos basta su gracia» o su Espíritu que es lo mismo.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 2 de julio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 20,24-29

 

Evangelio según San Juan 20,24-29
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.

Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".

Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".

Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!".

Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

Hoy es la fiesta de Santo Tomás. Uno de los doce apóstoles de Jesús. Su nombre significa “gemelo” en arameo.

En el Evangelio de Juan aparece en varios pasajes: cuando Lázaro acaba de morir y los discípulos se resisten ante la decisión de Jesús de volver a Judea, Tomás determina: "Vamos también nosotros, para que muramos por él". Durante la Última Cena, cuando Jesús asegura que ya conocen el camino a donde va a ir Él, Tomás pregunta: "Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?". Y, finalmente, en el pasaje que hemos leído hoy: aunque Tomás recibe el anuncio de la resurrección de Jesús, se niega a admitirla: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré"; sin embargo, ocho días después, Tomás toca con sus propias manos las heridas de Jesús y termina diciendo: “Señor mío y Dios mío”…

Es curioso: parece que Tomás, en estas tres intervenciones del Evangelio, hace el itinerario inverso a un camino que va de la duda a la convicción. Él, por el contrario, comienza con mucha determinación: "Vamos también nosotros, para que muramos por él"; continúa con una pregunta ante algo que reconoce no saber: "Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?". Y sigue con una duda radical: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré"…

Sin embargo, la duda radical no tiene en él la última palabra. Ante el Señor que se le hace presente, llega a la mayor confesión de fe: “Señor mío y Dios mío”. Y esa sí es la última palabra que conocemos de él.

Algo así puede ser la vida de todo discípulo del Señor: primero, un gran entusiasmo; después, comienzan a aparecer las preguntas ante lo que se desconoce; y pueden incluso llegar momentos de duda radical… Que en esos momentos también el Señor se nos haga presente, con sus llagas, mostrándonos que también Él pasó del entusiasmo de las muchedumbres que le seguían a la soledad de la cruz… Y que la confesión humilde de nuestra fe también sea nuestra última y discreta palabra. “Señor mío y Dios mío”…

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 1 de julio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 9,9-13

 

Evangelio según San Mateo 9,9-13
Jesús, al pasar, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió.

Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos.

Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?".

Jesús, que había oído, respondió: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos.

Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

Los ojos de la cara son capaces de ver lo que aparece ante ellos. Pero hay otra mirada capaz de ver más allá…

Jesús fue un hombre de mirada profunda. No se quedó en las apariencias… Porque el Padre tampoco se queda en lo que aparece a primera vista. Por eso llega a elegir a alguien que otros nunca hubieran elegido: a un cobrador de impuestos, que colaboraba con el poder ocupante –Roma-, que pertenecía a un grupo con muy mala fama en la sociedad de su tiempo… Y, sin embargo, Jesús ve en él un ser humano, una criatura de Dios capaz de algo más de lo que hace en ese momento. Y le dijo “Sígueme”.
Hoy también podemos dejarnos mirar por Jesús. Dejar que sus ojos miren más allá de nuestras apariencias, de nuestras luces y sombras, de nuestros logros y deficiencias… Dejar que su mirada vea el ser humano que hay en nosotros, criatura de Dios llamada a ser hijo y hermano de todos… Y dejar que también a nosotros nos diga: “Sígueme”.
Y aprender nosotros de esa mirada, para poder también mirar a otros más allá de las apariencias, de lo que otros dicen, de la fama de cada uno… llegar a ver el ser humano que hay en cada uno, llamado a crecer y a parecerse al modelo desde el que fue creado: el Hijo.

Mírame, Señor, como tú sabes mirar.
Dame, Señor, tu mirada, para ver como tú ves.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA